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En Primera LíneaJavier Junceda

Los Reyes del mambo

No tiene un pase sujetar a unos Estados a severos criterios limitativos de la contaminación, mientras que a China se le faculta a continuar con sus modos productivos o energéticos perjudiciales para la atmósfera

Actualizada 16:56

Que China haya llegado a ser la primera economía del planeta tiene bastante que ver con la tolerancia que la comunidad internacional ha tenido con ella. Resulta inexplicable esa condescendencia si tenemos en cuenta el rigor con el que se aplican a otros las reglas que disciplinan el comercio o la protección ambiental y sanitaria, pasando por el respeto a los derechos humanos y las libertades. El actual dueño del mundo lleva ciscándose en todo eso desde hace décadas, concentrando sus esfuerzos en dominar los mercados universales incluso en detrimento del nivel de vida de los suyos, que es la mitad del español. A su fin justificador de medios le trae al pairo inundar los establecimientos del más remoto rincón de la tierra con productos perfectibles o incumpliendo las normas más elementales que regulan las relaciones laborales o la propiedad intelectual e industrial. Por no citar la desatención permanente a los acuerdos multilaterales suscritos en infinidad de terrenos, porque desde Mao, pasando por Deng y el sátrapa Xi, esa nación es la reina del mambo que continúa inmune a reacciones capaces de someterla a las pautas previstas para evitar atajos, trampas y atropellos.

La expansión que una sociedad tan milenaria y brillante experimentó en el pasado, diseñando redes comerciales y culturales inconmensurables como la ruta de la seda, poca relación guarda con el presente florecimiento de sus rentas. El dominio que protagoniza en multitud de ámbitos, incluido su control de la despensa mundial –de la que nos alimentamos, se ha cimentado sobre inobservancias de cuantas leyes se han concebido para tratar de organizar el asunto mercantil más allá de las fronteras nacionales.

China excede por norma los límites de contaminación

China excede por norma los límites de contaminaciónLu Tolstova

En materia ecológica, el tema es de órdago. Más de un cuarto de siglo después de la firma del Protocolo de Kioto, el último informe sobre la brecha de emisiones apunta a que, debido al imparable crecimiento de la contaminación china, la polución global tendría aún que reducirse en un 45 % más de lo previsto para el año 2030. De lo contrario, y según esos datos, nos encaminaríamos a un aumento térmico de 2,8 grados respecto de la era preindustrial, siendo hoy quimérico, con las cifras oficiales, que se pueda limitar la subida de las temperaturas en 1,5 grados, objetivo de la lucha contra el llamado cambio climático.

De ahí que tengan razón los Estados que se muestran reacios a implementar medidas de ajuste drásticas en sus parques industriales o energéticos vinculados a sustancias carbonosas, mientras economías pujantes como la china prosigan desarrollando sus actividades, o potenciándolas, sobre idénticas infraestructuras nocivas para el clima. Y no se diga que se trata de una nación en desarrollo o que cuenta con problemas sistémicos para poder transitar hacia una economía de mercado, porque la República Popular China cuenta con inequívocos rasgos capitalistas.

Al deber abordarse con perspectiva supranacional esta cuestión, no tiene un pase sujetar a unos Estados a severos criterios limitativos de la contaminación, mientras que a China se le faculta a continuar con sus modos productivos o energéticos perjudiciales para la atmósfera. Al margen de la vulneración que eso supone del marco medioambiental, convertido en papel mojado o en una insufrible letanía de vana logomaquia, hablamos aquí también del falseamiento del mercado mundial, porque las transformaciones que se exigen a unos son una extraordinaria oportunidad para otros, que no deben asumir el descomunal coste de transición que demanda un planeta libre de carbono.

Se me dirá, y es verdad, que es tarde para reaccionar. Si no hemos sido capaces de hacerlo ante las atrocidades perpetradas por el totalitarismo chino a sus propios ciudadanos, mal vamos a responder ahora a estas controversias macroeconómicas. Tampoco, por cierto, hemos objetado gran cosa sobre el ignorado origen de la pandemia china que se llevó por delante la vida de millones de personas y ha dejado secuelas en muchos más. Seguimos sin conocer si comenzó con un murciélago o en un laboratorio, algo esencial para poder encarar con garantías futuras pestes, procedan de donde procedan.

Sin caer en sinofobia, va siendo hora de ocuparnos de una vez de estos reyes del mambo como procede, antes de que nos pongan a todos a montar en bicicleta y a comer con palillos, que está al caer.

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