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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

Democracia enlatada y argumentarios de partidos

Este mecanismo de respuestas unificadas se ha ideado por la misma razón que se inventó la disciplina de voto en el Congreso de los Diputados: para que nadie piense por sí mismo

Actualizada 01:30

Por si alguno de ustedes no lo sabía ya, existe una herramienta muy perniciosa en política que se llama argumentario. Se trata de un arma dialéctica elaborada por los organismos centrales de cada partido cuyo objetivo principal es dar una respuesta unificada a los distintos temas que van surgiendo en el día a día de la vida pública. Se envían diariamente a los políticos y son de obligada lectura y asimilación. Es, para entendernos, la línea editorial.

Por eso, no es de extrañar que en un mismo día y ante una misma pregunta hecha por la prensa o en alguna cámara de representación, tres o cuatro políticos de un mismo partido respondan de forma exacta a la misma cuestión. Da igual que uno esté en Ceuta y el otro en Camerún; ante la misma pregunta, idéntica respuesta. Este hecho, como ustedes comprenderán, no se lo debemos a la ciencia infusa o a la calidad de sus pensamientos; se lo debemos a los argumentarios de partido.

Últimamente, por ejemplo, le ha tocado el turno a «el Partido Popular enfanga o embarra la vida pública española». ¿Se han dado cuenta? A mí me ha llamado especialmente la atención por la cantidad de veces que he escuchado este argumento en boca de distintos socialistas.

Ilustración En Primera Línea 5 de abril

Lu Tolstova

Hace unas semanas, por ejemplo, el ministro Ángel Víctor Torres, al ser preguntado por su gestión como presidente de Canarias durante la pandemia, no contestó, simplemente se limitó a acusar al PP de «enfangar», para después, por supuesto, arremeter contra Díaz Ayuso. Esta misma semana, Pilar Alegría, ministra de Educación, Formación Profesional y Deportes, ante las insistentes preguntas de los periodistas a colación de las informaciones publicadas por distintos medios sobre las relaciones entre Begoña Gómez, mujer de Pedro Sánchez, y varios empresarios bajo sospecha, contestaba diciendo que «en política no cabe todo» y, por supuesto, «que el PP está embarrando». O también, hace muy poco, Félix Bolaños, ante una pregunta de un senador del PP sobre el mismo tema begoñil, respondía al senador que «era un miserable» por tratar de «enfangar a los familiares del presidente del Gobierno». Y así sucesivamente…

Este mecanismo de respuestas unificadas se ha ideado por la misma razón que se inventó la disciplina de voto en el Congreso de los Diputados: para que nadie piense por sí mismo. He puesto ejemplos de socialistas porque muchas veces es notorio lo apegadísimos que están a esos emails de partido, pero la realidad es que todos utilizan argumentarios. Una característica que Vicente Vallés ya detectó hace mucho tiempo y que, por supuesto, no duda en airear día sí y día también en su telediario para, espero, rubor general de la clase política.

Los argumentarios de partido son solo un síntoma de la enfermedad crónica que padece nuestra enlatada democracia. Nuestros representantes públicos no es que no quieran, es que no pueden tener criterio propio sobre los temas que a todos nos interesan sin enfrentarse después a funestas consecuencias. Por eso, a mí personalmente me gustan Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo. ¿Cuántas veces han escuchado de ellas que no «siguen la línea oficial»? Innumerables, ¿verdad? Siempre se han mantenido firmes en sus convicciones a pesar de las graves consecuencias que esa solidez ha tenido para ambas dentro y fuera de sus partidos.

Pero esto, como digo, no es más que un efecto de algo mucho más general y terrible. Nuestra democracia está tan enlatada que ya no cabe la posibilidad del pensamiento divergente o la iniciativa propia dentro de los partidos. Hemos dado por bueno un sistema en el que todo está regulado y encorsetado hasta el extremo para servir a los intereses de unos pocos, muy pocos.

Nos hemos acostumbrado a que los diputados voten como uno solo cuestiones muy importantes en las que como mínimo cabría alguna discrepancia; nos hemos acostumbrado a que la justicia dependa de la política sin que haya consecuencias y, por tanto, a que la ley esté supeditada a los criterios políticos del momento; nos hemos acostumbrado a que la prensa dependa de la política y de las empresas sin ser conscientes del grave perjuicio para la libertad que esto conlleva; nos hemos acostumbrado a que nos mientan a la cara sin que el mentiroso reciba castigo alguno; en definitiva, nos hemos acostumbrado a que nos digan que vivimos en una democracia cuando en realidad vivimos dentro de una lata con paredes cada vez más gruesas.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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