Mítica democracia
Todo eso que se llamó antiguamente «las libertades» no es privativo de ninguna forma de gobierno, sino consustancial al ser humano y no nació con el sufragio universal sino, en el siglo I, con la predicación del Evangelio
Democracia es una palabra de moda, resulta difícil leer un artículo de opinión, crónica social o incluso evento deportivo que no la repita más de una vez. Es tan popular como confuso su significado.
Nació en los EE.UU. en una sociedad compuesta por diversos credos mayoritariamente cristianos –la Constitución americana pide constantemente la ayuda divina– que buscó una fórmula práctica para aunar y gobernar esa recién nacida nación. Su capital, Washington, está conformada como un monumento para alentar la unidad a un conjunto de inmigrantes de multitud de países y que habían sufrido el trauma de una guerra civil.
Se decidió no discutir principios ni ideologías y no indagar la verdad de las cosas que exige conocimiento, análisis y reflexión. La fórmula fue sencilla y eficaz, acudir a la aritmética que no sabe de ideas y sólo de números y que ofrece siempre un resultado exacto y se encomendó a la mayoría de votos la autoridad en la nación y en las instituciones.
No se discuten ideas, solo se cuentan sufragios. Hay que celebrar que tiene la virtud de la sencillez y evita confrontaciones.
Como toda obra en que interviene la limitación de la naturaleza humana presenta inconvenientes, y el mayor es que al no buscar la verdad y sólo la opinión mayoritaria, se pierden certezas y crece el relativismo. Sin embargo, funciona muy bien en sociedades pequeñas donde todos se conocen y, curiosamente, también en grandes sociedades muy masificadas en las que otro sistema sería difícil de aplicar.
Pero no se pueden olvidar fallos estruendosos y el más conocido es la condena de Jesús por un mayoritario «crucifícalo» frente al convencimiento de inocencia sustentado por la autoridad que debía sentenciar. El número contra la verdad.
En EE.UU. los desaciertos se corrigen porque las elecciones están encuadradas en dos gigantescos partidos políticos que son a los que se vota en realidad y la capacidad del dirigente está dirigida por esas instituciones: la decrepitud del actual presidente o las limitaciones de un Carter se diluyen frente al aparato del partido.
Después de la Primera Guerra Mundial los vencedores publicitaron que era una victoria de la democracia olvidando la lucha entre poderes y economías enemigas, pero la crisis económica de 1929 mostró que algo fallaba y las sociedades buscaron su salvación, por la ley del péndulo, en regímenes autoritarios.
Tras la Segunda Guerra Mundial que coronó a EE.UU. como la única potencia universal, se hizo dogmático que la victoria se debía al sistema democrático. Además, quedó establecido que sólo lo democrático es legítimo, es decir verdadero, lo que constituye una autentica incoherencia para un sistema que renuncia, por pragmatismo, a conocer la verdad sustituyéndola, pero no obviándola, por las mayorías.
El problema surge al considerar la democracia una religión y no un modo de designar la autoridad, además reducir la legitimidad a sólo lo democrático condena a la humanidad a haber vivido en el error hasta el siglo XX.
Porque la dignidad de la persona y su defensa, el imperio del derecho, el respeto al prójimo, la libertad de expresión, todo eso que se llamó antiguamente «las libertades» no es privativo de ninguna forma de gobierno, sino consustancial al ser humano y no nació con el sufragio universal sino, en el siglo I, con la predicación del Evangelio.
- El marqués de Laserna es académico de honor de la R.A.de la Historia