La globalización de la mediocridad
¿Cómo se puede pretender que la educación, las matemáticas, la historia o la literatura estén a expensas del vaivén de la ideología predominante del momento?
Algo que en los últimos años está progresando de una manera desaforada es la globalización de la mediocridad, lo que dicho así de una manera tan sencilla parece que no sea un problema importante, aunque yo sí que lo veo como muy preocupante. Hace años, no muchos, la mediocridad estaba acotada a algunos espacios de la sociedad, pero en el momento actual no solo se está extendiendo ampliamente a otros sectores, sino, también, a otros países, por lo que se puede hablar, tristemente, de globalización. Es como una pandemia, pero de lo malo, en lugar de ser la globalización de la excelencia como sería deseable. Sería una dicha que esta plaga, de lo bueno, nos envolviera en lugar de asolarnos. Además, esta estulticia va acompañada de ciertas dosis de odio que bien expuesto sirve de aderezo a una conferencia ¿Qué serían los coloquios y disertaciones sin estos componentes? Agitar a la plebe es una de las misiones de ciertos sectores que trastabillan por nuestros predios. La estupidez campa por sus respetos y nadie pone coto a ello.
Es muy difícil transitar por las tertulias televisivas dedicadas al cotilleo, mentideros del sexo, como fueron las murmuraciones que hubo en otrora ocasión en las gradas de san Felipe o en san Ginés. Son reuniones que acaparan dosis altas de audiencia, sin ver la estulticia de los participantes, no todos afortunadamente, que los hay de gran valía. Me refiero principalmente a esos programas televisivos en los que no se hilan dos frases inteligentes seguidas y que se entra en discusiones bizantinas, sobre la vida de uno y otro, que no conducen a nada. Y la estupidez va acompañada de las dosis de odio necesarias para condimentar un buen guiso. Y lo malo no es quienes lo dicen, sino también quienes lo escuchan embobados hasta la náusea intelectual.
Por supuesto no pretendo que, en las manifestaciones de estos personajes, entren conceptos sobre la filosofía de Cicerón o de Platón. No es eso a lo que aspiro, sino a que lo que digan tenga algún sentido y vaya en una dirección positiva. Da pena y vergüenza oír lo que dicen.
Y esto que sucede en la televisión, se ve claramente cuando se pregunta en la calle a alguna persona por este o por cualquier otro tema. Nadie tiene ni idea de qué contestar y si contestan es mejor no oír la respuesta. La historia, la literatura, la filosofía quedan por el suelo.
Esto se solucionaría con la lectura y la educación. Los planes de estudio cambian sistemáticamente, en función de la ideología del partido en ciernes. ¿Cómo se puede pretender que la educación, las matemáticas, la historia o la literatura estén a expensas del vaivén de la ideología predominante del momento?
El mayor porcentaje de estas personas no ha leído un libro en su vida y los más enterados han leído uno o dos, pero esto no es óbice para conseguir un alto cargo en la Administración. Algunos partidos están llenos de este material. La fiesta está servida. La pagamos los demás.
El otro día oía hablar a varios ministros y sus términos y comentarios eran como pedradas en la frente. Los utilizan en el sentido contrario de su argumentación.
Lo más triste es que estas personas, después de utilizar estas expresiones, no han sido capaces de leer en el diccionario qué significa lo que han dicho. Dicen estas burradas semánticas y, a continuación, se introducen en el coche oficial con su escolta, contentos de lo que han expuesto y en el cómo lo hicieron. Han dado una patada al léxico y ni siquiera se inmutan. Eso sí, con buenas risas que aderezan el desastre. El eco de los aplausos los acompaña un buen rato.
Mañana será otro día, piensan, mientras se apoltronan y arrellanan burdamente en los asientos. Ha sido un día muy duro, pero merece la pena el trabajo que hacemos. Tenemos que conseguir cambiar la sociedad y esculpir mentes obtusas que solo piensen y digan lo que nosotros les ofrecemos, que es donde está la verdad. Lo otro es mentira. Cierran los ojos y oyen una voz que pregunta ¿vamos a casa?
Sí. Por hoy ya hemos trabajado suficiente. Cambiar el país es agotador, pero hay que intentarlo.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España