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TribunaGonzalo Ortiz

El Sahel, una amenaza creciente

Ocupa una posición geográfica que lo hace sumamente atractivo tanto para las grandes potencias como para movimientos islámicos radicales, deseosos de implantar el califato y la sharia

Actualizada 04:30

El golpe de estado del 23 de julio en Níger, la declaración de estado de emergencia en Etiopía el pasado 3 de agosto y los renovados enfrentamientos en Sudán ponen de relieve la volatilidad de un territorio que conocemos como el Sahel. El Sahel cubre una franja de terreno de más de 5.000 km de longitud al sur del Sáhara, que va desde el Atlántico al Índico con una docena de países divididos por zonas desérticas al norte y otras más fértiles al sur. Es una Región poco poblada, con etnias de religiones diferentes y una grave inestabilidad política. Cuando se produjo el «Reparto de África», sancionado por el Congreso de Berlín de 1884, esta enorme extensión de tierra correspondió mayoritariamente a Francia, salvo Sudán, en el eje británico El Cairo-El Cabo y Etiopía, que permaneció independiente (salvo los pocos años de dominación italiana).

La descolonización que se operó en el siglo pasado a partir de 1960 produce una serie de Estados inestables dominados por la tensión musulmanes-cristianos, nómadas-población sedentaria, con frecuentes enfrentamientos tribales y golpes de estado del Ejército. Sólo por mencionar algunos conflictos: tras graves disturbios, Senegal y Mauritania, intercambian poblaciones fijando el río Senegal como frontera. La federación entre Senegal y Mali fue un breve sueño que nunca se convirtió en realidad y Mali y Alto Volta se enfrentaron duramente.

El Sahel, en árabe algo así como «costa», es conocido por sus ciudades emblemáticas, como Chingueti (una de las ciudades santas del islam), Tombuctú o Khartum, y su dependencia del camello (extraordinario animal que puede recorrer sin fatiga y sin beber hasta 50 km diarios) y por haber vivido en el pasado del marfil, del oro y de los esclavos. El Sahel ocupa una posición geográfica (muy recomendado el libro de Tim Marshall «El poder de la geografía») que lo hace sumamente atractivo tanto para las grandes potencias como para movimientos islámicos radicales, deseosos de implantar el califato y la sharia. Francia, la antigua metrópoli, mantiente operaciones militares (p.e. los 4.500 hombres en la operación Serval), pero cada vez se ve más impotente ante la multiplicación y dispersión de los ataques provocados por fuerzas irregulares. China y Rusia miran también a esta zona geográfica que contiene imponentes reservas de uranio, oro, cobre, fosfatos, hierro, gas, litio y finalmente de las llamadas tierras raras (rare earth), con minerales que como el neodymium o el ytterbium son indispensables en la fabricación de laptops, misiles, chips, pantallas ultradelgadas o gafas de visión nocturna.

La debilidad de los Estados abre la posibilidad de que Al Qaeda/Isis pueda crear un nuevo ente político en el mismo umbral de Europa (en inglés in the doorstep of Europe) y para España esta posibilidad es también una amenaza grave que puede surgir en un futuro no demasiado lejano. Por eso, España propuso el proyecto Gra-Si Sahel financiado con 70 millones por la Unión Europea y llevado a cabo por la Guardia Civil con «grupos de rápida vigilancia» encargados de alertar, o combatir los ataques indiscriminados de grupos yihadistas (por cierto, que este proyecto contó con la colaboración del General Espinosa, actualmente procesado en el caso «Tito Berni» ). Y España ha impulsado la «Alianza del Sahel» con Francia, Alemania, Unión Europea, Undp, Banco Mundial y Banco de Desarrollo Africano para allegar 6.000 millones de euros en proyectos múltiples. En esta línea estaba, la por ahora malograda «Gran Muralla Verde» de 16 km de ancho destinada a frenar la extensión del desierto de Sáhara. España estuvo en julio de este año representada en Nouakchot en la 4ª Asamblea General de la Alianza del Sahel por el ministro Albares.

Un paso adelante, dos pasos atrás, crecen en el Sahel los problemas derivados de la seguridad alimentaria y de la propia seguridad en general. El Acnur ha calculado que sólo en 2022 se hubieran necesitado más de 300 millones de dólares en ayuda alimentaria. La población de África crece a mayor velocidad que en el resto del mundo, y se calcula que en 2050 habrá pasado de los 1.200 millones actuales a 2.400. Existe en el Sahel una compleja crisis humanitaria con más de tres millones de personas que han tenido que abandonar sus hogares. Algunos son refugiados económicos que han trashumado por el cambio climático o la ausencia de recursos, otros se han visto forzados a emigrar por las circunstancias políticas, (eclosión de los Fulani, golpes de estado, conflicto Eritrea-Etiopía, repliegue libio inesperado, guerras internas en el Sudán, en un largo etcétera casi interminable). Es una Región donde prevalece el lenguaje de las armas, donde las fronteras son fluidas y profundos los odios ancestrales interétnicos. Francia está cansada de apagar fuegos y de apoyar regímenes poco democráticos. Los Estados Unidos quisieran reforzar su papel en el Sahel, (base de drones en Agadez, Mali) pero son conscientes de sus limitaciones actuales. China está embarcada en imponentes obras de infraestructura que le darán réditos de futuro (iniciativa de la ruta Belt and Road ) y Rusia mantiene vivas en la región unidades Wagner para demostrar visibilidad y eficacia.

Futuro pues incierto para el Sahel, al que se podría aplicar un párrafo del discurso reciente del presidente Macron en Nueva Caledonia, que subrayaba que el mundo necesita «orden, orden y más orden». El Sahel lo necesita, mas el progreso, que nunca acaba de llegar. La evacuación de 17 españoles del Níger tras el golpe de estado es un episodio más, y un éxito (costoso) para el MAOPS del Ejercito español. El golpe en Níger compromete los 60 millones de euros de ayuda anunciados por el gobierno español, que quedarán en el limbo de lo que pudo ser. ¿Debería ser el Sahel una parte importante de la política de defensa de la Unión Europea?

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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