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08 de septiembre de 2024

TribunaJavier Mou

Anatomía de un instante

La izquierda siempre ha sido brillante en el dominio de la comunicación y la propaganda. Profesional y con pocos escrúpulos frente a una derecha amateur en este terreno y con valores morales que, afortunadamente, nunca despreciará

Actualizada 01:30

Leo estos días a Javier Cercas, el premiado escritor extremeño y le veo irritarse en Lo País con el cúmulo de falsedades y barbaridades de Sánchez y de su PSOE.

Como tantos otros votantes de esta Organización, se rasga ahora las vestiduras hablando de la indignidad de «la clase política española», que a su juicio es «cínica, irresponsable y envenenada por el poder, que (…) trabaja para separarnos y que considera el engaño un instrumento legítimo». Como buen novelista, Cercas maneja a la perfección los recursos estilísticos y, en esa frase, utiliza una sinécdoque de manual, suplantando la parte (Sánchez y resto de extrema izquierda gobernante) por el todo (la clase política), sin distinguir entre honestos y mentirosos; entre fiables e inmorales; entre comunistas y demócratas.

Siendo casi obsesiva la admiración de Cercas por Mario Vargas Llosa, recordará la famosa frase: «¿En qué momento se jodió el Perú?» que se puede leer en Conversación en la Catedral, obra cumbre de la literatura hispanoamericana (o latinoamericana, como diría nuestra progresía para esquivar su alergia a lo español).

En nuestro país, está muy claro que el Perú comenzó a estropearse con la llegada de Zapatero, el actual lobista del Grupo de Puebla, pero el plato fuerte llegó con Sánchez, el autócrata.

Cuando se viven día a día momentos y cambios históricos no siempre es fácil darse cuenta de ello ni entender la trascendencia de los acontecimientos. Mientras hablamos de los zapatos de Carlos Cuerpo en su comparecencia ante el Rey o de la levedad intelectual de Yolanda Díaz, su jefe continúa imparable el desguace del Estado de derecho y de la libertad individual. Nunca en la historia de la democracia española nadie fue tan dañino como él y, me temo, aún no somos conscientes de hasta dónde llega su programa de máximos. No me refiero al referéndum de autodeterminación en Cataluña o a la próxima excarcelación de los asesinos etarras, que ya damos todos por descontados. Cosas veremos que nos helarán, aún más, la sangre.

¿Eran conscientes los ciudadanos de Venezuela de los planes de Hugo Chávez al inicio de su primer mandato?, ¿podrían imaginar los camboyanos qué significaba realmente la llegada de Pol Pot y la creación de su «Kampuchea Democrática» en 1975? Interesante denominación oficial la de aquel régimen asesino y no por casualidad tan similar a la de la República Democrática Alemana que conformaba la frontera del terrible Telón de Acero antes de la caída del Muro.

Porque reconozcamos que la izquierda siempre ha sido brillante en el dominio de la comunicación y la propaganda. Profesional y con pocos escrúpulos frente a una derecha amateur en este terreno y con valores morales que, afortunadamente, nunca despreciará. Ahí radica la ventaja competitiva del bloque antiespañol a la que se refiere Abascal de manera certera.

Así se explica esa práctica ya comúnmente aceptada que llena de palabras amables realidades siniestras: progreso cuando se quiere decir comunismo; convivencia institucional para describir la discriminación de unas regiones frente a otras; memoria democrática en vez de falseamiento de la historia; antifascismo en lugar de extremismo violento de izquierda; madres protectoras para describir a las madres secuestradoras; migrante por inmigrante ilegal y así un largo etcétera.

Por no hablar de la censura grosera de Francina Armengol –a la que tanto le cuesta hablar español– en el Congreso de los Diputados, eliminando del diario de sesiones las palabras de Abascal sobre el golpe y las mentiras de Sánchez.

Haciendo gala de ese amateurismo secular la derecha irrumpe siempre con sus meteduras de pata dialécticas arrojando valiosos salvavidas a la izquierda: así, las chocantes palabras de la exalcaldesa de Pamplona sobre fregar escaleras, la desafortunada declaración de Abascal en Argentina comparando el final del autócrata con el de Mussolini o la respuesta desmedida de Ortega Smith al provocador concejal comunista en el ayuntamiento de Madrid.

Al tiempo, en silencio, la izquierda derriba complaciente cada pilar de nuestra democracia. En este lustro sanchista hemos visto pisotear el cumplimiento de artículos constitucionales tan relevantes como (lista no exhaustiva) el 6 y el 9, sobre el respeto de los partidos políticos y los poderes públicos a la norma fundamental; el 14, relativo a la igualdad de los españoles ante la Ley, nada menos; el 16, sobre la libertad ideológica, cortesía de la infumable Ley de Memoria Democrática (sic); o el 34, que prohíbe la existencia de un sistema tributario de carácter confiscatorio.

La anestesia, sin duda, está resultando más peligrosa que la amnistía, pero como no hay mal que cien años dure, con un poco de suerte, en un tiempo volveremos a votar, esta vez con mejor resultado.

Spoiler: Javier Cercas, García Page y varios millones de indignados más volverán a votar al Sanchismo.

  • Javier Mou es experto en capital humano
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