España y la República Popular de China
Sabemos que el PCCh nunca ha representado al pueblo chino. La sangre ha cedido desde Mao y «La Banda de los Cuatro», pero no la imposición: prueba del nueve es el ex VI Presidente de la República, el liberal Hu Yintao, expulsado en público del Congreso de su Partido hace un par de años ante la impavidez de sus colegas
1. El PCCh busca presentar China al resto del mundo como el éxito deslumbrante del partido único y la economía semi-dirigida sin libertades, articulados por una ideología/cultura controlada de raíz, encarado a la supuesta debilidad interna y exterior de las democracias esturadas mediante garantías individuales y colectivas en defensa de la libertad, definitoria no sólo de sus economías, sino de su civilización. Pekín frente a Bruselas-Washington.
2. Los lugares comunes deberían penalizarse por el aburrimiento casi termonuclear que desatan, si entendemos por lugar común la reiteración del pensamiento pobre y escuálido, frente a las numerosas facetas del esplendor de la verdad, siempre vitales y vivas.
En efecto, un capital humano trimilenario y culturalmente presente en los cinco continentes como el que conforma España -al menos a partir de la fundación de Cádiz- expresa siempre un hondo respeto y una antigua admiración hacia el pueblo chino amigo, su capacidad de trabajo e iniciativa, de generación de saberes y civilización, en una rica Historia que le proyecta al futuro como protagonista de la economía internacional del conocimiento.
La mayor parte de los españoles, sin embargo, tenemos severas reservas hacia ese sistema de partido único que imponen por la fuerza el PCCh, su policía política y no pocos elementos del Ejército Popular de Liberación -aún nos duele Tiananmén- para consolidar una China no democrática, marcada por la prohibición de actuaciones individuales y colectivas libres en la sindicación, la asociación o la opinión, pero lanzada a un creciente poder económico, político y militar, en la que sobran todas las propuestas que el Partido no avale.
Sabemos que el PCCh nunca ha representado al pueblo chino. La sangre ha cedido desde Mao y «La Banda de los Cuatro», pero no la imposición: prueba del nueve es el ex VI Presidente de la República, el liberal Hu Yintao, expulsado en público del Congreso de su Partido hace un par de años ante la frialdad de las cámaras de televisión y la impavidez de sus colegas, Xi incluido, quien muestra contra su voluntad en ese audiovisual la ausencia medioambiental de seguridad jurídica bajo su régimen.
La identificación de la gran China con los políticos del PCCh es imposible, aunque esa nomenklatura desde un nacionalismo primario instrumental quiera hacerlo creer a través de medias verdades, artificios falaces, trajes oscuros y presuntas elecciones -no libres-, como arquitecturas efímeras de omnipotencia política. Las empresas de aquel gran país, siempre permanecen controladas por el poder, jamás son privadas: ¿alguien recuerda a Jack Ma, fundador y presidente de Alíbabá, cuando en 2018 el «Diario del Pueblo» quiso publicar que figuraba inscrito en el Comité Central del Partido Comunista? Fue un aviso a otros navegantes que se pretendieran autónomos. Compañías chinas con presencia exterior reciben financiación oscura de un sistema bancario también público y pueden decir con razón que no les afectan los aranceles europeos sobre sus exportaciones a la UE, mientras sus líderes nos informan -doy fe- de que los accionistas de esas firmas son sus trabajadores y sólo ellos.
Por eso, nadie bien informado en nuestra Europa o en Estados Unidos deposita su confianza sobre tantos baratos dispositivos hechos en China, prohibida cualquier reivindicación social o económica de los trabajadores, sin algún respeto por la propiedad intelectual de Occidente y a sueldos bajos, cuya puerta trasera, desconocida por el comprador, permite con frecuencia enviar toda la información sobre la actividad de la máquina y su dueño a servidores emplazados en el Celeste Imperio. Por ello, buena parte de los sistemas nacionales de seguridad y defensa de nuestra democracias prohíben su uso. Sin más.
3. Sobre estas bases, los apparatchiks del comunismo pekinés buscan la hegemonía de su país, también en el campo de la defensa y con pretensiones territoriales alejadas del Derecho Internacional, por dos medios y una conclusión.
Primer medio: fortalecimiento de China como polo de partido único y alta tecnología, rico, que crecería como alternativa, también de Defensa, frente al otro polo, un Occidente próspero y democrático, pero envejecido y cuyo progreso técnico ya no es único: al que valdría la pena trabar.
Segundo medio: hegemonía de la estructura económica internacional mediante su exportación de bienes de alto valor añadido, como coches eléctricos, móviles, células solares, fibras de comunicación o las investigaciones en el 6G, sumado al dominio de las líneas de comunicación y navegación.
En lo que a España concierne directamente, una de estas líneas resulta la mejor vía de unión entre el Indopacífico y el Atlántico: China tiene inversiones clave en los puertos de Gwadar (Pakistán), El Pireo, del que hoy controla el 61 por ciento, Trieste con su comunicación por ferrocarril a toda Europa central, o Génova y su acuerdo con Shenhzen, para llegar a España, donde Hutchison y MSC invierten en el de Barcelona -que así se separa de la propiedad española- mientras COSCO participa en los puertos de Valencia, Bilbao y Algeciras, al tiempo que los intereses chinos avanzan en el portugués Sines, de aguas profundas.
La conclusión viene de Gramsci: sin olvidar la estructura, interesa llegar a un suficiente grado de control o neutralización de las superestructuras científicas, tecnológicas y universitarias avanzadas y de las sociedades civiles occidentales.
Pekín -con el Sur Global, al que intimida- busca un nuevo mundo bipolar, al que se inclina Putin. España debe contribuir a disuadirle, desde el otro polo.
- José Andrés Gallegos del Valle es embajador de España