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28 de septiembre de 2024

TribunaJuan Ignacio de los Mozos Touya

¡Ya podrán!

Hoy la lucha por la VIDA con mayúsculas ha de abarcar también el final de la vida en condiciones de dignidad y la existencia que hay entre esos dos momentos capitales de la vida humana, de la concepción a la muerte natural

Actualizada 01:30

En el pomposo escenario del Palacio de Versalles los siniestros sacerdotes de una religión sin Dios decidieron por una aplastante mayoría resolver de una vez por todas los graves problemas que aquejan a Francia con una extraordinaria medida taumatúrgica: la eliminación de los no nacidos, eso sí, disfrazada de libertad de la mujer.

Cuando no hay forma humana de embridar el tema de las pensiones, la reducción del número de funcionarios, la inseguridad en las calles o la violencia en las aulas, la integración de los inmigrantes, el endeudamiento galopante de las cuentas públicas, las legítimas protestas de agricultores y ganaderos o el fracaso de la política exterior francesa, incluso en la llamada «francofonie», se ha encontrado un excelente «chivo expiatorio» en que casi todos los parlamentarios galos han estado de acuerdo. El no nacido es percibido como una amenaza peligrosa para el buen funcionamiento de los servicios públicos, el mercado laboral, el futuro de las pensiones, el estado del bienestar, la libertad sexual… porque, no nos engañemos, el aborto es hoy un salvaje y antediluviano método de control de la natalidad.

Esta ley aprobada de manera bastante unánime recuerda la célebre fábula de Lafontaine de Les animaux avec la peste, en que el rey de la selva, al ver sus campos cubiertos de cadáveres por causa de la peste, se le ocurre para aplacar a los dioses sacrificar al culpable, así pues llama a todos los animales que confiesan millones de robos y muertes, pero ¡ay! quedaba por sincerarse el burro, el cual confiesa balbuciente el «crimen» de haber comido un día de verano trigo verde de un campo sin vigilancia, entonces todos los animales, a una, le declaran culpable y reo de muerte.

Lo que diferencia la fábula del actual atropello, como salta a la vista, es que el «pecador», en este caso, ni siquiera ha cometido la más mínima falta, no ha dicho palabra porque no puede hablar ni defenderse, es por definición qui fari non potest, el que no puede hablar y, por tanto, alguien en justicia debió hacerse cargo de su defensa, parece que unos pocos. El que es «uno de nosotros», porque todos hemos sido antes «uno de ellos» y por eso tiene nuestra misma dignidad, ha sido sacrificado por la mayoría en el altar del dios de la muerte, en una decisión cruel e injusta porque si el Derecho existe y se justifica es para proteger a los débiles de los fuertes y de todo lo que les impida realizarse como personas, por lo que obrando de esta manera el Derecho se niega a sí mismo al permitir la muerte del más indefenso de los seres humanos. El Derecho, y no hay que olvidar que la Constitución está en la cima del ordenamiento jurídico, se ha convertido en no-Derecho.

Pero los legisladores franceses, sin ellos saberlo, al aprobar esta ley estaban segando la hierba bajo sus pies al aislar la vida humana de sus comienzos, dejándola a merced de nuevas leyes injustas, porque éste no es más que el comienzo, no de la lucha por incluirla en la Constitución europea como pretende Macron, sino de una larga serie de ataques contra la VIDA con mayúsculas por motivos eugenésicos o de simple utilidad social. Ya ha anunciado el presidente francés una ley de eutanasia.

Porque hoy la lucha por la VIDA con mayúsculas no se puede limitar a la defensa del no nacido aunque sea su «leitmotiv», su centro, origen e inspiración por lo que tiene y tendrá un valor fundamental, sino que ha de abarcar también el final de la vida en condiciones de dignidad y la existencia que hay entre esos dos momentos capitales de la vida humana, de la concepción a la muerte natural. Para ello habrá que batallar sin desfallecer para preservar y defender la VIDA de los ataques contra la integridad física y moral o del sometimiento de las personas a condiciones indignas o degradantes, por eso, además de la lucha contra el aborto o la eutanasia, la defensa de la VIDA con mayúsculas debe comprender la lucha contra el transhumanismo, contra la tortura y la pena de muerte, contra toda forma de esclavitud y, en consecuencia, contra la prostitución y la trata de seres humanos, por citar los temas más relevantes.

  • Juan Ignacio de los Mozos Touya es jurista
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