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TribunaIgnacio García de Leániz

La ausencia de los mejores

Cuando aquellos mejores no ejercen una influencia y liderazgos activos, (ese era su destino y vocación) se empobrecen ellos mismos, y se rebajan en su exilio civil al tiempo que se degrada el resto de la sociedad

Actualizada 01:30

En esta crisis político y social nuestra que estamos viviendo como sonámbulos, conviene coger perspectiva y apoyarse en Ortega (uno de nuestros mejores) para comprender la raíz de nuestro malestar. Y una causa no menor y que explica muchas cosas, es lo que nuestro pensador madrileño tipificó en España Invertebrada como «la ausencia de los mejores», esto es , el dominio de la vida pública y sus instituciones no por aquellos que ostentan el mayor saber, competencia y dignidad, sino bien al contrario. Si contrastamos la dolencia que Ortega diseccionó hace ya cien años con nuestra realidad nacional de hogaño, no encontramos sino pasmosa semejanza. Hasta el punto que podemos decir que de «los mejores», hoy cabe predicar lo que Ortega decía de las correrías venatorias del conde de Yebes: «Nadie sabe dónde está, porque está donde no está nadie». Así sucede ahora cuando constatamos la evaporación de los mejores sea en la gobernanza de la nación, en sus instituciones vitales o en la vida parlamentaria … En una vida pública, en suma, que asiste a un proceso de degradación que nos hace recordar la anécdota de Belmonte y su banderillero que llegó a gobernador de Huelva: En degenerando al decir sevillano del maestro. Hoy los rehileteros han alcanzado gobernaciones más altas hasta las cumbres mismas de la cordillera del Estado.

Porque sucede que en la vida social y política se cumple rigurosamente aquella ley económica por la que la moneda mala expulsa a la buena. En nuestro caso se da una conjunción funesta: la de ese individuo vulgar e ignorante que ya en el poder ejerce su mando de forma particularista y burda, y promueve con sus barreras de entrada la presencia de minorías sobresalientes excluyéndolas de las instituciones no por tal o cual ideología, sino simplemente por ser eso: mejores. Y ello provoca que estos ni se plantean ya por pura supervivencia echarse el país a sus espaldas, ante el resentimiento que se tiene hacia los más valiosos. Queda el mejor así encapsulado, recluido en una vida particular, exiliado de la vida pública, y viviendo forzosamente extramuros del precipicio de nuestra crisis. Y queda por ello nuestra sociedad civil mortecina, raquítica ante el apartamiento y deserción de los más sobresalientes, lo que permite como vemos ahora el abuso continuo del poder sin el contrapeso efectivo de la inteligencia crítica, competente y honrada.

Pero se da al mismo tiempo otra letal paradoja: cuando aquellos mejores no ejercen una influencia y liderazgos activos, (ese era su destino y vocación) se empobrecen ellos mismos, y se rebajan en su exilio civil al tiempo que se degrada el resto de la sociedad, ayuna de su magisterio y ejemplaridad. Y se cumple indefectiblemente como padecemos ahora aquel lamento aforístico de Machado: «Qué difícil es cuando todo baja no bajar también». Y esta bajada de nivel generalizado –y también fomentado desde nuestro poder gubernamental mediante las «técnicas de envilecimiento» de las que hablaba Gabriel Marcel– explica la reiteración de sucesos insólitos hasta hace unos años en los usos políticos en nuestro país.

¿Qué puede hacer cada uno de nosotros, simples ciudadanos, ante este vaciamiento en el espacio público de la excelencia profesional y moral, en definitiva, de los mejores y el predominio de los peores?

Se me ocurre por de pronto no renunciar en nuestro proyecto vital y en nuestras preferencias íntimas a precisamente lo mejor que nos ofrece la realidad y que está depositado en nuestro fondo individual. Planta cara a lo peor de nosotros mismos que está siempre ahí acechándonos en sus oscuridades, y exigir en la vida pública no solo a través del voto la comparecencia de la excelencia, hoy tan orillada. Para ese proceso de perfeccionamiento personal y luego colectivo recomiendo la lectura de un librito de Julián Marías todavía hoy disponible a la mano: 'Tratado de lo mejor'. Seguro que nos hará compartir y vivir el significado de aquella confidencia de Goethe que tanto entusiasmaba a Ortega: « Yo me confieso del linaje de esos que de lo oscuro a la claro aspiran.»

  • Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos. Universidad de Alcalá de Henares
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