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Patxi Bronchalo

La perversa teoría de género

Actualizada 09:58

Me encanta el pasaje del capítulo 19 del Evangelio de San Mateo en el que unos fariseos se acercan a Jesús para tenderle una trampa. Le preguntan si es lícito que un hombre repudie a su mujer y le citan a Moisés a modo de falacia de autoridad. Téngase en cuenta que Moisés es el autor de la Ley, una de las grandes figuras del judaísmo. ¿Es lícito ir contra lo dicho por Moisés y dejar de dar como válido el repudio a las esposas? Pregunta de estilo típico de mala tertulia populista televisiva para poner entre la espada y la pared, que a Jesús no parece importarle. Tal y como hacen los hombres audaces e inteligentes va a dar una contestación genial que va a ser también una lección para nosotros, hombres posmodernos. Jesús remite al principio, a una ley que estaba dada antes que la de Moisés. Va a decir que ya es tiempo de ir más allá y seguir profundizando en la verdad que el ser humano tiene inscrita en el corazón. Existe una ley natural que nos habla de que todos y cada uno de nosotros tenemos un diseño desde el principio, una ley universal que llevamos de serie del mismo modo que tenemos ojos, brazos, uñas o imaginación. Tenemos además libertad para seguirla o para rechazarla, aunque rechazarla nos hará paradójicamente menos libres porque seremos esclavos de nuestro egoísmo, nuestra apetencia y nuestras heridas.

Ir al principio de las cosas es fundamental. De cómo respondamos a la pregunta más fundamental de la vida, ¿quién es el hombre?, va sin duda a depender de cómo vivamos y nos comportemos, qué criterios tengamos ante los demás y qué tipo de decisiones tomemos. Saber vivir es saber tener claro quiénes somos. A lo largo de la historia las distintas filosofías, religiones y corrientes de pensamiento han dado respuesta a esta primera pregunta fundamental. La respuesta que socialmente se ha dado ha marcado sin duda el cómo han vivido colectivamente las distintas civilizaciones. Nuestro tiempo está marcado por ser, mas que una época de cambios un cambio de época, en el cual para muchos la pregunta sobre quiénes somos ya no se entiende desde Dios y desde un diseño original en la naturaleza sino desde el propio hombre, que se ha erigido en el nuevo diosecillo que supuestamente tiene respuestas para todo. Como se deduce, puede llegar a haber tantas respuestas a la pregunta como hombrecillos traten de responderla. Hoy vivimos inmersos en un relativismo filosófico en el que se dice que el hombre no es ya lo que le viene dado por su naturaleza y está llamado a reconocer, cuidar y entregar, sino se construye a sí mismo independientemente de lo que la biología le diga. El hombre de hoy alaba y patea lo científico al mismo tiempo, según le convenga.

La respuesta de que somos nosotros lo que construimos quienes somos es la llamada teoría de género, muy difundida hoy en la educación y la cultura, que dice que las personas nacemos con un sexo biológico pero que después hay que elegir a qué género queremos pertenecer, independientemente de que tengamos pene o vulva. Haber quitado la verdad de Dios y del diseño natural como respuesta a la pregunta fundamental y principio de todo, trae sus consecuencias. Muchos jóvenes con heridas psicoafectivas son atraídos por esta perversa teoría ante el atractivo de toda la maquinaria ideológica a su servicio, que la mueve y presenta como un caramelo apetitoso, a través de series, películas y charlas supuestamente educativas en colegios e institutos. Un caramelo que por dentro está envenenado. Muchos comienzan a probar de todo en sus relaciones afectivas y sexuales, a hormonarse y someterse a cirugías de cambio de sexo que paga papá estado, a vomitar el odio que llevan dentro por las heridas del pasado contra toda persona sensata que se atreva a decir que ese camino no es adecuado y que no van a ser felices. Con los años, ¿qué sucede? Sigue habiendo vacío, porque la pregunta fundamental sigue ahí, porque ir contra la propia naturaleza para ser feliz es como tapar una herida de bala con el dedo en vez de afrontar que hay que curarla. Y quienes de ellos se atreven a decir públicamente que se han equivocado son defenestrados por los nuevos fariseos de nuestro tiempo, esos nuevos puritanos sin Dios que animan a todo pero no se manchan las manos por nadie cuando vienen las consecuencias.

Como aquella mujer a la que Jesús salvó del repudio, hoy muchos están postrados y van empezando a reconocer el daño que les ha hecho seguir la porquería de esta teoría ideológica. En su continua huída hacia adelante el hombre posmoderno no quiere ni oír hablar de volver a asomarse al principio, y mucho menos de reconocer sus errores del pasado. Pero un cristiano siempre está atento a poner lo que falta, a levantar al caído y a quitar las piedras que tapan los sepulcros. Atentos hermanos. Hoy somos contraculturales. Estemos dispuestos a perder la vida por decir y obrar con verdad ante el que sufre, aunque lluevan palos.

La paz.

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