Entrevista a monseñor Ginés García Beltrán, obispo de Getafe
«Si hubiera necesidad, el seminario de Getafe se uniría al de Madrid. Pero no es el momento»
El titular de la diócesis del sur de Madrid organiza una «Oración con el obispo» mensual, a la que acuden cerca de 500 jóvenes
Fue elegido por el resto de obispos para formar parte de la reducida comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española, un «honor» que comparte con solo cinco prelados más. Nacido en octubre de 1961 en Lorca (Murcia), monseñor Ginés García Beltrán ingresó en el seminario mayor de Almería –entonces con sede en Granada– a los 18 años de edad. Ordenado sacerdote en 1985, es licenciado en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (1986), donde también cursó estudios de doctorado en Derecho Canónico. Se especializó en derecho matrimonial en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Benedicto XVI le designó en 2009 como nuevo obispo de Guadix (Granada), y nueve años después, Francisco le encomendó la diócesis de Getafe (Madrid).
–En agosto fue usted con todos los seminaristas de Getafe a visitar al Papa a Roma. Dicen que Francisco se sorprendió al ver a un grupo tan numeroso y le preguntó que cuál era el secreto...
– Sí, así es. Bueno, en ese estilo tan castizo que tiene el Papa, cuando entró y vio que había un número tan grande de seminaristas, se dirigió a mí y me dijo: ¿Son de una sola diócesis? Y le dije que sí. Y dice: Y tú, ¿que haces para conseguirlo? Bueno, evidentemente yo no hago nada, pero es una bendición para una diócesis como Getafe el tener este número de seminaristas. Lo que queremos es que lleguen a ser sacerdotes y sean santos sacerdotes. Personas preparadas, pero sobre todo con con un corazón muy sacerdotal.
– Desde el inicio de la diócesis de Getafe, su seminario siempre ha estado bien surtido. ¿Cuál es la clave?
– Yo creo que el secreto de cualquier vocación –en Getafe o en cualquier sitio– es la vida cristiana. Si tenemos vida cristiana, tendremos vocaciones, porque todo el que vive una vida cristiana auténtica se pregunta alguna vez –o muchas veces– en su vida: Señor, ¿tú qué quieres de mí? Si hay jóvenes que le preguntan al Señor ¿qué quieres de mí?, muchos, o algunos, encontrarán la respuesta. Por eso yo creo que si tenemos comunidades vivas, que sean de referencia, que anuncien el Evangelio de verdad, que vivan una vida de fraternidad, tendremos vocaciones.
En torno a 500 jóvenes
– ¿De dónde les suelen llegar los aspirantes al sacerdocio?
– Vienen sobre todo de las parroquias. Es verdad que ayuda mucho una buena pastoral de la juventud, porque los chicos sienten la Iglesia muy cercana. Yo, por ejemplo, me reúno un viernes al mes por la noche a rezar con los jóvenes en lo que llamamos la Oración con el obispo. Suelen venir en torno a 500 jóvenes a rezar. Eso crea un ambiente de familia para con la diócesis, para con el obispo. No es una persona alejada, sino que es un padre al que me acerco, con el que hablo. Esto también es importante. Y después también hay que reconocer que varios de nuestros seminaristas vienen de los movimientos eclesiales.
– Y eso que su diócesis está enclavada en lo que antes se conocía como «El cinturón rojo»... ¿Encuentran también mucha animadversión, mucho anticlericalismo?
– La diócesis del sur de Madrid tiene ya casi 2 millones de habitantes. En esos barrios inmensos la gente ya no está en contra. Simplemente, ignora. Por tanto, creo que esa ignorancia del pueblo en general es tierra virgen. Y lo que el Señor nos está pidiendo es que metamos el arado y que labremos esa tierra. Y cuando uno trabaja esa tierra, la tierra da fruto. Por eso, por ejemplo, este año hemos tenido 37 bautismos de adultos, algunos de ellos, provenientes de otras religiones. Mucha gente lleva al niño a la catequesis y se queda enganchada a la parroquia, porque de pronto ha redescubierto a ese Cristo del que nunca más ha oído hablar desde la Primera Comunión. La gente tiene una sed de Dios impresionante. Y esto es un momento pastoral privilegiado para no quedarnos en la queja, sino para meter el arado.
Emaús, Efettá, Bartimeo, Hakuna...
– ¿Han probado en su diócesis los nuevos métodos de los que tanto se habla? ¿Funcionan? ¿En qué medida hay que ir por esa línea?
– Sí, sí. Yo creo que no existe en el año un solo fin de semana en el que no haya Emaús, Efettá, Bartimeo, Proyecto de Amor Conyugal, Hakuna, Cursillos de cristiandad... Estos son los métodos de primer anuncio en nuestro plan pastoral. Por lo que decía antes, el problema hoy no es que la gente rechace a Dios o la Iglesia; es que los desconoce. El valor que aportan es la cercanía, el impacto, el mostrar a un Jesucristo fresco, no ideologizado, una experiencia, una presencia. El gran desafío es la continuidad. Recuerdo que un señor, en una visita pastoral, me dijo: Padre, ustedes nos abren el apetito, pero después deben darnos de comer. Y yo creo que este es el gran reto, no solo en mi diócesis, sino en todas. Pero estoy convencido de que este primer anuncio es un don de Dios que el Espíritu Santo pone en la Iglesia, porque realmente la está transformando.
– Volviendo un momento al tema de los seminarios, el curso pasado se anunció que Alcalá de Henares y Madrid unían los suyos. A algunos les llamó la atención que Getafe no se integrara también...
– El Papa lo que quiere es asegurar una buena formación humana, espiritual, intelectual y pastoral para nuestros seminaristas. Yo he sido obispo de una diócesis rural y es verdad que un seminario con poquitos seminaristas puede empobrecer. Yo creo que el sentido común nos llama a unir esfuerzos y a unir fuerzas. También es verdad que uno no quiere renunciar al propio seminario. El seminario es el termómetro de la vitalidad de una diócesis.
Es verdad que, cuando se habló de la unión de los seminarios de la provincia eclesiástica de Madrid, no nos sumamos, porque nosotros tenemos ahora mismo –y esperemos que siga así– un número suficiente de seminaristas (cuentan con 37). Ellos se encuentran cada mañana con sus compañeros de Madrid y Alcalá de Henares en la facultad de Teología de San Dámaso. A mí me parece muy importante que Getafe tenga su propio seminario. Si hubiera necesidad, sin duda que lo haríamos. Pero yo creo que en el plan que Roma plantea, en este momento no llama a unirnos a otros, sino a tener nuestro propio seminario.
– Por lo tanto, no es algo que ocurra previsiblemente en los próximos años...
– No. Ni el arzobispo de Madrid ni el obispo de Alcalá nunca han planteado esa unión de los tres seminarios. Si nos uniéramos todos, casi que tendríamos que hacer varias sedes, porque no habría suficiente espacio en el seminario de Madrid. Además, hay muchas formas de unión. Nosotros estamos unidos en la facultad de Teología de San Dámaso. Mi deseo sería que cada diócesis tuviera su seminario con número suficiente de alumnos.
La sinodalidad y el Magisterio
– Otro tema distinto: la sinodalidad de la que tanto se habla. Pareciera que algunos la ven como la ocasión para cuestionar el Magisterio, para tratar de forzar novedades –sacerdocio femenino, el celibato, la homosexualidad–, mientras que otros tienen una imagen muy negativa de la sinodalidad. ¿Cómo hay que entenderla?
– Sí, sí. Tendríamos que dejarnos llevar menos por los titulares. Yo creo que hay que entender la sinodalidad en todo su sentido. No es una realidad nueva. Va con la Iglesia ya desde los primeros siglos. Hay algún Padre de la Iglesia que dice que la Iglesia tiene nombre de sínodo. A lo largo de la historia, la Iglesia –que tiene muchos rostros, porque es muy rica– se ha fijado en un aspecto que venía bien al contexto cultural del momento para evangelizar. Por ejemplo, durante mucho tiempo, la Iglesia ha sido definida como sociedad perfecta. En tiempos de Pío XII, se quiso resaltar mucho la imagen de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Y ciertamente que lo es. El concilio Vaticano II tiene varias otras imágenes para la Iglesia, como pueblo de Dios, sacramento universal de salvación... Y ciertamente que lo es. Yo recuerdo, en el año 85, el Papa Juan Pablo II –que también habló mucho de sinodalidad, por cierto– acuñó una expresión muy bonita: la Iglesia, misterio de comunión y misión. En todas sus exhortaciones apostólica la citaba.
El Papa Francisco quiere destacar el rostro de la Iglesia como sínodo. Porque la Iglesia es sínodo: somos un pueblo que camina unido, que somos fundamentalmente iguales por el bautismo. Es verdad que después tenemos distintos carismas y ejercemos distintos ministerios. Es verdad que esto se tiene que expresar en la vida de la Iglesia y en sus estructuras. También es verdad. Yo he leído y releído lo que el Papa ha dicho y lo que ha escrito; lo que el propio sínodo ha dicho o ha escrito. Y yo creo que va en esta línea.
En este contexto salen temas que están en la opinión pública. El Papa es partidario de que se hable todo. Evidentemente, él tiene muy claro lo que es la Iglesia y lo que es la sinodalidad.
Sin cambios magisteriales
– ¿Usted cree entonces que no se van a producir cambios en el Magisterio?
– Bueno, yo creo que no va a haber grandes cambios magisteriales. Que pueda haber cambios en la dinámica eclesial, pues creo que sí, incluso creo que muchos de ellos son necesarios. Tocar la doctrina me parece que es un tema mucho más profundo, más fuerte. Y yo creo que en ese sentido ninguno de estos grandes cambios que muchas veces aparecen en la opinión pública, ni está suficientemente maduro, ni creo que en algunos casos pueda darse por por el propio mensaje cristiano.
– Podríamos decir entonces, por ejemplo, que el tema del sacerdocio femenino está cerrado...
– Yo creo que sí. San Juan Pablo II cerró este tema y yo pienso que doctrinalmente no hay ninguna novedad en ese sentido.
– La última encíclica del papa, de hecho, parece que es algo así como una vuelta a la doctrina «de siempre» de la Iglesia, de la confianza ilimitada en el Señor Sagrado Corazón de Jesús. A algunos les ha sorprendido...
– ¡Pero no puede ser de otro modo! Sí es verdad que a alguno le puede sorprender, pero no, no puede ser de otro modo. Es decir, si quitamos la esencia del cristianismo, nos hemos cargado el cristianismo. Y la esencia se puede quitar por un extremo y se puede quitar por el otro, ¿no? A mí hay cosas de esta encíclica que me tienen fascinado porque me parece de una belleza conceptual y de expresión verdaderamente preciosa. Cuando ves ciertos santos que, en la mente de alguno, estarían como «pasados de moda», como santa Margarita María de Alacoque y otros, y ves la interpretación que el Papa hace de ellos, que es la interpretación verdadera, como, por ejemplo, una lucha contra el jansenismo, para volver a un Cristo humano, y por eso divino. Me sorprende, no porque no lo supiéramos, sino porque decirlo en este momento y en este contexto me parece verdaderamente importante.
Hay una afirmación que vosotros, en alguna entrevista en El Debate, también habéis sacado. Son palabras del arzobispo Bruno Forte, cuando presenta la encíclica que dice que toda la doctrina social del Papa Francisco hay que leerla desde Dilexit nos.
– Gracias por leernos, don Ginés...