
Un sacerdote ora por un mendigo enfermo
Día del Seminario
Por qué los curas no pueden casarse y permitirlo no aumentaría las vocaciones
Con motivo del Día del Seminario, vuelve el debate sobre si la falta de vocaciones podría solucionarse, dejando que los sacerdotes se casaran. Una cuestión cuya respuesta esconde otra pregunta aún más importante: ¿por qué no pueden casarse?
Toledo, Madrid, Zamora… varias diócesis españolas han lanzado estos días diferentes videos para promover las vocaciones sacerdotales, con motivo de la festividad de san José, patrón de los seminaristas. Y el debate ha vuelto a abrirse en las redes sociales: ¿por qué los sacerdotes no pueden casarse? ¿No habría más vocaciones si pudiesen tener mujer e hijos? ¿No sería un modo de reducir la falta de sacerdotes, sobre todo en entornos rurales o deprimidos demográficamente?
La cuestión no es nueva. El celibato sacerdotal es una de las disciplinas más cuestionadas en torno a la Iglesia católica, y tanto en el Sínodo de la Amazonía como en el de la Sinodalidad ha vuelto a ser puesta sobre la mesa (aunque, a decir verdad, más bien desde grupos minoritarios entre los católicos, y desde voces de fuerte impacto social pero alejadas e incluso contrarias a la vida eclesial).

Entrevista al doctor en Teología José Juan Fresnillo
«El Papa Francisco ha recordado una y otra vez que el sacerdocio femenino es un tema zanjado»
Sin embargo, la raíz de este modo de vida es profundamente evangélica y su importancia va mucho más allá de una simple norma disciplinaria. De hecho, y a pesar de las voces que periódicamente sugieren que eliminar la exigencia del celibato podría aumentar el número de clérigos, la experiencia de otras confesiones cristianas demuestra lo contrario.

El vídeo que ha lanzado el seminario mayor de Toledo para fomentar las vocaciones
El origen del celibato
En rigor, el celibato sacerdotal no es un capricho eclesial, sino una tradición arraigada en el ejemplo de Cristo y de los Apóstoles. Aunque en los primeros siglos de la Iglesia hubo clérigos casados (en los evangelios, se cita a la suegra de Pedro, por lo que, o estaba o había estado casado), el ideal de la continencia perfecta se fue imponiendo progresivamente.
Un sacerdote reparte caramelos entre los alumnos de un colegio católico en África
Ya en el siglo IV, los concilios de Elvira (306) y Cartago (390) establecieron normas que exigían a los sacerdotes vivir en castidad y continencia, aunque estuvieran casados antes de la ordenación. Y aunque la práctica de la vida célibe era lo común (en imitación del propio Jesús), no fue obligatorio para el clero latino hasta el I Concilio de Letrán (1123), y fue reafirmada durante el Concilio de Trento (siglo XVI).
Actualmente, el Catecismo explica que el celibato es un don que permite a los sacerdotes «entregarse plenamente a Dios y a su pueblo» y «es un signo de esta nueva vida al servicio de la cual el ministro de la Iglesia es consagrado; y aceptado con un corazón alegre, anuncia de manera radiante el Reino de Dios».
La experiencia protestante
Uno de los argumentos más frecuentes a favor de la supresión del celibato es que podría aumentar el número de vocaciones. Sin embargo, la realidad de otras confesiones cristianas que permiten el matrimonio en su clero demuestra lo contrario.
Por ejemplo, en la Comunión Anglicana, donde los sacerdotes pueden casarse, la crisis vocacional es incluso más grave que en la Iglesia católica. En Inglaterra, el número de ordenaciones anglicanas ha disminuido dramáticamente en las últimas décadas, al punto de que muchas parroquias carecen de ministro estable.

Un sacerdote saluda a sus parroquianos a la salida de misa
Tampoco es análoga la praxis de los pastores protestantes, cuya presencia pastoral nada tiene que ver con la de los sacerdotes católicos, pues su trabajo como «pastor» sigue horarios similares a los de un empleado en su jornada laboral. Por el contrario, en cualquier parroquia es fácil comprobar la enorme disponibilidad que debe tener el sacerdote para confesar, llevar la comunión a los enfermos, atender el despacho, dispensar los sacramentos, llevar direcciones espirituales o acompañar a grupos de laicos, con especial dedicación los fines de semana. Un horario 24/7, difícilmente compatible con la necesaria presencia en el hogar de un padre de familia.

«El deseo de servir a Cristo estaba en mi corazón»
Un hombre regresa al sacerdocio 50 años después de abandonarlo
Incluso en las Iglesias Católicas Orientales, donde se permite la ordenación de hombres casados, tampoco se ha experimentado un auge de vocaciones. De hecho, en muchas de ellas se da la paradoja de que los sacerdotes que abrazan el celibato suelen ser más numerosos en algunas regiones.
Las razones de los Papas
Pero, más allá de una cuestión práctica, san Juan Pablo II ya explicó que el celibato sacerdotal no es una exigencia disciplinaria, sino una expresión de la configuración total del sacerdote con Cristo: «El sacerdote es llamado a ser una imagen viva de Jesucristo, Esposo de la Iglesia. Su celibato es un testimonio de la entrega total a Dios y a la comunidad», dejó escrito en Pastores Dabo Vobis.
También el Papa Francisco afirmó en 2023 que «el celibato es un don para la Iglesia» y que revisarlo «no solucionaría el problema de las vocaciones».

Un sacerdote imparte la unción de enfermos a un fiel
Así, como vienen indicando los Papas desde san Pablo VI, la escasez de vocaciones no se debe al celibato, sino a una crisis más profunda: la falta de fe. De hecho, en países como Polonia o algunas regiones de África, donde la fe sigue siendo fuerte en las familias y en la sociedad, las vocaciones sacerdotales son abundantes a pesar de la exigencia del celibato.
Ya lo escribió Benedicto XVI en 2007, en Sacramentrum Caritatis: «No es el celibato el problema de las vocaciones, sino la pérdida de contacto con Dios. Allí donde hay fe viva, el deseo de entregarse a Dios sigue existiendo».