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RAÍZ Y COPARocío Solís

La odisea de una madre en el mes de julio

Julio me permite poderle preguntar a mi marido cosas tan poco urgentes, tan fuera de agenda familiar, como que por qué me gusta este tiempo

Actualizada 10:25

¿Por qué me gusta a mí tanto el mes de julio? Le preguntaba yo a mi marido el otro día sabiendo que entendía bien el contexto de la retórica.

Si es un mes en el que me vuelvo loca para cuadrar campamentos, con sus consiguientes formularios, la tarjeta sanitaria que no se olvide, el pago, ¡la maleta! venga Decathlon pallá y pacá. Un mes en que irse a trabajar es salir con la consigna «pilla de la nevera lo que veas que ya voy» y llevar tatuado en el antebrazo el Excell patrocinado por Labordeta que te has hecho con las comarcas y los días en los que cada una de las criaturitas va a salir de acampada ¿Habrá divinidad que se me apiade y les haga coincidir alguna vez a todos juntos?

Por qué me gusta a mí tanto el mes de julio si a los que se quedan en casa hay que llevarles a «guardar» al mismo lugar al que han estado yendo todo el año, es decir al cole, mientras nos empeñamos en decirles «nooo, pero es distintoooo….» y el niño piensa «vamos, lo de siempre, pero en cangrejeras». El mismo «corre corre» de todas las mañanas del año.

Por qué me gusta si en la Universidad de pronto el mundo se acaba… esto quizá no lo saben ustedes, pero en las Universidades creemos que todo el trabajo que no has conseguido hacer a lo largo del cuatrimestre sí vas a poder, y debes hacerlo, en dos semanas… mientras mandas WhatsApp a destajo de «pilla de la nevera lo que veas, que ya salgo», ya saben.

Por qué me gusta julio con este calor que me pone la tensión arterial a golpe de «a la de tres me echo en la cuneta a dormir» y no me mueve ni la benemérita de gala.

Y si miro las cosas como son, como realmente son, no con la impresión que de primeras me causan, me doy cuenta del porqué. Justo por todo esto que acabo de nombrar me gusta julio.

Me gusta que mis niños salgan a trotar, que sean llevados por monitores que apenas les sacan un par de años, pero que ya saben que el verano, además de para las bicicletas, es para darlo, para dar el tiempo gratuitamente. De esta manera vuelven a casa con un horizonte grande. Se les nota en cómo se ríen, en cómo hablan, en cómo miran y cantan. Traen memoria alegre colectiva. Se les pasa al momento, sí. Como usted y a mí, por lo menos a mí, que me tienen que recordar a cada instante el bien de las cosas. Pero por eso tienen julio, para que se les recuerde. Por eso lo tengo yo.

Me gusta porque a pesar del corre corre tengo un lugar donde acudir, y el colegio en chanclas y la Universidad a golpe de cierre me recuerdan que mi casa es más grande que la que yo cierro cada mañana. Que están ahí esperándome, a mí ¿Se puede tener alegría más grande?

Y me gusta el calor porque soy andaluza y porque sin este calor yo no podría desayunar al lado del jazmín y cenar cada noche junto al naranjo, con velas que metemos en las botellas de ginebra que van quedando vacías… Aún no son vacaciones, al día siguiente volveremos a madrugar y a ganar el jornal, y por ende, los 8 que somos de la familia tendremos que acudir cada uno a sus puestos. Pero en julio los días y las noches comienzan y acaban en el jardín, con amigos o solos, con charla o en silencio, contemplando estrellas o bebiéndonos las páginas de un libro, (quiten glamour, soy madre, me troncho al momento con sueño de apnea… pero ¿y mientras?… qué felicidad). Julio me permite poderle preguntar a mi marido cosas tan poco urgentes, tan fuera de agenda familiar, como que por qué me gusta este tiempo socarrat. Y él, no se crean, se toma la pregunta en serio y nos da incluso para buscar la respuesta juntos. El Misterio de las cosas desperezándose con fuerza.

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