Entrevista a José Pedro Manglano
El fundador de Hakuna: «Tenemos la convicción de que Dios es vida y la vida debe mandar sobre la institución»
Una nueva organización dentro de la Iglesia. De Madrid ha dado el salto en muy pocos años a tres docenas de ciudades españolas, además de Berlín, Londres, Roma, París, Ciudad de México, Monterrey, Querétaro, Boston, Buenos Aires o Guayaquil. ¿Qué son? ¿Música de jóvenes que adoran la Hostia Santa?
La sede de Hakuna es una metáfora inopinada. La puerta está abierta; la parcela es antigua, pero los árboles están verdes y hay un olor fresco, bajo un sol que aparece y se oculta tras las nubes. Las instalaciones conformaban un convento de mujeres con toda la pinta de haber sido edificado hace medio siglo. Ahora tiene nuevo uso, con jóvenes por todas partes que te miran a los ojos sin desafío y con sonrisa. No te sientes extraño, se percibe un no sé qué familiar. Al poco rato, te das cuenta de que no te retendrán si quieres marcharte, pero de momento te acogen con un abrazo.
Al salir de la sede de Hakuna, caigo en la cuenta: he rozado la inocencia, o la ingenuidad evangélica, de Iglesia primitiva, de quien carece de interés por las disputas de las jerarquías y los dicasterios. Aquí están «a otro rollo», por usar su lenguaje. Pero ¿qué es Hakuna? ¿Cristianos hippies que no fuman marihuana ni se dan al amor libre? ¿Canturreos de guitarra y adoración eucarística? Nos responde el sacerdote José Pedro Manglano (Valencia, 1960), su fundador. Pero es un fundador también inopinado, porque hasta 2020 estaba incardinado en la Prelatura del Opus Dei; entonces, los directores de la Obra entendieron que Hakuna había adquirido unas dimensiones y carisma propios, y que, por lo tanto, lo más adecuado era dejar que el Espíritu Santo siguiera soplando, bajo la guía de Josepe, como lo llaman.
–Cuando usted es relativamente joven pide la admisión en el Opus Dei. ¿Hay algo en Hakuna de la espiritualidad de la Obra o del legado de san Josemaría?
–En la historia de la espiritualidad de la Iglesia se pueden reconocer familias: la familia carmelitana, la familia ignaciana… Tienen unos rasgos muy marcados en la oración, en la contemplación o en la vida activa. Hay familias que afectan a toda la espiritualidad de la Iglesia, porque suponen un enriquecimiento. Hakuna está dentro de la familia, de la espiritualidad, que se despierta a partir del Concilio Vaticano II y que el Opus Dei expresa: la santidad en la relación con el mundo. Todo lo que hemos vivido en Hakuna ha sido en la inconsciencia, en el sentido de que no se ha sido consciente de lo que ocurría, sino que ha sido algo vivido. Luego tratas de reconocer lo vivido y de ponerle palabras. No se eligieron rasgos concretos para aplicar luego, sino… la vida misma. La espiritualidad de la santidad en el mundo, de lo ordinario, de la belleza, de lo de lo pequeño, de la sencillez. Todo eso no está en ningún lado y está en todos lados.
Un fenómeno que va a llenar Vistalegre
–Podría decirse que Hakuna tiene dos momentos fundacionales. En 2013, a raíz de la JMJ de Río de Janeiro, que es la primera JMJ con el Papa Francisco. Y luego, en 2017, cuando se establece como asociación de fieles con unos estatutos concretos. ¿Hay algo que en 2017 suponga un hito, o en realidad es un camino que se va recorriendo, en el que no hay saltos abruptos?
–No hay ningún salto abrupto. En 2013, yo estaba trabajando con jóvenes en la parroquia de San Josemaría. Se me acaba de encargar una pastoral de jóvenes en esa parroquia y convoco a unos chicos para irnos a la JMJ. La idea era irnos preparando a lo largo del año, desde la convocatoria (octubre de 2012), mediante formación y oración. Acabamos yendo 97 universitarios a la JMJ de Río de Janeiro. Y lo que vivimos ahí es lo que es ahora. De alguna manera, Hakuna estaba allí sin desarrollar y luego ha ido desarrollándose y tomando forma y tomando palabras. Pero lo que vivimos ahí es exactamente, en esencia, el núcleo, lo que estamos viviendo, que era un grupo que queríamos seguir juntos a Cristo. Algo muy abierto, porque allí había chavales que no eran creyentes. Todos los días empezamos haciendo una oración, una Hora Santa y la Eucaristía; la celebrábamos cada día, y asistían los que querían. Era el clima de libertad, de respeto de cada uno. Teníamos allí unas sesiones que ahora llamamos «revolcaderos», pero que ya estaban ahí. Luego la fiesta, como un lugar filtrado e iluminado por la verdad. Es la misma fiesta, pero con otra trascendencia y que era parte de la vida de servicio.
No hay cristianismo sin cruz y sin Cristo
– ¿En qué sentido «vida de servicio»?
–Allí, de una manera espontánea, todo era servicio, no había turnos, no había nada obligado. Cada uno iba deseando servir, y aquello era el descubrimiento del servicio como un honor o como un privilegio. No había turnos que cumplir de manera obligada, o un reparto. Fregaba o hacía la comida el que quería, con cierta organización. Recoge muy bien lo que decía Cristo: «Yo no he venido para ser servido, sino para servir».
–Usted habla de inconsciencia y ha aludido a la fiesta. Hay una idea de cierta informalidad, no en el sentido despectivo, que además está presente en las diferentes denominaciones que emplea Hakuna, desde su mismo nombre, o lo de «revolcaderos», «pringados», o el título de algunos de sus muchos libros, como el de Santos de mierda. A bastante gente le puede parecer provocador, pero ¿es en realidad expresión de algo espontáneo, de un talante festivo?
–A los retiros los llamamos God stops, pues no hay un horario, sino unos ítems que te van acompañando durante del día. Porque no es el caos por el caos, sino que tenemos la convicción de que Dios es vida, es vida amorosa, es amor, es vida amorosa. Y la vida debe mandar sobre el horario, la vida debe mandar sobre la institución; todo tiene que estar al servicio de la persona, al servicio de la vida de cada persona. Por eso decimos que el orden no lo pone el horario; el horario acompaña, pero hay que dejar fluir a la vida. Es el orden de lo orgánico, de lo vital. Con respecto a los nombres, el ánimo no es provocar. Aunque, si tiene que provocar, no nos importa. Por ejemplo, Santos de mierda. Es un libro a cuyo título le di muchas vueltas, pero ninguno era capaz de recoger lo que yo quería transmitir. La materia en su estado más degradado. Y el Espíritu de Dios, que es lo más santo, lo más inmaterial. Esas dos realidades se funden; es en lo que creemos los cristianos. Jesucristo resucita y baja a los infiernos. Adonde está el pecado, Él baja a liberar con la fuerza, con la energía del amor del Padre. Con los nombres no buscamos la provocación, pero no nos importa provocar. Tampoco es afán de originalidad el hecho de, por así decirlo, renombrar.
–Derivado de esta mentalidad de organización in fieri, hay otro aspecto esencial de Hakuna: la música, dentro de esta idea de la existencia como fiesta, y también una relación enorme con la Adoración al Santísimo. Arrodillarse ante Dios para estar arrodillado ante los demás. ¿Hay un ciclo presidido por la alegría?
–Estamos hablando, efectivamente, del carisma de Hakuna: el vivir con el gozo y la alegría de ser cristiano. Como me decía un sacerdote, el gozo de vivir dentro del abrazo del Dios vivo. La fuerza de la resurrección. Indudablemente, la cruz está presente. No hay cristianismo sin cruz y sin Cristo. Pero es la Casa del Padre donde vivimos dentro del abrazo de Dios, donde Cristo ya ha resucitado, y el Cielo empieza aquí. El cielo empezó aquí. El Señor decía: «Ya está dentro de vosotros». Y todo, toda la realidad de mi vida, toda circunstancia vital, todo, por la energía de la Resurrección, ya puede ser salvado, puede ser redimido y ser causa de gozo. Subrayamos mucho la alegría de la Resurrección y la vida como una fiesta.