Cómo nos quitará el PSOE y Podemos la libertad religiosa
La debilidad manifiesta de nuestra conciencia religiosa será la excusa perfecta para cortar de raíz, tarde o temprano, la libertad más personal
Mientras nosotros jugamos a salvar el mundo y arreglar las series ortodoxamente fieles al espíritu y a la letra de Tolkien, o le decimos a la pobre Tamara cómo debe reconducir su vida mientas la nuestra hace aguas por doquier, los políticos, –ay, los políticos–a poca ventaja que tienen, avanzan en silencio, sibilinos, entre la hierba alta de la confusión y del ruido diario para dejar su pica en Flandes y, de paso, arañar poquito a poco esos espacios sagrados de nuestra libertad más íntima: esa que nosotros hemos reducido, a fuerza de concebirla como un juguete o un capricho de la voluntad, a hacer muchas cosas maravillosas como pollos sin cabeza. Dicho esto, el caso que nos ocupa es paradigmático.
Unidas Podemos está «pudiendo» hacer con el otrora partido de los antiguos obreros socialistas una enmienda para echar a andar una nueva Ley de conciencia, religiosa y de convicciones para sustituir la actual vigencia de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980; la neutral y aséptica de los acuerdos Iglesia–Estado que hasta ahora no parecía dar ningún problema.
Esta acción que, en sí, puede ser de una gravedad insospechada para la necesaria neutralidad de cualquier gobierno frente a la intimidad de cada persona para afirmar cualquier creencia con total libertad, al pueblo español le cogerá de nuevo, seguramente, a otra cosa y a otros intereses, quizá más importantes para la habladuría cotidiana sobre algún apocalipsis inminente, pero no para la sana convivencia de hombres libres que, en nuestro caso (cristianos de Bautismo, ex–cristianos de deseo y algún converso, que de todo hay en la viña del Señor) decidieron tomar la vereda de la paz y del respeto al otro para convivir junto al ateo, el protestante, el budista, el animista o la lagarterana en prácticas.
En cualquier caso, si esto es así y perdemos poco a poco los acostumbrados ámbitos de libertad, no será por las leyes de las que en muchos casos, no sabemos cómo ni cuándo se hacen efectivas, sino por la ausencia real de cada uno de nosotros frente a nosotros mismos y frente al bien que es el cristianismo para la vida pública. No será solo por la insistente labor demoledora del Poder frente al que no dejamos de lamentarnos, sino por la ausencia real de los cristianos como pueblo, más preocupados en cuestiones secundarias y en discutir abstracciones, que en vivir humildemente la poca fe que todavía nos anima.
La progresiva falta de libertad no vendrá obligatoriamente dictada por las leyes que se imponen desde arriba, casi a traición, sino por ese olvido generalizado y escandalosamente esclavo de unos cristianos que ya no saben lo que creen ni a dónde miran. Quizá necesitemos un susto para volver a valorar, en su justa medida, la libertad de entrar y salir de las iglesias vacías a las que antes solíamos ir a descansar el corazón; esas iglesias que ya no necesitamos, sino para tenerlas limpias en caso de visita turística.