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Noches del sacromonteRichi Franco

¿Qué será de Iñigo Onieva y de los olvidados de la historia?

Me pregunto quién sacará a Onieva de esas sombras a las que lo hemos condenado junto a todos los errores, las ausencias y las traiciones que nuestros demonios mudos nos impiden confesar

Actualizada 16:14

A poco que uno tenga un momento de sincero recogimiento, descubrirá que en todas las historias queda un punto ciego en el que nadie repara. Está ahí, arrinconado, detrás de la violenta catarata de acontecimientos, sucesos, palabras, posicionamientos y giros inesperados de la trama del vivir. Del mismo modo, los dolores y los rostros se van difuminando, como ocultándose en el torrente o en las curvas del camino que se aleja, y su voz y su palabra se pierden como un eco lejano de esos vientos que llevan y traen las estaciones, los amores, las alegrías y los llantos. Un año y otro año.

Así, el tiempo engulle con su boca todos los golpes que nos damos unos a otros en esta interminable carrera que llamamos vida, y la gravedad de las tragedias que ayer desolaron nuestro ánimo, mañana parecerán solo imágenes recogidas y, después olvidadas, en nuestras galerías de deseos insatisfechos.

Toda la estrategia aprendida de nuestros mayores para afrontar esas penas parece consistir en un ejercicio de olvido, convertido en hábito consciente, para que dé el fruto de una anestesia mínima, sin advertir que en ese olvido, también perdemos trozos de nosotros mismos, que luego no se recuperan.

En toda esta epopeya por capítulos de Tamara y su anillo, diseñado para no terminar de abrazarse al dedo como una profecía de lo inconcluso y lo inacabado, parece suceder lo mismo.

En todo el fragor de la tempestad y la calma, entendida ahora como recuperación progresiva de un fracaso; en todas sus apariciones públicas con una entereza, más o menos ensayada como la procesión que irá por dentro, yo no podía evitar pensar en él y en la imagen de su rostro aniñado: ese rostro que parecía desvelar para todos, excepto para ella, a un vivales o a un canalla, y que ha resultado ser el rostro llamado a olvidarse en toda esta historia. El rostro llamado a difuminarse, tarde o temprano como un mal recuerdo, quizá «porque hay que pasar página», quizá porque refleja la incomodidad que sentimos todos ante nuestros errores.

También me preguntaba quién sacará a Onieva de esas sombras a las que lo hemos condenado junto a todos los errores, las ausencias y las traiciones que nuestros demonios mudos nos impiden confesar. Porque todos nosotros, aunque no seamos conocidos, también traicionamos o somos traicionados en algo, y necesitamos, como Onieva, ser rescatados, alguna vez, de esta imparable dinámica de silencios olvidados en el fondo de nuestras sombras. Pero, por supuesto, yo, que solo sé destruir olvidando, la respuesta se la dejo a Dios, que lo guarda todo.

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