De mis soledades vengo
No hay nada malo en echar de menos, al contrario: significa que has amado, que has tenido, aunque ahora no y aunque –quizás– nunca más
«La vida es para disfrutarla. Eres el centro del Universo. No importa lo que sientan los demás, importas tú. No tengas niños, que te exigen mucho tiempo y renuncias. No necesites a nadie. Tu cuerpo es tuyo, así que nadie puede encadenarte a un hijo. No hagas por los demás lo que sabes que nunca harían por ti...».
Así se plantea la vida gran parte de nuestras nuevas generaciones, gracias al constante y hedonista bombardeo de los grandes medios de comunicación y el poder establecido (si es que hoy día pueden distinguirse unos y otros), y también por las circunstancias de una vida moderna repleta de prisas y apreturas. Parece ser que la existencia aconsejable consiste en un egoísmo feroz, en una carrera hacia la felicidad de las cosas y los momentos, del hoy y la superficialidad, y que el amor es una trampa que puede sortearse si no nos dejamos engañar por sus cantos de sirena; sexo de consumo rápido, relaciones a base de likes, una ducha y a por la siguiente.
Me pregunto de qué tamaño será el agujero negro que deben de sentir muchas personas cuando al caer la noche (literal o del alma) la certeza de la soledad, igual de negra o más, llega para aplastarles el pecho con sus pies de plomo. El momento diario en que esa libertad de afectos que tanto valoran se vuelve una condena, y es cuando son irreversiblemente conscientes de que están solos, no ya de parejas, sino de personas (amigos, familia) alrededor para las que ser importantes y que les importen.
Y les compadezco, porque no hay nada malo en echar de menos, al contrario: significa que has amado, que has tenido, aunque ahora no y aunque –quizás– nunca más. Significa que fuiste parte de la vida de alguien, que te brillaron los ojos y que hiciste que esa persona dedicase parte de su tiempo a pensarte sonriendo.
Yo, ingenua, creí que el confinamiento serviría para que muchos fueran conscientes de la soledad no elegida, del vacío de ser solo para uno mismo. Pero parece que no, y a diario siguen llegando esos mensajes que animan a vivir sin sentir más que lo propio. Cero ataduras (te dicen) pero también cero anclas (lo callan) que te sujeten a la vida.
Así que a veces el corazón decide ir a lo suyo, indomable, echando de menos unos ojos, un abrazo, unas manos que sostienen o unos labios que besan, por más que nos empeñemos en creer que nos valemos por nosotros mismos, o que el haber sustituido a Dios por otras religiones mundanas, baratas e inmediatas, nos haría sentir plenos. Pero finalmente la insatisfacción se cuela, inevitablemente, hasta lo más profundo de la persona, porque no hay valores que ocupen el espacio del corazón.
Decía Robert (Clint Eastwood) a Francesca (Meryl Streep): «No quiero necesitarte porque no puedo tenerte». Pero para mí que tener a alguien a quien necesitar es mejor que sentirse tan vacío como lo está quien solo está lleno de si mismo. Para eso, y si es por Eastwood, me quedo con Harry «el sucio» que, ahí donde lo ven, en el fondo es un sentimental.