Fundado en 1910
Video testimonio de Wálter Sánchez

Video testimonio de Wálter Sánchez

«Sufrir un abuso sexual me llevó a las drogas... si Dios no me sacaba, no había nada que hacer»

Una violación marcó profundamente la vida de Walter, llevándolo al consumo de sustancias que casi destruyeron su vida, hasta que conoció a un sacerdote que lo invitó a abrir su corazón a Dios. Hoy, ayuda a más de 3.000 personas a superar sus adicciones

Por años, Walter vivió en un infierno del que parecía imposible salir. El abuso sexual que sufrió en la infancia por parte de un primo suyo trastocó su vida, sus emociones y la percepción de sí mismo. «Desde entonces repudiaba mi cuerpo y sentía incluso ciertas confusiones», reconoce este peruano en un vídeo testimonio publicado por la prelatura del Opus Dei. Tanto es así que su dolor y sufrimiento lo empujaron a buscar un 'consuelo' en algo que le atraparía por mucho tiempo.

A los 14 años, Walter conoció la cocaína a través del tío de su novia, encontrando en la droga ese refugio para escapar de su dolor. «Consumía para vivir», admite. Su caída fue rápida y brutal. Expulsado del colegio, aislado de su familia, y rodeado de delincuentes, encontró en la microcomercialización de sustancias un medio para sostener su adicción. «No podía dormir sin pensar en cómo iba a conseguir dinero al día siguiente», recuerda.

«Robaba carteras, llantas de coches… hasta que terminé cinco días en la comisaría», cuenta. Pero lo peor no lo vivió él, sino su esposa: «Tuvo que soportar a un adicto y a un microcomercializador que, pese a tener dinero, no le daba lo necesario para sobrevivir».

«Si me vuelvo a drogar, me muero»

Con el tiempo, atrapado en un ciclo de autodestrucción que parecía no tener fin, su cuerpo y su mente se fueron apagando. «Entraba y salía de hospitales de salud mental», confiesa. Mientras tanto su esposa, que ahora es su ex mujer, trabajaba para mantener la casa, mientras él se encargaba de las tareas domésticas, atrapado en un laberinto emocional del que no sabía cómo salir.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse limpio, las tentaciones siempre acechaban. Llevaba nueve meses sin consumir hasta que decidió afrontar el tema con su mujer: «Mira, yo no quiero volver a drogarme porque si no me voy a morir... no hay quien me pare. De verdad, si Dios existe, muéstramelo, porque ya no sé qué hacer. Si Él no me saca de esto, entonces no hay nada que hacer», recuerda.

El amor de Dios «me hizo conocer quién era»

La respuesta llegó de una manera inesperada: a tan solo unas manzanas de su casa había una parroquia que Walter decidió visitar, sin saber qué esperaba encontrar, pero con la sensación de que algo debía cambiar. El cura de la parroquia, un sacerdote diocesano agregado al Opus Dei, le ofreció la oportunidad que cambiaría su vida: «Si tú quieres que Dios te cure, ven a las seis de la mañana a rezar conmigo en el oratorio», le dijo.

Fue en esa capilla, en el silencio profundo de la oración, donde Walter experimentó el primer rayo de luz en años. «Ese silencio fue fundamental. Allí encontré el espacio que necesitaba para reencontrarme conmigo mismo y con ese Dios al que anhelaba para curar mis heridas», explica.

Walter comenzó a asistir a la Santa Misa, sumido en un proceso lo acercaría cada vez más a lo que tanto había buscado: la paz interior. «Cuando conocí a Dios y encontré el amor en Él, empecé a conocer quién era yo y diagnostiqué la naturaleza exacta de mi problema. A partir de entonces, la droga nunca más tuvo protagonismo en mi vida, hasta el día de hoy», agrega con fuerza renovada.

Salir de una adicción para tender una mano a los demás

El proceso no fue inmediato, pero cada paso lo acercó a la verdadera libertad. Se confesó de «tantos pecados» y sintió que renacía. Ese momento lo recuerda como «la descarga más importante de mi vida». Con el tiempo, el mismo sacerdote que lo guio en su recuperación le hizo una propuesta inesperada: «Walter, ¿por qué no formas un grupo?».

Al principio, la idea le pareció absurda. «Apenas podía con mi vida», pensó. Pero el sacerdote le animó a seguir adelante, porque Dios le mostraría «lo que tenía que hacer». Así nació el Grupo Libertad, para ayudar a la recuperación de personas que sufren de distintos tipos de dependencias.

Primero empezó en el garaje de su casa donde recibió el primer paciente. Con el tiempo, el grupo creció y empezó a contar con un equipo de profesionales de la salud, «para que la atención de los pacientes, además de la ayuda espiritual, también tuviera un abordaje profesional». En 23 años, han pasado por allí más de 3.000 personas, muchas de las cuales llevan décadas rehabilitadas.

«Yo no vuelvo a usar drogas porque no me da la gana, aunque se caiga el mundo», dice con seguridad, inspirándose en una frase que el fundador del Opus Dei solía decir: «Yo amo a Dios porque me da la gana». Hoy, después de 25 años limpio, lo tiene claro: «Lo que Dios hizo en mí fue un milagro. Ni yo ni quienes intentaban ayudarme podíamos hacer nada, pero yo me dejé amar por Dios».

comentarios
tracking