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Cola para hacerse la prueba de coronavirus en Washington

Cola para hacerse la prueba de coronavirus en WashingtonEFE

Inmunidad a los expertos

El autoritarismo de la certeza está matando la confianza de los americanos en sus científicos

Tras dos años de vaivenes en esta maldita pandemia, la sociedad americana está totalmente fracturada sobre las respuestas correctas a la COVID-19. Mientras que debates intensos y radicalizados son muy frecuentes en esta sociedad, la politización que han tenido las respuestas a la pandemia, ha socavado significativamente la fe de la sociedad americana en sus políticos, la prensa (pero esto ya era una tendencia) y, por primera vez, en sus organismos científicos 'oficiales' como la CDC.

El origen de todo viene de tiempo atrás. A igual que otros gobiernos, las autoridades americanas que han querido imponer restricciones sobre las libertades constitucionales de los americanos, lo han hecho siempre intentando arroparse en la «ciencia» y el «consenso científico» para justificar decisiones que bien, no tenían ninguna base científica, o utilizaban información proveniente de la academia para justificar decisiones que claramente estaban guiadas por preferencias personales. 

De este modo, mientras que se amenazaba con arrestos y con cárcel a manifestantes que se organizaban para objetar a los confinamientos, los mismos líderes aplicaban otro estándar (esencialmente ignorándoles) a los manifestantes que protestaban contra el asesinato de George Floyd. De hecho, en muchos casos, los mismos líderes políticos que criticaban a los anti-confinamiento como energúmenos radicales, se unían a los manifestantes de black lives matter en sus marchas. Por otro lado, la administración de Trump ignoraba a sus propios científicos mofándose de medidas preventivas por el distanciamiento social o el uso de mascarillas en espacios cerrados, pero al mismo tiempo ordenaba su uso en el departamento de defensa. La conclusión: solo un 20 % de los norteamericanos dice tener confianza en el gobierno y sus líderes políticos.

La novedad en esta pandemia ha sido la pérdida de credibilidad de la comunidad científica. Mientras los americanos siguen fiándose a ciegas de sus médicos y enfermeras (80 %+), los datos son dramáticamente diferentes con los estamentos de medicina pública, como el CDC (y ni hablemos de la OMS). Por sus tambaleos durante los últimos dos años no se puede decir que hayan ayudado mucho a su causa. 

En el baile de las mascarillas –sí, mascarillas– no, o aquí si aquí no, al final el zar de la covid, Dr. Fauci, tuvo que reconocer que la recomendación inicial de no usar mascarillas tenía mucho más que ver con su disponibilidad en el mercado que con la efectividad de su uso. Lo mismo con los guantes, que se agotaron en todo el país en menos de dos semanas, y ahora acumulan polvo en las despensas de todas las casas estadounidenses. Que decir de las indicaciones sobre vacunaciones. Tras dos años negando la mayor, la «ciencia» está empezando a reconocer que la protección inmune de los que han pasado el bicho es mucho mayor, y dura mucho más que cualquier vacuna.

El problema radica en la cobardía de los políticos y la armamentización de la ciencia. Enfrentados a una situación que desconocían, (algunos) políticos se han lavado las manos de sus responsabilidades, aparcando toda toma de decisiones en un grupo de «expertos», que, no teniendo los controles tradicionales sobre sus decisiones inherentes en un contexto político, y no sabiendo nada sobre el virus que querían combatir, se han lanzado a decidir por toda la sociedad con una arrogancia intelectual que ha resultado ser extremadamente dañina, no solo para la credibilidad del sistema en la sociedad americana, sino para su propia credibilidad. 

El alineamiento de científicos como Fauci con algo que el comentarista Daniel Henninger ha llamado el «autoritarismo de la certeza» ha destrozado la confianza de la sociedad americana en sus científicos/políticos. Como avisó el profesor de Stanford Jay Bhattacharya (profesor de política sanitaria), la idea de que nuestro modo de vida puede ser destrozado por un grupo pequeño de científicos que no responden a nada ni a nadie, tiene que terminar. Sobre todo, cuando ese grupo sabe casi tan poco sobre el tema como todos los demás. 

El resultado neto de estos dos años de certezas absolutas, que cambiaban tan a menudo como las novias de Pablo Iglesias, es que el pueblo americano se ha inmunizado de sus expertos. Hasta que la ciencia no vuelva por sus antiguos derroteros de debates abiertos, honestidad intelectual y respeto a las voces disidentes, dudo que esa confianza vuelva. 

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