Borja Jiménez, Puerta Grande en San Isidro
Gran bronca al Presidente por negarle la segunda oreja después de una faena completa
¡Por fin, un matador de toros abre la Puerta Grande, en esta Feria! Lo consigue Borja Jiménez en una gran tarde, con una oreja de cada toro. En su primero, debieron ser dos: el Presidente le niega la segunda, pedida por toda la Plaza, y escucha una bronca monumental. Emilio de Justo no tiene su tarde. Roca Rey levanta una fuerte división y concluye su Feria sin éxito. Los toros de Victoriano del Río, nobles pero justos de presencia y fuerza; destaca el segundo, muy bravo.
Emilio de Justo ha logrado recuperar su sitio, un año después del terrible percance que pudo dejarle inválido. Él mismo ha confesado que ahora es cuando empieza a sentirse mejor, sin necesidad de tantos tratamientos; además, estaba rígido de cuello. He leído una frase suya que me ha impresionado: «He estado más de una temporada sin poder ver al toro salir de los muletazos. No podía girar el cuello, ni ver al toro en los remates de cada muletazo. Eso te da mucha inseguridad». Al mejorar su condición física, Emilio está recuperando el sitio, la naturalidad, la suavidad, cualidades básicas para el toreo. Lleva ahora una buena temporada, logró una gran faena en Las Ventas con el bravo Periquito, de La Quinta.
Antes de salir el primero, Emilio –como todos los espectadores– mira al cielo gris y a las banderas, movidas por el viento, que le molesta en los lances de recibo. ¿Se repetirá el diluvio del día anterior? Algunos pitos saludan al primero, mal picado, que protesta en el caballo. En el quite por chicuelinas, demuestra Borja la disposición con la que viene. Se luce Abraham Neiro, con los palos. Comienza Emilio con buenos doblones, genuflexo, y sigue en la misma postura con aplaudidos derechazos. El toro humilla pero embiste con cierto genio, vuelve rápido. El diestro logra algunos muletazos notables pero pasa algún momento de apuro y la faena no cuaja. Acaba el toro rajado a tablas. Media estocada arriba es suficiente.
Protestan mucho el cuarto, poco rematado. Comienza dando saltos; luego, embiste largo, con la fuerza justa. Le miden el castigo pero flaquea claramente. Brinda Emilio de Justo al público y aprovecha la bondad del toro para ligar muletazos aceptables, de escaso eco por la debilidad del animal, que dice muy poco, acaba defendiéndose. Prolonga el trasteo sin fruto. Mata mal y escucha otro aviso. Para triunfar en Madrid, hace falta más toro.
Borja Jiménez estuvo bien con los toros de Santiago Domecq: una acertada apuesta, que deberían haber hecho otras figuras. También estuvo bien, salvo matando, con un duro Victorino pero el público no lo apreció con justicia. Empieza a sentir la exigencia: ya no es novedad, le miden como figura. Me parece que esta tarde se juega mucho: a los ojos de bastante gente, si vale para estar en carteles de figuras o se queda en los carteles de las corridas duras. Yo sigo apostando por su concepto clásico.
Acude a porta gayola Borja en el segundo, que sale suelto, y enlaza con ceñidas verónicas y chicuelinas (una mezcla que no me gusta). El toro acude al caballo con alegría, metiendo los riñones, pero se va y flaquea un poco, embiste bien en banderillas; un toro para brindar al público, como hace. Dándole distancia, se dobla bien, enlaza con buenos derechazos. Aunque el toro se da una vuelta de campana, embiste de Dulce (su nombre), con clase, humillando, y Borja liga vibrantes muletazos por los dos lados, que levantan un clamor. (No me gusta que remate ese toreo clásico mirando al tendido, la horrible moda actual). Concluye con buenos muletazos por bajo. Entrando de lejos, como suele, pero con decisión, deja la estocada. Aplaude él al toro, que se resiste a caer, con una hermosa muerte. Ha cuajado al bravo toro y lo ha matado bien pero el Presidente sólo concede una oreja, aunque la Plaza entera pedía las dos. ¿Por qué? No lo sé. Escucha una bronca épica. Borja no se lo puede creer, vista la unanimidad del público. Más allá de eso, lo más importante es que ha demostrado que, además de pelearse con las alimañas, sabe torear bien a los toros bravos, merece estar en los carteles de figuras. En la clamorosa vuelta al ruedo, se repiten los gritos: «¡Fuera del palco!» y «¡Torero!» Le obligan a dar una segunda vuelta: eso, en Las Ventas, vale mucho. Y, con la bronca, se ha dejado de premiar como se debía al buen toro.
Acude de nuevo a porta gayola en el quinto y enlaza con verónicas cargando la suerte. ¡Así se viene a Madrid! Suenan gritos de «¡Torero!» Lo lleva al caballo galleando por chicuelinas: la Plaza entera está con él, aunque el toro rueda por la arena, a la salida del puyazo. Lo devuelven, en banderillas.
Acude por tercera vez a portagoyola en el sobrero de Torrealta: ha de lanzarse a la arena, antes de ligar lances variados, en el centro del ruedo. Como decían los revisteros, las palmas echan humo. Acude el toro al caballo al relance, lo cuidan, sale suelto: parece manejable, con movilidad. Brinda por el micrófono –me dicen– a los toreros que torean poco, para que no desesperen: un bonito gesto. Después de hacer la estatua, mejora en los ayudados a media altura, muy en el estilo de Espartaco. Dándole distancia y echándole la pata p’alante, se lo enrosca a la cintura en muletazos mandones, aunque el toro, noble, queda algo corto. Acaba con ayudados, rodilla en tierra. Sólo le falta matar para una tarde casi completa, pero, entrando de lejos, pincha, antes de la estocada. Esta vez, el Presidente no se atreve a negar el trofeo: es el justo premio a una gran tarde, pero premiar igual esta faena que la anterior me parece un dislate. Hay que tener más criterio.
En casi todos los cosos, Roca Rey arrolla, por capacidad y ambición. Los sectores exigentes de Sevilla y de Madrid han comenzado a resistírsele: el repertorio de «inas» no les agrada y, sin él, no está claro que este torero supere a los demás. Además, su veto a Luque ha perjudicado su imagen.
Su primer toro se llama Soleares, un nombre clásico, en esta ganadería: él mismo triunfó con un Soleares, en Sevilla; igual que Manzanares, con otro, en Bilbao, y Morante, en Valladolid. Lo protestan de salida, por su justa presencia. Cumple el toro en varas. Quita Roca con el capote a la espalda, el toro le zancadillea y pasa un momento de apuro. Le aplauden pero algunos le reprochan que no toree a la verónica. Hay cierta división mientras brinda al público. Comienza de rodillas, intercalando espaldinas embarulladas. Ya de pie, liga templados muletazos a un toro que también embiste de dulce, aunque continúa la división: unos aplauden y otros censuran la colocación. El éxito se diluye. (Supongo que en otras Plazas, con este mismo trasteo, lo hubiera logrado). Mata desprendido, mientras suena el aviso: silencio. Con un toro noble, en Madrid, una primera figura…
Tampoco agrada de salida el último, que se frena en los capotes. Lo lidia bien Antonio Manuel Punta. El toro mansea, va de un caballo al otro. Al final, saca genio y derriba, antes de salir huyendo. Roca Rey ha quedado inédito con el capote. En banderillas, el toro tardea pero embiste como una polvorilla. Es un toro para que una figura lo brinde al público, demuestre su capacidad y lo domine. Eso se hacía, en otros tiempos. Roca Rey, muy firme, le saca algunos muletazos con mérito aunque el toro pronto se raja a tablas y él desiste. Parece que lo de dominar a un manso ya –como dice la canción– «no se estila». No sale mal de San Isidro pero tampoco bien.
Con entrega absoluta y buen toreo, Borja Jiménez ha abierto la Puerta Grande de Las Ventas. Ése es el camino: quiere de verdad ser figura del toreo. Pero necesita –creo– aprender a matar de más cerca, para no perder triunfos.
Postdata
La noticia de que Morante suspende de modo indefinido sus actuaciones me apena pero no me sorprende. Ante todo, ya lo ha hecho en otras ocasiones. Era fácil advertir que este año no se encontraba a gusto, en la Plaza: lo lógico es parar, para que mejore la persona (lo primero) y también el torero. Las dos cosas van absolutamente unidas. Decía Antoñete, que algo sabía de esto, que Morante era el artista con más valor que él había conocido. Cuando se lo comenté, José Antonio matizó: «Yo no soy ningún suicida. Lo que hace falta es sentirse comprometido seriamente con uno mismo. Y con la profesión». Y añadió: «El estilo consiste en expresarse tal como uno es. La mejor inspiración nace de sentirse a gusto con el toro y con uno mismo… Lo que menos me interesa es la estética. Busco la verdad, que es la belleza. Y la naturalidad: ahí está el germen de todo el arte».
Ser capaz de jugarse la vida delante de un toro para crear belleza exige un equilibrio emocional que Morante, ahora mismo, no parecía tener. Con el descanso, lo recuperará. Espero que vuelva a los ruedos con renovados deseos de expresarse artísticamente. Mientras tanto, debe cuidarse. Y estoy seguro de que, en este paréntesis, va a hacer lo que él me dijo: «Soñar el toreo es aún más hermoso que torear».
FICHA
- Madrid. Feria de San Isidro. Viernes 7 de junio. No hay billetes. Toros de Victoriano del Río, justos de presentación y fuerza; muy noble, el segundo. 5º, sobrero de Torrealta, manejable.
- EMILIO DE JUSTO, de azul y oro, media arriba (aviso, silencio). En el cuarto, estocada perpendicular y caída (aviso, silencio).
- BORJA JIMÉNEZ, de lila y oro, buena estocada (oreja, bronca al Presidente por no conceder la segunda y dos vueltas al ruedo). En el quinto bis, pinchazo y estocada (oreja y salida en hombros).
- ROCA REY, de azul marino y oro, estocada desprendida (aviso, silencio). En el sexto, estocada desprendida (palmas).