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Una máquina de escribir antigua

Una máquina de escribir antiguaPexels

Puntos y comas o cómo un signo bien colocado «vale su peso en oro»

«Con los signos de puntuación, a veces sobran las palabras», señala Bård Borch Michalsen, autor del libro Píllale el punto a la coma

La mala colocación de una simple coma puede ocasionar catástrofes, pero también el punto o los signos de exclamación e interrogación transforman la forma de comunicarnos desde hace 2.200 años, explica el académico Bård Borch Michalsen.«Un signo apropiado en el lugar adecuado vale su peso en oro», apunta.

El académico noruego se introduce en la historia de los signos de puntuación, nacidos en Alejandría hace dos mil doscientos años, en Píllale el punto a la coma, publicado en español por Espasa, un ensayo que destaca su importancia a la hora de comunicarnos y, en definitiva, su destacado papel en la historia de la humanidad.

Una zarina rusa salvó la vida de un delincuente cambiando la coma en un telegrama del zar: «Indulto imposible, enviar a Siberia» por «Indulto, imposible enviar a Siberia».

De la capacidad de comunicar de los signos de puntuación habla una anécdota que recuerda el autor en el libro. Cuentan que Víctor Hugo, justo después de publicar Los miserables, envió un telegrama a su editor para saber cómo iban las ventas con un conciso «?». Y que la respuesta fue un breve «!». «Con los signos de puntuación, a veces sobran las palabras», señala Bård Borch Michalsen.

Su origen es lejano y sobre alguno de ellos hay leyendas, pero la historia de los primeros signos de puntuación se remonta a Alejandría, capital cultural de la Antigüedad, aunque fue en la Edad Media cuando se tomó conciencia de que era necesario modernizar las lenguas escritas para que estas alcanzasen todo su potencial, explica el autor.

El primer punto, en la parte superior

El bibliotecario Aristófanes fue el que colocó el primer punto doscientos años antes de Cristo. Lo puso en la parte superior tras concluir un pensamiento completo, introduciendo así el signo más importante, que jamás desapareció. Y fue en el siglo IX cuando el punto se desplazó a la parte inferior, donde se mantiene a día de hoy, señala el noruego.

Aristófanes descubrió el primer sistema de puntuación y, por lo tanto, también la coma, que era una pausa breve, aunque su uso fue confuso durante cientos de años.

Su mala colocación ha provocado historias y leyendas como la de un nacionalista irlandés que fue ahorcado a causa de un desacuerdo sobre la ubicación de una coma, o la de la zarina rusa que salvó la vida de un delincuente cambiando el signo de un telegrama del zar que decía «Indulto imposible, enviar a Siberia» por «Indulto, imposible enviar a Siberia».

Incluso un matrimonio puede consolidarse o destruirse por una simple coma. Porque una cosa es decir «Mientras me desvestía, María, mi esposa, entró en el dormitorio» y otra bien diferente asegurar «Mientras me desvestía María, mi esposa entró en el dormitorio».

Fue el italiano Manuzio, un tipógrafo, humanista, redactor, editor y traductor que, según el autor, representó para la cultura escrita lo que Steve Jobs para el desarrollo de la realidad digital, quien colocó la primera coma moderna y el primer punto y coma.

Y así, en 1494 determinó cómo debían colocarse la coma y los dos puntos en un texto impreso y, además, elaboró una serie de reglas para la puntuación moderna basadas en la gramática, cuyo propósito era facilitar la lectura y, así, mejorar la comunicación.

El gato egipcio y la interrogación

Sobre el origen del signo de interrogación hay varias leyendas. Una de ellas cuenta que fue un egipcio de la antigüedad el que observó que cuando su gato estaba asombrado, como desconcertado, su cola se curvaba de una forma curiosa. La imagen le gustó tanto que la dibujó y comenzó a utilizarla cuando planteaba preguntas por escrito.

El signo de exclamación llegó de la mano del poeta del siglo XV Jacobo Alpoleio. Surgió al observar que a la hora de recitar sus poemas no le bastaba con el punto o con el signo de interrogación. Y colocó una raya ligeramente inclinada, muy parecida a la coma, sobre el punto. Y así fue como este signo empezó a formar parte del lenguaje, destaca el ensayo.

El punto y coma desata pasiones, dice el autor; Milan Kundera hizo despedir a un editor que quiso sustituir sus puntos y comas por comas, pero otros autores como Hemingway se negaban a utilizarlo.

Llegó incluso a provocar un duelo en Francia entre dos profesores de universidad en París en 1837. Uno de ellos deseaba poner un punto y coma en una oración; el otro, dos puntos. Perdió el punto y coma pues su defensor recibió una puñalada.

¿Y cuál es el futuro de los signos de la puntuación en la era de los emojis?. El autor recupera la tesis de la profesora norteamericana Naomi S. Baron, según la cual, si la tendencia se mantiene, es probable que terminemos usando menos.

Mientras tanto, sostiene, debemos aprovechar lo que nos ofrecen: «las reflexiones que brinda el punto y coma, la nueva y cuidadosa orientación del instante en una coma, el asombro en un signo de interrogación, la expectación en los dos puntos, la emoción del signo de exclamación y el carácter definitivo del punto final».

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