José Ramón Recuero: «Edith Stein llamaba 'batalla de los espíritus' a la guerra cultural de hoy»
«Edith Stein quería saber, quería comprender el sentido del mundo y del hombre. Por eso su vida fue una apasionante búsqueda de la verdad»
José Ramón Recuero Astray (Madrid, 1947) ha ejercido 47 años como Abogado del Estado, los últimos 27 en el Tribunal Supremo, y desde 1989, se dedica con pasión a la filosofía y al pensamiento, formando parte del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad CEU-San Pablo y escribiendo numerosos ensayos. Hoy nos concede una entrevista a propósito de su libro La filosofía de Edith Stein, publicado por la editorial Ygriega, sobre la vida de esta filósofa santa.
–Para los lectores que no conozcan a Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz), ¿ quién fue?
–La vida de Edith Stein fue una aventura. Nació en Breslau, una ciudad entonces de Alemania y hoy en Polonia, un 12 de octubre de 1891, día en el que los judíos celebran el Yom Kippur, la fiesta de la Reconciliación, cosa de la que estaba orgullosa, pues era judía. Era sencilla y al mismo tiempo erudita, moderna para su época; de joven jugaba al tenis, remaba en los lagos, paseaba por el monte y leía mucho: poesía, teatro, libretos de óperas y sobre todo filosofía, desde el Parménides de Platón hasta el Zaratustra de Nietzsche, pasando por la Crítica de la razón pura de Kant, que conocía bien. Leía los textos en su lengua original, ya que hablaba latín, griego y 5 idiomas modernos, y debió conocer algo el español, pues tradujo al alemán las poesías de san Juan de la Cruz. Vivió en una época convulsa y violenta, pues sufrió las dos guerras mundiales: la primera interrumpió su brillante carrera universitaria y le llevó a trabajar como enfermera de la Cruz Roja; y la segunda supuso para ella un viacrucis que acabó con su vida, pues como judía sufrió el odio y la persecución de los nazis. En entreguerras, su país sufrió una grave crisis, e intentando mejorar las cosas se afilió al Partido Democrático Alemán y a la Asociación Prusiana en Favor del Voto de la Mujer, además se dedicó a formar a la juventud alemana.
Como alemana, como judía y como cristiana, desarrolló una filosofía cristiana, uniéndose a Dios y ofreciendo el sacrificio de su vida
–La vuelta a la realidad como verdad parece ser la impronta existencial de Edith Stein. ¿Hasta qué punto configura su existencia ser discípula de Husserl? Y ¿en qué sentido podemos decir que Stein rebasa la fenomenología de su maestro y el idealismo imperante?
–Edith Stein no sabía coser y era inútil para la cocina, pero era una filósofa nata, prusiana como Kant. Quería saber, quería comprender el sentido del mundo y del hombre, por eso su vida fue una apasionante búsqueda de la verdad y en cuanto pudo se integró en las Universidades de Gotinga y Friburgo con el famoso fenomenólogo Husserl, en las que hizo una carrera extraordinaria. Obtuvo la nota máxima como maestra en historia, filosofía y germanística, y summa cum laude en su tesis doctoral sobre la empatía. Superó muchos obstáculos por ser mujer, porque entonces las mujeres no podían ser catedráticas en Alemania, pero a pesar de eso fue una brillante profesora universitaria y se codeó con lo mejor del pensamiento alemán. Había sido educada en la religión judía, pero en esta época perdió su fe infantil y se apartó de Dios; fue atea y lo basó todo en el propio yo, en el que se fundamenta la filosofía moderna a partir de Descartes. Después, las promesas de Husserl le entusiasmaron y asumió el egocentrismo. Como después confesaría, vivía en el eterno autoengaño de que todo en ella era correcto. Pero cuando maduró su pensamiento se dio cuenta de que eso no le daba respuestas, así nunca podría alcanzar la verdad que buscaba. Si a san Agustín le habían decepcionado los maniqueos y los neoplatónicos, a Edith le decepcionaron los fenomenólogos como Husserl y los idealistas como Kant. En Excurso sobre el idealismo transcendental expresa la convicción de que ellos habían atrofiado el pensamiento moderno, de manera que asumió el realismo y siguió buscando una primera verdad segura que le permitiera entender el mundo.
-¿Encontró esa verdad? ¿Podemos decir que su conversión al cristianismo responde a esa sed apasionada por la verdad?
–Stein encontró esa primera verdad en Dios. No de golpe, al estilo de Pablo de Tarso, sino después de un largo proceso que culminó en 1921. Había hecho su tesis doctoral sobre la empatía. Como buena fenomenóloga sabía captar las vivencias ajenas, y topó con una testigo elocuente que le mostró la imagen viva del Dios con corazón del cristianismo: Teresa de Jesús. Corría el verano de 1921 cuando Edith, que tenía casi 30 años, fue a pasar unos días a la casa de campo de su gran amiga y colega de trabajos filosóficos Hedwig Conrad-Martius. Esta tuvo que ausentarse y le dijo que para entretenerse cogiera de su biblioteca el libro que quisiera. A quien fue su maestra, Posselt, después Edith le dijo: «Cogí a la buena de Dios, y saqué un voluminoso libro que llevaba por título Vida de Santa Teresa de Ávila, escrita por ella misma. Comencé a leer y quedé al punto tan prendida que no lo dejé hasta el final. Al cerrar el libro dije para mí: «¡esto es la Verdad!»». ¿Qué vio Edith en Teresa? Creo que vio que amaba a un Dios que sentía dentro de sí y no era el frio Dios de los filósofos, sino un Dios encarnado en Cristo que le daba el sentido del mundo y del hombre, que era lo que buscaba. Con la fe ella captó a Dios en el centro de su alma, y cambió. A la mañana siguiente se compró un catecismo, lo estudió, y el día primero del mes de enero del año 1922 recibió el bautismo.
El laicismo imperante quiere hacernos a todos esclavos de su parcial visión de la vida, que se basa en el egocentrismo que combatió Stein
–¿En qué sentido cambió?
–Abandonó la filosofía egocéntrica y la cambió por otra teocéntrica, con la que el fundamento de todo es Dios. Y como en su época había un duro enfrentamiento entre una visión de la existencia espiritual basada en Dios, que era la judía y católica, y otra materialista basada en el hombre, la del partido nacionalsocialista, a partir de ahí luchó en defensa de sus convicciones. Participó en ese combate defendiendo con todas sus fuerzas a Cristo y a su Iglesia. Como alemana, como judía y como cristiana lo hizo desarrollando una filosofía cristiana, uniéndose a Dios y ofreciendo el sacrificio de su vida; es decir, siguió siendo filósofa, fue mística y fue mártir.
–En cuanto a su filosofía, díganos, ¿abandonó la de Husserl y Kant?
–Sí y no, pues aplicando constantemente una máxima de la Carta a los Tesalonicenses que a mí me encanta: «examinad todo y quedaos con lo bueno», hace hablar a Agustín con Kant y a Tomás de Aquino con Husserl, incluso escribe un precioso diálogo como regalo para su maestro por su jubilación en el que aquel, Tomás, se presenta sonriente y por sorpresa en el estudio de este, de Husserl, y ambos hablan de filosofía. Es decir, uniendo razón y fe confrontó la filosofía cristiana con la moderna. Con sus grandes tratados filosóficos, como Ser finito y ser eterno, Acto y potencia o Estructura de la persona humana; impartiendo lecciones en Espira y Münster; como conferenciante por Alemania, Austria, Francia, Checoslovaquia y Suiza; con sus traducciones, sus numerosas cartas y muchos otros escritos; con todo ello dio lo que ella llamaba «batalla de los espíritus» y hoy llamamos guerra cultural, construyendo así una teología, una cosmología y una antropología cristianas.
–El camino propuesto por su maestro Husserl, ¿se plenifica con santa Teresa y san Juan de la Cruz?
–Por supuesto, estos santos españoles le influyeron mucho. Teresa fue su maestra y sobre Juan escribió un bello libro titulado Ciencia de la Cruz; y eso le llevó a ser una gran mística. El año en el que Hitler fue nombrado Canciller, en 1933, teniendo ya 42 años, ingresó en el Carmelo de Colonia, donde cambió su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz. Y allí llegó a una unión por amor con Dios. Esto lo constató otro gran filósofo de su misma edad que le conoció personalmente en la Universidad de Friburgo: Javier Zubiri. Según cuenta su mujer Carmen Castro en su biografía, Zubiri se quedó muy impresionado ante Stein, y dijo literalmente de ella que además de una excelente filósofa era una «gran mística que expandía santidad».
Fue una gran filósofa como san Agustín y a la vez una gran amante como santa Teresa, mostrándonos que sin el saber el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor
–¿Qué sucedió después, siendo, como era, judía?
Fue mártir. El 2 de agosto de 1942, a las cinco de la tarde, estando Edith en oración en el coro del Carmelo de Holanda (al que había ido huyendo de Alemania), dos miembros de las SS llamaron a la puerta y le concedieron cinco minutos para dejar todo y marchar con ellos. Le pidieron que llevase sólo una manta, un plato, una cuchara y provisiones para tres días. Ella se arrodilló ante el sagrario, rezó, salió y fue llevada por la fuerza a un campo de concentración. Después de un viacrucis que duró una semana en la que se dedicó a rezar y a ayudar a los demás, sobre todo a los niños, y tras dos días de penoso viaje en tren, el 9 de agosto de 1942 fue llevada al campo de extermino de Auschwitz, donde se le asesinó en una cámara de gas. Según el papa san Juan Pablo II es «santa, modelo a imitar, intercesora para quien le invoque y mártir», y más adelante, le nombró copatrona de Europa.
–¿Por qué cree que es necesario reivindicar su memoria y su pensamiento?
–Porque su ejemplo y su mensaje son muy útiles, precisamente en estos momentos, en los que hay una confrontación abierta entre el laicismo y los valores del cristianismo. La lucha entre una cosmovisión materialista y otra espiritual en la que ella tuvo que participar continúa hoy. El laicismo imperante quiere hacernos a todos esclavos de su parcial visión de la vida, que se basa en el egocentrismo que combatió Stein, pues hace al hombre centro del mundo y desaparecen de la escena pública Dios y la ley natural. Bajo el paraguas del pensamiento único se promueve que pensemos poco y aceptemos todo esto, por eso se suprime la filosofía del plan de estudios. En este contexto ella es un modelo a imitar hoy, en cuanto que, como pensadora abierta de mente, reivindica el valor inestimable de la filosofía sin la cual el hombre deja de serlo, la búsqueda de la verdad y la defensa del carácter espiritual del hombre. Ella luchó por lo que creía, en defensa de Cristo, y en uno de los debates en que participó nos dijo que no somos conscientes de la riqueza de nuestra filosofía cristiana, más rica y sólida que las arenas movedizas del laicismo materialista, cabría añadir. En esto radica la gran actualidad de su pensamiento y su legado, que es necesario reivindicar.
–En La filosofía de Edith Stein ha conseguido una gran síntesis de las obras completas. ¿Qué admira más de ella después de todo?
–Lo que más me admira de Stein es que armoniza dos cosas que raramente se encuentran en la misma persona: una excepcional capacidad intelectual y un ardiente corazón. Tenía un amor rico en inteligencia y una inteligencia llena de amor. Es impresionante su vida interior: profundiza como nadie en las entrañas del alma humana, en el castillo interior de santa Teresa. Tras escribir el libro me suceden muchos sentimientos. Por destacar uno señalo la necesidad de disfrutar de los escritos y de la vida de Edith Stein, la cual fue una gran filósofa como san Agustín y a la vez una gran amante como santa Teresa, mostrándonos que sin el saber el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor. Por eso animo a todos a leerla a ella y también mi libro La Filosofía de Edith Stein, con la esperanza de que el que lo lea disfrute, se emocione y aprenda tanto como yo lo hice, que les aseguro fue mucho, y me amparo en el hecho de que los derechos de autor, incluso los de la propia Editorial Ygriega, son para Cáritas española.