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«Cartas a mi maestro» de Albert Camus

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Cartas de Camus a su antiguo maestro

Semblanza de un auténtico maestro a través de la correspondencia inédita entre Camus y su antiguo profesor Louis Germain

En 1930, en una humilde casa de la Argelia francesa, un entregado y entusiasta maestro lucha por convencer a una familia de que permitan a su hijo, un brillante estudiante de origen humilde, continuar con los estudios en vez de obligarle a ponerse a trabajar. Esta escena, tan habitual en otras épocas –e incluso hoy día en otras latitudes–, tenía dos protagonistas de excepción: el maestro se llamaba Louis Germain; el brillante discípulo, Albert Camus.

La inconmovible fe de Louis Germain en la valía y las posibilidades del joven Camus terminaron convenciendo a su madre y a su abuela –su padre había fallecido en la Primera Guerra Mundial–, quienes decidieron apretarse el cinturón y renunciar a la fuente de ingresos que habría supuesto el trabajo de Albert para permitirle continuar con sus estudios. Decisión esta que, además de una muestra de generosidad y desprendimiento realmente conmovedores, constituye sin duda un poderoso testimonio de la ilimitada confianza de una familia en el maestro de su hijo.

«Cartas a mi maestro» de Albert Camus

plataforma / 124 págs.

Cartas a mi maestro

Albert Camus

Gracias a los desvelos del maestro Germain, Camus logró una beca que le permitió prolongar sus estudios y emigrar a la Francia continental, donde pronto se haría un nombre gracias a su trabajo como periodista y, principalmente, a su labor como escritor. Con el paso del tiempo, Camus terminaría consagrándose como uno de los autores más importantes de su generación, con obras tan icónicas como La peste o El extranjero.

No en vano, en 1957 la Academia sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura en 1957. Tras recibir el galardón, Camus escribió una famosa carta a su querido maestro en la que le agradecía el cariño, la paciencia y la confianza depositada en él: «Sin usted, sin esa mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin sus enseñanzas y su ejemplo, no habría sucedido nada de esto». A raíz de esta carta, se produjo un intercambio epistolar entre alumno y maestro que se vio bruscamente truncado por el accidente de coche sufrido por Camus en 1960, que le acabaría causando la muerte. Junto a la correspondencia con su maestro, también quedó inacabada El primer hombre, la novela que Camus escribía en ese momento.

Tanto esta correspondencia inédita entre Camus y Germain como un fragmento de El primer hombre se publican por primera vez en este volumen titulado Cartas a mi maestro. La lectura de ambos testimonios revela que ni el tiempo transcurrido ni la fama cosechada por Camus hicieron mella en el recuerdo que Camus tenía de su maestro, a quien guardaba un inmenso sentimiento de gratitud, como se puede ver en este bello pasaje: «El alumno se permitirá reprocharle una frase a su buen maestro. Aquella en la que me dice que tengo cosas mejores que hacer que leer las cartas de aquel a quien le debo ser lo que soy, y a quien amo y respeto como al padre que no he conocido».

En cuanto al intercambio epistolar entre Germain y Camus, hay que señalar que a su brevedad hay que añadirle el hecho de que se centra en cuestiones prácticas, fundamentalmente en resumir el transcurso de los acontecimientos de sus respectivas vidas, lo que hace que las reflexiones de calado humano y educativo sean más bien ocasionales.

Sin embargo, el capítulo «La escuela», perteneciente a la inconclusa El primer hombre, aporta más reflexiones de hondura sobre la educación. Escrito desde la perspectiva de un alumno de una escuela de la Argelia francesa fascinado por su maestro –la identificación de los protagonistas con Camus y Germain es indisimulada a lo largo de todo el fragmento–, el relato refleja a la perfección las cualidades que hacían del maestro Germain un referente vital para Camus y el resto de sus compañeros: la bondad, el cariño hacia sus alumnos, el profundo conocimiento, el saber hacer y la pasión que ponía en sus clases. Cualidades todas que, lejos de circunscribirse a una época o una región determinadas, han definido siempre a los grandes maestros, y lo siguen haciendo en la actualidad.

Y es que, frente algunos debates actuales que presentan como incompatibles la enseñanza de contenidos y el aprendizaje para la «vida real», la figura del señor Bernard, alter ego de Germain, representa hasta qué punto es posible que un buen maestro se desvele en preparar a sus alumnos para la vida, pero sin perder de vista que, para ello, su mejor herramienta no es otra que descubrirles el mundo a través del saber. Un descubrimiento, sin duda, en el que el alumno tenga voz y se sienta protagonista, pero en el que el papel del maestro como guía y referente se antoja indispensable.

Esa labor es precisamente la que hacía con sus alumnos el señor Bernard, quien, en palabras de Camus, «alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía en el niño que en el hombre, y que es el hambre del descubrimiento. En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco a la manera en que se ceba a los gansos. Les ofrecían una comida preparada y les rogaban que la tragasen. En la clase del señor Germain, sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo». Confiemos en que, lejos de desaparecer, los maestros como Louis Germain sigan poblando las aulas de nuestros colegios y universidades.

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