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Portada de «El arte de escribir de pie» de Aitor Romero Ortega

Portada de «El arte de escribir de pie» de Aitor Romero OrtegaCandaya

'El arte de escribir de pie': del Grand Tour al 'balconing'

Aitor Romero propone en ocho «ensayos viajados» por sendas ciudades una estimulante travesía para rehabilitar al turista en los tiempos de la masificación y el low cost

Se sabe que Hemingway escribía de pie y no era, a pesar de lo que opinaba el protagonista de El autor, para plantar mejor los huevos sobre la mesa. En realidad, hay varios escritores censados en esto de escribir con el culo deslindado. Lo que sí parece evidente es que, en última instancia, se escribe parado. Otra cosa bien distinta es que la escritura se haga antes que nada (casi siempre, a menudo o muchísimo) en movimiento. Ahí está Robert Walser, que fraseaba paseando, o el autobusero de Paterson, que rima en su cabeza entre parada y parada.

Aitor Romero Ortega (Barcelona, 1985) escribió sentado este libro «sobre el insólito arte de escribir de pie». Estas páginas son, por tanto, el destilado del viaje, la caminata o el paseo por «ciudades y por patios de hoteles, y también por mi casa». Añade con tino: «El verdadero viaje es el que queda cuando regresamos a casa y olvidamos todos los nombres». Sucede exactamente lo mismo que con los libros: de algunos no recordamos una sola palabra pero sabemos que cambiaron nuestra vida.

El arte de escribir de pie (Candaya) es un conjunto de ocho ensayos -en ocasiones más cercanos a la crónica, otra veces más teóricos o memorialísticos- con una ciudad o un lugar (que no es exactamente lo mismo) en torno al que deambular. No es casual que el autor glose de entrada el Grand Tour y es feliz que, 150 páginas después, el viaje culmine en Benidorm, la meca del turismo low cost popularizada por los mismos ingleses que sublimaron antaño el viaje romántico. La médula teórica del libro es interesante: ¿cómo conciliar al viajero con el turista?, ¿cómo rescatar la vieja experiencia aristocrática del viaje en los tiempos de Ryanair, el Interrail y la masa triunfante?

Portada de «El arte de escribir de pie» de Aitor Romero Ortega

candaya / 160 págs.

El arte de escribir de pie

Aitor Romero Ortega

La postura de Romero es, cuando menos, la de conjurar el postureo: «Fíjense: el turista siempre es el otro», ironiza. «Todos somos, aunque nos duela admitirlo, al mismo tiempo y de forma alterna, viajeros románticos y turistas bovinos», señala. Me gusta que el autor rehabilite al turista, tan vilipendiado; o al menos que no lo mire por encima del hombro. El viajero, hoy día, sería la parte más despierta del turista que todos somos. Ya no se trata tanto de la exclusividad (¿dónde se encuentra eso actualmente?) como de la capacidad del visitante ocasional de llenar de significado incluso los lugares más saturados.

Pero no es El arte de escribir de pie un ensayo de tesis, ni siquiera es un ensayo. Más allá de este tipo de disquisiciones, este libro es ante todo un buen reclamo para visitar de la mano de un gran prosista un puñado de lugares que, aunque los conozcamos, no habíamos visto de esta manera. La mirada, ya se sabe, es lo intransferible de cada cosa, también del viaje. Lisboa, Irlanda del Norte, Estados Unidos, Roma, Madrid o Tánger son el pretexto del autor para contar cosas a veces no relacionadas con el propio viaje, que casi siempre tienen que ver (cómo no) con los libros, o con las canciones, o con los recuerdos. En ese sentido, se lee con especial sentimiento su semblanza de Barcelona, la ciudad natal del autor y en ocasiones la más extranjera de todas.

Hay mucho de mitteleuropeo en la escritura y la memoria sentimental del autor, de Vila-Matas (un alemán infiltrado en casa) a Magris. Pero Romero no se queda en la evocación nostálgica de espacios supuestamente devaluados por la experiencia compartida y reiterativa, sino que opta por vivificarlos. Se queja al inicio de este volumen de que la exclusión de España del Grand Tour y, en general, de los cauces cosmopolitas, nos alejó de la posibilidad de una literatura de viajes equiparable a la de otros países europeos. Habría que decir, y celebrar, que esa cuenta se ha ido saldando con el indudable auge de la escritura viajera en los últimos años. Este libro es una piedra más en ese camino.

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