'Lo que no muere nunca': autobiografía en tercera persona de un japonés que conoció a Cristo
En forma de novela, y con un estilo equilibrado y sencillo, el médico Takashi Pablo Nagai narra su vida desde la infancia y su conversión al catolicismo, hasta poco antes de fallecer. Superviviente de la bomba nuclear que asoló Nagasaki
El médico radiólogo japonés Takashi Pablo Nagai (1908–1951) se crio con arreglo a las creencias sintoístas tradicionales, pero, conforme se adentraba en la juventud y en los estudios universitarios, fue desprendiéndose de aquella fe. Sin embargo, a partir de los veinte años, su larga vinculación con Nagasaki —cuna y asiento del catolicismo nipón—, debido a motivos académicos y profesionales, lo acercó a la fe en la Iglesia. En 1934 se bautizó —adquirió el nombre de Pablo por san Pablo Miki— y contrajo matrimonio con Midori Moriyama, descendiente de aquellos cristianos que, a través de las persecuciones que se iniciaron en el siglo XVII y concluyeron en la época Meiji, habían mantenido el hálito católico aun careciendo de sacerdotes.
El expansionismo imperialista japonés condujo a Nagai —en calidad de personal sanitario— a las zonas de China en donde sus compatriotas arrollaban al enemigo y en donde, en muchas ocasiones, no mostraban compasión ni las pretendidas virtudes del bushido. De algunas de esas crueldades —y de otras de la guerra— da testimonio en este libro, contrapesadas con ternura y delicadeza humana y religiosa. A causa de varios errores e imprudencias, contrajo diversas afecciones; la más grave, leucemia. No pudo ejercer la medicina corriente, a causa de una otitis —lo cual le provocó una sordera parcial, incompatible con el uso del estetoscopio—, de modo que hubo de dedicarse a la radiología. Y fue precisamente la práctica de esta tecnología —aún poco segura para los galenos— lo que le acarreó la enfermedad que acabaría con su vida.
De esto da cuenta Nagai en Lo que no muere nunca. Y de mucho más. De su esposa, eje fundamental de su existencia, junto con su fe en Cristo, y junto con una sorprendente confianza en Dios y una mirada trascendente en cada suceso. Y, por supuesto, también habla de la bomba atómica. De cómo cayó sobre Nagasaki, y de cómo convirtió en cenizas a su mujer. Este relato resulta de un equilibrio fascinante: es poético, por medio de una prosa directa y concisa. No hay afectación, ni exhibición de estilo; es terso, y su precisión no adolece de tonos almibarados ni de crudeza morbosa. Como todo el libro, hay en este capítulo una sencilla y nutrida armonía de haiku que lleva a pensar si Dios, en realidad, es japonés y no hebreo. Porque la desolación y aniquilación de toda esperanza meramente humana que provoca la explosión nuclear se exponen al mismo tiempo que el impulso del protagonista por ayudar a los heridos, y también por su reflexión espiritual: ha estado a punto de fenecer, y no se ha confesado aún de tres pecados mortales.
encuentro / 344 págs.
Lo que no muere nunca
Antes de la bomba en Nagasaki, le han llegado noticias sobre la detonación atómica en Hiroshima, pero las noticias oficiales niponas ocultan los datos y transmiten una información muy adulterada. Asimismo, los aviones bombarderos americanos dejan caer pasquines en que advierten de que Nagasaki es el próximo objetivo y de que la población ha de abandonar la ciudad. Nuevamente, las autoridades japonesas tildan ese aviso de falsa propaganda. Los católicos de Nagasaki rezan por la paz y por el día en que toda la humanidad adore al único Dios. Y la policía japonesa amonesta a los cristianos: sólo el emperador merece culto divino, y la aspiración a la paz significa anhelar la derrota nacional.
Junto con todos estos detalles, hay más que aconsejan la lectura de Lo que no muere nunca. Por un lado, su estructura y formato de novela, con el empleo de heterónimos para Nagai y su esposa, y con una narración en tercera persona —el autor no habla por medio del «yo». Una narración apta para el público nipón ignorante de los rudimentos católicos, pero también provechosa para el creyente que observará con frescura prístina —mediante su conversión— el contenido de la fe y de los sacramentos —además, las notas de esta edición española resultan muy útiles para comprender el contexto cultural. Por otra parte, merece resaltarse la honestidad con que se escribió el libro: Nagai estaba ya postrado, sin apenas poder moverse, sabiendo próxima la muerte, y viviendo en una choza de muy escasas dimensiones, casi como un monje. De ello nos hacemos cargo gracias al abundante material fotográfico de que se acompaña la lectura en sus páginas finales. Como apostilla, conviene señalar que este matrimonio (Takashi y Midori) se halla en proceso de canonización.