
'San Juan Bautista', cuadro de Leonardo da Vinci expuesto en el Louvre de Abu Dabi
Historia
La muerte de Juan Bautista por las bailarinas fantásticas
En Cataluña una serie de bailarinas, que vivían cerca del río Segre, invocaron la cabeza del San Juan Bautista y se les concedió
Existe en Alemania, y en la mayor parte de los países del Norte, una tradición que, sin embargo, a partir de la Edad Media, tiene en algunas comarcas su vigor primitivo. Esta tradición es la de las Willis, esos seres fantásticos que de noche, a la luz de la luna, medio envuelta por la niebla que se levanta de las lagunas solitarias, salen del fondo de las verdosas aguas o de entre los cañaverales, vestidas de blanco y coronadas de plantas acuáticas, y se entregan a una vertiginosa danza. Desgraciado el joven que las encuentra a su paso y que, fascinado por la hermosura de estos seres fantásticos las sigue. Porque les obligan a tomar parte con ellas en el horrible baile, y el infeliz cae sin aliento, y es arrojado a las lagunas junto con las crueles bailarinas, las cuales se disipan convertidas en niebla, después de media noche o al primer rayo de luz.
La tradición catalana dice que a una joven danzante se le unieron otras que eran hijas de Herodes, pero no dice si eran hijas de su primera esposa, o de Herodías y Filipo. Pero, siguiendo la leyenda, el caso fue que, consultando las bailarinas con la esposa, las dijo esta…
- Pedid la cabeza del Bautista.
Y así fue. Mando cortar la cabeza a Juan en su cárcel y la entregó a su sobrina. Esta la presentó a su madre, la que, no bastándole la venganza que se había tomado de hacer decapitar al santo, le abrió la boca, le cogió la lengua y se la atravesó con un estilete de oro que le servía de alfiler para rollar sus trenzas. Poco después, Herodes cayó en desgracia de la Corte de roma, y el Emperador le desterró de Judea, donde el pueblo que le odiaba, como a su manceba y a sus hijas, les arrojó a pedradas.Dice la tradición que, al verse sin casa ni hogar, apedreado y escarnecido allí donde había sido soberano, se volvió a su infame cuñada y le dijo…
- No arrojaron como a perros rabiosos y nadie no quiere en su casa. Y tienen razón, pues pecamos derramando la sangre del Bautista.
Perseguidos por todas partes, atravesaron Asia y penetraron en Europa, pobres, miserables, con la maldición de Dios sobre ellos. Entraron en Francia, y la leyenda dice que, atravesando los Pirineos, llegaron a Cataluña, junto al Segre. Era invierno y el río estaba helado. Al querer atravesarlo a pies, pasó primero Herodes y luego Herodías, pero al intentarlo sus hijas, el hielo se rompió, y quedaron sepultadas todas en el fondo del río, pasando antes el hielo por sus cuellos como cortantes cuchillos, degollando a las desvergonzadas bailarinas, cuyos cadáveres no aparecieron jamás. Poco después murieron de miseria Herodes y su cuñada, una noche de invierno, junto al mismo río, al cual fueron arrojados sus cadáveres, que tampoco aparecieron.
Precipitadas sus almas en el infierno, parece que durante las noches, a deshoras, después de las doce, aparecen las bailarinas fantásticas, las cuales, en castigo de su culpa, están condenadas eternamente a bailar una danza vertiginosa acompañándose de sus panderetas, que ellas tocan con furor y dando aullidos de rabia, sin poder parar un instante, bailando siempre a pesar de su fatiga aquella danza infernal, que durará tanto como el infierno: una eternidad.
Se oye y se las ve, sobre todo, en la noche del 24 de junio, día de San Juan Bautista. Muchos aseguran en los pueblos de Cataluña que, al ir a tomar la buenaventura o la verbena, han huido horrorizados al oír el sonido de las infernales panderetas. A otros les ha parecido que oían detrás pasos precipitados, voces extrañas, e, infeliz del que vuelva la cabeza, pues su muerte es segura. También el 29 de agosto, día de la degollación del santo, se aparecen las bailarinas, pálidas, desencajadas, con los brazos enflaquecidos, danzando, mezcladas con esqueletos, una danza macabra. Se las ve desaparecer para volver a aparecer al instante, descollando entre ellas una que adorna su cabeza con un alfiler de oro. Es Herodías, la cual danza con más furor que las otras.
A los habitantes de las orillas del Segre, en noches de luna, cuando se levanta la niebla que flota sobre las aguas como un velo transparente, les parece oír confusamente un cántico lúgubre y misterioso que sale del fondo de las aguas, acompañado de panderetas y castañuelas, y a la luz de los plateados rayos del astro nocturno, ven dibujarse entre la bruma fantasmas de extraña figura, vestidas de blanco, sus ojos ardientes de fatiga, sus pechos y sus brazos glaciales, sus cabellos en desorden. Bailan, ora sobre el río, ora en tierra, hasta que el canto del gallo ahuyenta aquella extraña visión.