Córdoba subterránea: la ciudad que podríamos ser
«Me echo a temblar cuando en Córdoba escucho que tal o cual espacio patrimonial va a pasar a ser público»
Somos unos estrechos de mente. Por eso estamos convencidos de que algo que nosotros vemos como evidente debe de ser visto igual de claro por los demás. Ocurre a menudo con los valores: tenemos la prepotencia de dar por sentado que los nuestros son los mejores. Más aún: que son los únicos. ¡Los objetivos! Y todos deben compartirlos sin discusión... o están equivocados. Incluso hay quien, para imponerlos, estructura una seductora retórica en torno a la libertad y toda la retahíla. Y lo peor es que ellos mismos se la creen.
Mentira. Lo peor no es eso. Lo peor es que tenemos que escucharlos.
Digo que esa presuposición de obviedad implica estrechez de miras porque habitualmente no nos encontramos ante limitaciones de los demás, sino nuestras. Pues es la propia incapacidad (y vanidad) la que hace que solo contemplemos esa conclusión posible y tratemos al resto como si fueran ellos los torpes que no ven la supuesta evidencia.
Una de las más curiosas ocasiones en las que a mí, que soy el primer cateto, me ocurrió (que pensé que algo era evidente para todos y me equivoqué), fue hace aproximadamente siete años, mostrando a unos estudiantes canadienses el yacimiento arqueológico que hay en un garaje comunitario de la calle Secretario Carretero. Me refiero al famoso tramo de vía romana vinculada al anfiteatro en el que actualmente son visibles parte del pavimento y, sobre todo, el impresionante sistema de alcantarillado.
Cuando terminé de explicar lo que contemplábamos, observé a mis oyentes con caras de incomprensión, casi desorientación, por lo que les pregunté si tenían dudas. Uno de ellos, cual portavoz del grupo, planteó: «¿Pero esto quién lo ha traído aquí?».
Entonces caí en la cuenta de que no en todas las partes del planeta están acostumbrados a que al excavar en el suelo aparezcan restos arqueológicos debido a que el pasado haya ido quedando soterrado. En aquella ocasión fui yo el estrecho de miras y mi habitual lucha por no dar nada por sabido se quedó, por una vez, corta.
El grupo venía dentro del programa Córdoba escuela universal del Consorcio de Turismo, y la ruta guiada que realizábamos era Córdoba Subterránea. Esta había nacido en 2014, cuando, buscando una excusa atractiva para contar la evolución histórica de la ciudad, hilvané en un recorrido cuatro espacios que se encuentran bajo nuestros pies: los restos del teatro romano, los baños califales, el mencionado yacimiento cercano al anfiteatro y uno de los dos monumentos funerarios de Puerta Gallegos (monumentos que habían sido, en verano de 2001, la primera cosa que yo explicara al público, todavía siendo estudiante de Historia del Arte).
Siguiendo la estela de Nápoles o Granada, llamé al recorrido Córdoba Subterránea, y tuve la fortuna de presentarlo en el Ayuntamiento junto a los entonces concejales de Turismo y Casco Histórico en una sala de prensa abarrotada de periodistas.
Con el tiempo, el recorrido ha sufrido diversas variaciones, debidas sobre todo a las dificultades cada vez mayores para visitar los yacimientos de gestión municipal. Y es que accedemos con mucha mayor facilidad a los que se gestionan desde el sector privado, aunque los responsables de los mismos no obtengan ningún beneficio de la visita. Además, normalmente estos últimos también están mejor cuidados.
Dicha paradoja es muy indicativa y supone uno de los diversos motivos por los que me echo a temblar cuando en Córdoba escucho que tal o cual espacio patrimonial va a pasar a ser público. Para entenderme, no hace falta conocer muchos intríngulis. Ni indagar en los laberintos que han eternizado las reformas del Museo Arqueológico y el Salón Rico o la tan de moda puesta en valor de la casa familiar Romero de Torres. Basta con que nos fijemos en los horarios de apertura de museos y monumentos o en la situación del patio de calle Trueque.
Una de las satisfacciones que me ha traído organizar este tour durante tantos años es que mucha gente me ha ido descubriendo otros lugares ocultos, y debo decir que lo que tenemos bajo los pies no deja de sorprenderme. Por ejemplo, hace no mucho, mi amigo David Márquez me mostraba los sótanos de la esquina de calle Antonio Maura y avenida Gran Vía parque.
Me encontré allí con un inesperado, enorme y fascinante vestigio del pasado. Pero un pasado reciente, pues no incluyen ningún resto arqueológico, a pesar de se hallen a pocos metros de donde Enrique Romero de Torres rescatase la tumba que hoy se conserva ante la Puerta de Sevilla. Tumba que, como Cercadilla o los monumentos de Puerta Gallegos, luce una dejadez entristecedora.
Volviendo a los sótanos, estos albergan numerosos locales que abrieron como una especie de centro comercial subterráneo hace sesenta años. Tuvieron su esplendor durante la década de los setenta, para decaer en los ochenta hasta su total clausura. Yo, de hecho, no los recuerdo abiertos.
Allí tenía Manuel Márquez, padre de David, una de sus tiendas de muebles; recinto que, más adelante, le arrendaron para ubicar una iglesia evangélica. Según recuerda el propio David, también estaban Saneamientos Martín Moyano, la carpintería de Aurelio o los electromontajes de la familia Dorado. Hoy en día, como comprobé, solo hay locales abandonados y pasillos dignos de una película de terror.
Es un conjunto que, si lo adquiriera o gestionara una administración pública (gestionado de verdad, no como los que antes hemos señalado), podría tener interesantes usos. Quizá un espacio cultural que diese algo de vida al olvidado barrio. Por ejemplo, un centro creativo o expositivo vinculado al arte contemporáneo. Sin embargo, como ocurre con los yacimientos arqueológicos, se prefiere abandonar lo que ya tenemos para esforzarnos en hacer algo nuevo o traer cosas de fuera.
Sueño con que eso algún día cambie. Con que antepongamos la optimización. Con que doblemos el papel del tiempo y las diferentes Córdobas pasen de estar superpuestas a estar fundidas. Y seamos, más que la Córdoba que un día fuimos, la Córdoba unión de todas las Córdobas que ahora podríamos ser.