La verónicaAdolfo Ariza

Sección de caballero de El Corte español

Actualizada 05:00

Todo dependiente que se precie de esta sección tiene muy claro que «la elegancia […] no consiste ni en el minucioso cuidado del atuendo ni en el aspecto artístico de la indumentaria»; sino que «estriba toda ella en la perfecta naturalidad, en la adecuación perfecta de lo exterior con lo interior».

En esta peculiar sección de caballero (lo de la ubicación en planta en el edificio es lo de menos) prima «la preferencia de la grandeza sobre la mezquindad». No se estila adular «ni a las personas ni a las cosas» puesto que el sano sentido de la «grandeza» protege de «cualquier mezquindad».

Otra de las preferencias es la «del arrojo a la timidez o de la valentía al apocamiento». El gusto en esta sección va por un «hombre de pálpitos más que de cálculos». En estas tendencias, «¿cabe imaginar, por ejemplo, a los conquistadores calculando y computando sabiamente las posibilidades de conquistar Méjico o el Perú?».

Nada más pasado de moda entre el género de esta sección que «el esnobismo»; lo cual es vacunado y, por tanto, evitado cuando «se tiene de sí harto elevada opinión y tan profunda conciencia de su ser personal, que prefiere ser quien es – por humilde que sea su condición y posición – a incidir en ridículas y serviles actitudes, saliéndose de su medio y categoría humana». Normalmente esta tendencia va unida a «lo silencioso» – aun cuando pueda pasar por taciturno – «lo grave en su postura» y de «pocas palabras en el comercio común». Si bien, llegado el momento, «cuando se ofrece ocasión solemne o momento de emoción punzante», se «sabe alzar la voz y encumbrarse a formas superiores de la elocuencia y de la retórica». Obviamente «sólo una cosa se mantiene firme»: «la resolución de no ser vulgar, de ser auténtico, de no sucumbir a la mediocridad de lo común, informe y mostrenco».

El caballero que gusta de ser vestido en esta sección gasta «personalidad fuerte»: «No cede, no se doblega, no se somete. Afirma su yo con orgullo, con altivez, con tesón; a veces con testarudez. Pero siempre con nobleza; es decir, sobre la base de una honda convicción y de una honrada estimación de la propia valía». No gusta tampoco del «resentimiento» porque «tiene una conciencia muy elevada de sí mismo y de su valía – conciencia a veces excesiva y exagerada -, no incide con facilidad en la envidia y muda codicia rencorosa de los ajeno».

En la elegancia de este caballero no cabe, por ejemplo, convertir «la comida en un arte, el comercio humano en un sistema de refinados deleites y la hondura santa del amor en una complicada red de sutilezas delicadas». La razón última para este desdén es que este caballero «ofrenda su vida a algo muy superior, a algo que justamente empieza cuando la vida acaba y cuando la muerte abre las doradas puertas del infinito y de la eternidad».

Del caballero que se viste por los pies en esta sección, frente a manidos tópicos de que es «difícil de gobernar» y «poco disciplinado», cabe hablar de que «obedecerá gustoso a un jefe que tenga las condiciones personales, físicas, morales, intelectuales o metafísicas del auténtico jefe». «Al que no tenga más título para la jefatura que un nombramiento legal o una votación nutrida […] no le entregará fácilmente su obediencia». No en vano le enfada la sustitución de «la competencia, la capacidad, la valía personal» por sustitutivos de poca monta, más propios de un «soborno material o espiritual».

Para más señas: el libro recientemente publicado de Manuel García Morente (el libro recoge dos representativas conferencias del filósofo sobre filosofía de la historia de España) cuyo título es Esperanza de España (Madrid 2024). Disponible en la sección de caballero del Corte español.

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