Aversión hacia el verano
A estas alturas del mes de agosto y después de tantos días de una rutina marcada por un calor que ya se hace insoportable, crecen los que sienten cierta antipatía hacia este martilleo bochornoso. Sería mucho más interesante vivir en una eterna primavera, una estación bastante más agradable que, por estos lares, apenas se deja conocer; pero la realidad es otra. El verano ya se está volviendo agotador y el pensamiento está puesto en la vuelta a los hábitos que trae un septiembre aún por estrenar. Quizá la vuelta a la normalidad, el inicio de un nuevo curso en todos los niveles, ayude a paliar esta creciente aversión hacia el periodo estival sentida de manera general.
Andaba mi mente en esas reflexiones cuando me llegó la publicidad de una obra cinematográfica cuyo estreno se produjo hace pocos días, Odio el verano, título que acaparó toda mi atención. Además, la síntesis señalaba bien su contenido: eran anunciadas tres familias, dos semanas y una sola casa. Esta comedia, típica película para echar un buen rato una noche de cine de verano, recoge el error de una agencia de viajes que provoca que todo lo citado, familias, tiempo y lugar, converjan en la misma casa por azar, es decir, sin haberlo planificado. Obviamente convivencia y empatía son acciones complicadas, máxime cuando no han sido elegidas de manera voluntaria. Y viendo el anuncio, una sonrisa envolvió mi gesto pensando precisamente en los veranos familiares con mayúscula.
Quien más, quien menos, ha vivido uno de los veranos referidos en la playa, en el campo o en la ciudad. Ciertamente sin improvisaciones, pero sí con varias familias compartiendo un mismo espacio (mayor o menor) por un tiempo determinado: un pequeño apartamento en la playa que amanece lleno de camas que aparecen de repente como si fuera un campo de batalla, una casita en el campo abarrotada de visitantes que se dan por convidados buscando el chapuzón en la piscina o la casa de los abuelos en el pueblo que se convierte en posada para acoger a hijos, nietos y demás familia. Haciendo visible este último ejemplo, hasta cuatro hogares diferentes nos hemos reunido en incontables ocasiones bajo un mismo techo, compartiendo la misma mesa y un único cuarto de baño pero con la ilusión de pasar buenos días de asueto.
Está claro que ficción y realidad van cogidas de la mano. Es más, añadiría que pasar los días de esta manera no deja de ser una aventura sana y recomendable.