La verónicaAdolfo Ariza

Mística en estos tiempos que corren

Actualizada 04:30

El problema no viene, frente a lo que pudiera parecer, por una ausencia de la misma en virtud, por ejemplo, del más craso de los materialismos o la más ingenua de las banalidades sino por lo que bien podría denominarse como «algunas tendencias muy discutibles de la espiritualidad reciente». Buscar las causas puede convertirse en el más sutil y sesudo de los ejercicios detectivescos y, sin embargo, salta a la vista que este «sistema tecno-compasional» en el que estamos inmersos ha invadido también «la vida interior reduciéndola a recetas de desarrollo personal o a misticismo sentimental y desresponsabilizador, a fin de evitar el difícil cara a cara entre uno mismo con el otro, así como todas las complicaciones del discurso, todas las aproximaciones del juicio práctico».

El diagnóstico es, al menos, preocupante. Primero porque parece que se entiende «la acción del Espíritu Santo como la de un servomotor». Segundo porque se caricaturiza al «espíritu de infancia como una irresponsabilidad adorable». Tercero porque se oponen sin ningún sentido una hipotética «civilización del amor» con «la cultura de la inteligencia». Cuarto porque se deja de acudir a la intriga y al drama de los relatos bíblicos obviando la profundidad y omnipresencia de la misericordia divina tan claramente manifiesta en «la genealogía llena de basura» del Verbo que quiso convertirse en descendiente de un Jorán que masacra a sus hermanos, o de un Manasés que mata a su hijo y derramó tanta sangre inocente que inundó Jerusalén de punta a punta (cf. 2 Re 21, 16)”. Quinto porque resulta que el «nuevo santo» es esculpido unas veces «según el modelo del ídolo heroico-pagano» y otras veces es reducido a unos exagerados niveles de «inocencia pueril». Y sexto porque esta pseudo-mística «nos arranca de la condición humana más común, hasta el punto de dar la espalda a la verdad de la Encarnación» y para colmo se convierte en «cómplice del transhumanismo».

En estas lides se suele aspirar a una propia historia que «no es de libertad, sino de simple liberación»; una historia en la que habría «salida de Egipto» y «travesía del Mar Rojo», pero «sin llegar a las revueltas del desierto»; una historia más propia de una particular «storytelling de la plena realización»; una historia marcada por la victoria de «la tentación de una Pascua sin Pentecostés» o «de una presencia sin aventura»; una historia en la que el que entra en la Tierra Prometida ignora «su propia inclinación al mal», creyendo «que todo le está permitido», «que se le debe todo a título de eterna reparación»; una historia que ignora que «el bien y el mal cohabitan en la misma persona». -¡Ojo, que «el misterio de la santidad de un hombre pertenece a Dios»! Y esta se nos escapa.

Dicho lo cual tal vez sea pertinente preguntarse: - «¿Qué es la vida cristiana en su realidad más divina? ¿Una pura interioridad? ¿Un régimen de excepción? ¿Un régimen de excepción?». El autor a quien pertenecen las numerosas comillas de estas líneas – precisamente hablando de su matrimonio y de la que es su esposa, Micheline – advierte, con cierto tono jocoso, que «es más misterioso ir hacia Dios casándose con Micheline que retirándose a un monasterio». Claro que, y continua el comentado autor, «a decir verdad, el monasterio no es menos misterioso: allí hay hermanas Micheline». De manera que «lo importante, sin embargo, es entender que, con un Dios que se hizo carpintero judío bajo Poncio Pilato, el místico abraza ahora lo mediocre, la clase media, la pobreza de la vida cotidiana, incluidos esos tiempos muertos, sin visión ni vibración, en los que no ocurre más que el don eterno de la existencia».

Para más señas: Fabrice Hadjadj, Lobos disfrazados de corderos. Pensar sobre los abusos en la Iglesia (Madrid 2024).

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