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Nos enfrentamos

Vivimos un desequilibrio en el que los elementos alimentarios tienen un protagonismo significativo

La fragilidad europea

No podemos enfrentarnos a las dificultades que asoman en el horizonte con las tareas sin hacer

Vertiginosos tiempos los que vivimos, mal brete, en los que se configura como una estrategia fundamental advertir que la producción agroalimentaria es parte valiosa de cualquier desempeño estratégico o táctico de carácter económico y político. Y de la que, en caso de dificultades es posible carecer, algo que es visible para el simple observador.

La historia confirma que la caída de las civilizaciones históricas en su mayor porcentaje se produce por la concatenación de varios factores, uno de los cuales suele estar vinculado con su sistema alimentario, esto es, con la producción de alimentos, con su escasez o con los problemas relacionados con el adecuado abastecimiento de la población. Desde luego, es muy infrecuente que un solo factor provoque una caída de esa categoría, sencillamente porque un desequilibrio localizado se soluciona con facilidad.

Hoy nos encontramos en uno de esos momentos en los que varios factores están conmoviendo los pilares de nuestro mundo. Un desequilibrio en el que los elementos alimentarios tienen un protagonismo significativo, y cuya escasez o mala gestión puede encaminarnos hacia problemas que no imaginamos. El panorama es visible en muchos frentes, además del señalado: la dinámica demográfica, el modelo económico, la baja productividad y las rígidas políticas fiscales.

¿Qué ha conducido a Europa hasta este límite? En primera instancia una concatenación de acontecimientos y posicionamientos históricos en el devenir reciente y en las políticas actuales. Pero el río no debe dejar de fluir, y aunque no podamos bañarnos en las mismas aguas, como decía Heráclito, sí es posible refrescar el viejo continente, esforzadamente. Y es una batalla que se hace necesaria en muchos frentes: cultural, económico, humano, filosófico y por supuesto alimentario, con todo lo que esto implica de vinculación con el mundo rural, con la producción agroalimentaria y con el cuidado de lo propio. Para progresar, hoy, se hace necesario conservar con esmero y pensar un poco más allá.

Los márgenes son cada vez más estrechos y la política alimentaria debe ser reconducida, con el ánimo de mantener una Europa protegida, capaz de abastecerse en una gran medida y con los sectores agroalimentarios renovados y fortalecidos. No podemos enfrentarnos a las dificultades que asoman en el horizonte con las tareas sin hacer, y esto habrá que conseguirlo de la mejor forma posible. Se están poniendo tantos límites a la producción que los precios de los alimentos seguirán subiendo porque la producción disminuye, previamente estimulada por las políticas públicas que incentivan el abandono de los cultivos y de la cabaña ganadera. El mundo vive enormes dificultades, atenazado por unas circunstancias internacionales delicadísimas y en un entorno de mercado complejo. Y aunque ya es tarde, porque las paradas programadas y las dificultades puestas al sector han sido extraordinarias, debemos mantener la esperanza -y trabajar- con el ánimo de pensar que siempre existe un todavía.

Vigorizar el sector

Por otro lado, y aunque la incertidumbre no es una buena aliada, ese es otro de los factores a tener en cuenta: el futuro por su propia esencia es desconocido, y hoy más que nunca, inestable. Y en esta circunstancia la prudencia es una excelente compañera, como lo fue en el mundo egipcio la política de planificación y construcción de grandes silos a pesar de la feracidad de las riberas nilóticas. En una Europa en la que tanto la producción agrícola y ganadera como los sectores extractivos han gozado de una importante pujanza, es posible revalorizar, retomar y vigorizar el sector. Desde luego con el apoyo de expertos, de forma bien encauzada, sin pérdida de tiempo, que ya corre en contra de cualquier iniciativa que se tome en este sentido.

Y es que el ciudadano observa atónito, cómo el proceso de desmantelación de la producción agroalimentaria en Europa se ha convertido en una concatenación de desgraciados errores. Para unos ciudadanos faltos de un liderazgo integrador y recto, cuyas vidas se impregnan de una tensión que nace en la propia molicie europea y termina en las dificultades que acompañan nuestro tiempo, las consecuencias pueden ser aún más calamitosas. Y es posible que el siguiente paso sea un lento y limitado proceso de desglobalización, pero Europa es la última preparada para esta situación. Una gobernanza mediocre y un escaso peso político en el contexto internacional son bazas con las que se hace complejo jugar.

El papel de la guerra en Ucrania también es decisivo con respecto a la estrategia de la adquisición de alimentos. Era inevitable que se provocaran cambios sustanciales en el mercado internacional: Ucrania ya no es el primer exportador de maíz, ha bajado un puesto en la producción de trigo y aunque sigue siendo el primer exportador de aceite de girasol, ha bajado 12 puntos en su posicionamiento (Trademap). El azúcar de caña ha supuesto un imponente competidor para la que proviene de la remolacha. Claro que el bloqueo de los puertos marítimos ha sido otro gran golpe, y la pérdida logística y los efectos de la guerra han supuesto una serie de crisis encadenadas para la propia agricultura ucraniana. Lo que, naturalmente, ha afectado al resto del mundo.

Con la visión de estas dificultades en puertas, el bloqueo de exportaciones y la subida de precios generalizada, sería natural que la Unión Europea se preocupara por el bienestar de su población instando al crecimiento del sector agroalimentario y fomentando una política de impulso y ayuda a agricultores y ganaderos. Pero para estupor de todos, la política es justamente la contraria, aunque menos aún se comprende porqué un gran sector de la población aplaude los criterios que nos están conduciendo a un empobrecimiento generalizado con una eficacia abrumadora.

La situación es, por tanto, comprometida. Y nos debe provocar a una seria reflexión sobre la fragilidad europea, que es una escuálida heredera de aquel atractivo Occidente, cuyo vigor se debió alguna vez a su peso en la política internacional que a su vez nacía en un formidable desarrollo cultural y en el origen de formas de pensamiento que desde la antigua Grecia se habían acrisolado hasta florecer en literatura, en arte, en filosofía, en conocimiento. Y en producción bien estimulada y tradición alimentaria, con lo que esto significa y lo que representaba de flexibilidad y libertad de acción.

Hoy es evidente que la crisis de valores que afecta a Europa es la precursora del resto de sus problemas, y no en menor medida del alimentario. Habrá que rehacer Europa de una u otra forma tras esta fase, y ¿cómo tendremos que entender una Europa después de Europa?

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