La Bora Bora de Cantabria
La península de Pechón recuerda a la paradisiaca Polinesia y alberga una de las mejores villas de alquiler vacacional de España
Bora-Bora en Cantabria-Cantabria. Cantabria infinita, tanto que en ella cabe incluso un rincón de la lejana y paradisiaca Polinesia. Y con la ventaja de no tener que recorrer 16.000 kilómetros de distancia desde la Villa y Corte. Tan solo algo más de cuatro horas en coche separan este espectacular paraje de una capital que empieza poco a poco a vaciarse conforme se acerca agosto. Llega el tiempo de Madrid Baden-Baden. Llega el tiempo de Cantabria Bora-Bora. Es casi imposible no pensar en los paisajes de esta isla sinónimo de paraíso exclusivo y remoto, naturaleza exuberante y tranquilidad apartada del mundanal ruido mientras se contemplan estos mares de siete colores. Todos los verdes y todos los azules que tal vez no esperamos encontrar en Cantabria caben en la Península de Pechón, considerada uno de los secretos mejor guardados de la costa cántabra. Todos esos acantilados cubiertos de vegetación que emergen de esas aguas turquesas tan del Pacífico Sur están aquí. En cierto modo, sorprenden al visitante, le descolocan. ¿El Sur en el Norte? Y nadie alrededor. Hasta donde alcanza la vista de este mirador no hay más que tonos verdes y turquesas, mar y cielo infinito.
Cantabria infinita e insospechada. La península de Pechón limita ya con tierras asturianas. La ley de costas, la escasez de alojamientos turísticos y servicios, el difícil acceso a sus playas, mantienen estos parajes apartados de las rutas más transitadas y con ese encanto de lo semisalvaje. Son playas que desaparecen cuando sube la marea y a veces lucen bandera roja debido a sus corrientes. El mar aquí es más abierto, la arena está más vacía de sombrillas y toallas que en las más tranquilas playas de Oyambre y Comillas. Las hijas de Pedro, en Cabezón de la Sal
¿De dónde vienen estos tonos evocadores de otras latitudes? Una de las claves está en la mezcla de sus aguas. Mar abierto y agua dulce. En Pechón desembocan los ríos Neba y Nansa, uno a cada lado de la pequeña península, formando las rías de Tina Menor y Tina Mayor, estuarios y playas. Agua dulce y salada que conforma estas tonalidades, la espuma de los días. Aguas poco concurridas frecuentadas por alguna pequeña embarcación, algún aficionado a la pesca submarina o al paddle surf. Las playas de Pechón, como Amió, Las Arenas o Aramal, obligan a dejar los vehículos a algo más de 15 minutos, lo que resulta disuasorio para un gran número de visitantes. Aún en agosto, cierto espléndido aislamiento está garantizado.
La joya de la corona de este paraje extraordinario no podía llamarse de otra manera: La Península. Y está a la altura de semejante escenario. Construida antes de la ley de costas de 1988, conforma una especie de atalaya similar a La Fortaleza, de Pollensa (Mallorca). Su extraordinaria ubicación, en el mejor saliente de la península de Pechón, garantiza total privacidad y esa sensación de encontrarse en un barco fondeado a punto de levar anclas. Solo hay esas aguas turquesas a babor y a estribor, acantilados cubiertos con frondosa vegetación y una pequeña playa de cantos cuyo acceso es solo posible desde el mar o desde la villa. No es exagerado afirmar que es una de las más singulares y privilegiadas de toda la costa española. La propiedad forma parte de Wishome, una cuidada y reciente iniciativa empresarial que ha llevado a Cantabria un producto turístico de altísimo nivel con todos los servicios de lujo, la clase de residencia vacacional de alquiler que hasta ahora solo podíamos encontrar casi exclusivamente en destinos como Baleares, Marbella, Sotogrande o Costa Brava. Pero Cantabria tiene todos los encantos para recibir como se merece a un cliente nacional o internacional de muy alto poder adquisitivo que busca calidad en parajes naturales extraordinarios.
Así lo entiende Wishome, una empresa familiar de capital español, que cuenta con ocho villas en Cantabria y poco a poco, de forma más bien discreta, va sumando nuevas joyas a su colección. Su villa más conocida, La Gaviota, saltó hace tres veranos a la prensa nacional e internacional cuando trascendió que Shakira y Piqué la habían elegido como refugió veraniego, al que han acudido en varias ocasiones, según se ha sabido. Situada en el Parque Natural de Oyambre, su estilo recuerda a las casas de los Hamptons, construidas con láminas de madera blanca en disposición horizontal, tejados gris pálido y grandes terrazas corridas con sillones de madera Adirondack y balancines. Y como las mejores casas de los Hamptons, La Gaviota tiene acceso directo a la playa desde el jardín. El sueño de tantos veraneantes. También de muchos surfistas, una de las razones de la elección de la villa por parte de Shakira, además de la privacidad y la orientación familiar de las propiedades. El sello Wishome ha ido incorporando la clase de servicios que solicitan los VIP: transfers, niñeras, chefs.
El valor añadido de conocer el destino y la calidad humana de su equipo, con las entregadas Laura e Isabel al frente, hacen el resto. Y una filosofía basada en el legendario omotenashi japonés: somos felices si son felices nuestros huéspedes. El acento local está en su ADN y lo van incorporando a sus exclusivas experiencias aquello que consideran que merece la pena que conozcan sus clientes llegadas de todas partes del mundo: desde los mejores guías para adentrarse por el Camino Liebaniego (este año es año jubilar), visitar a las rederas de San Vicente de la Barquera o salir en un barquito de pesca. Una interesante manera de hacer Marca España. La gastronomía no puede faltar en estas tierras ni en este nivel de experiencia. Uno de los mejores hojaldres de España, elaborado por Las Hijas de Pedro, de Cabezón de la Sal, recibe al visitante a modo de atención de bienvenida. La guinda a este pastel la pone la colaboración que Wishome ha emprendido con el chef cántabro Toni González (una estrella Michelin en su restaurante El Nuevo Molino, de Puente Arce), que ejerce de «chef in house» si así lo solicita el huésped de alguna de las villas. La experiencia de degustar sus creaciones en la terraza de La Gaviota o Rumoroso, viendo la sensacional playa de Oyambre, es inolvidable.
El paisaje en el plato: anchoas con pimientos a la brasa, rabas de calamar y espumas de alí oli negro, croquetas de bacalao, cazuela de mejillones… Yo cierro los ojos y me imagino disfrutando de un cocido montañés en la magnífica terraza de La Península, entre esos azules del lejano sur, esos turquesas que rompen en mil colores, esos acantilados que desaparecen en el agua, justo antes de una tormenta, con el cielo gris y oliendo a lluvia. ¿Quién dijo Bora-Bora?