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20 de septiembre de 2024

Alejandro von Humboldt y Bonpland, en la selva amazónica del río Casiquiare

Alexander von Humboldt y Bonpland, en la selva amazónica del río Casiquiare

La sorpresa de un sabio alemán al comprobar en su viaje a Hispanoamérica que la Leyenda Negra era falsa

Entre 1799 y 1804 viajó por casi toda la América española tomando notas de la realidad geográfica, económica y política. Su obra arroja una luz muy favorable sobre la obra de España en América y desmiente muchos de los tópicos de la Leyenda Negra

Durante siglos, la América española fue para la mayoría de los europeos una tierra misteriosa y lejana. Por su régimen de monopolio, España siempre había intentado limitar la entrada de comerciantes y aventureros extranjeros en sus posesiones. Aunque con el tiempo británicos, franceses y holandeses se establecieron en Norteamérica y áreas del Caribe, los vastos dominios de la Monarquía española seguían siendo para la mayoría de los europeos completamente desconocidos.

Este desconocimiento fue suplido con el abundante surtido de tópicos negativos que proveyó la Leyenda Negra. Así, tres siglos después del descubrimiento, la Europa ilustrada seguía creyendo que Hispanoamérica era una tierra pobre, carente de ningún interés cultural o natural, donde los españoles exterminaban y oprimían a la población nativa. Estos tópicos se pueden encontrar fácilmente en las obras de grandes pensadores ilustrados como Voltaire o Kant que jamás pisaron América.

Fue Alexander von Humboldt (1769-1859) el encargado de intentar disipar estos prejuicios. Entre 1799 y 1804, este aristócrata y científico prusiano viajó por casi toda la América española tomando notas de la realidad geográfica, botánica, geológica, económica y política. Su obra, publicada en varios exitosos ensayos, arroja una luz muy favorable sobre la obra de España en América y desmiente muchos de los tópicos de la Leyenda Negra.

Humboldt, pese a ser protestante y haberse mostrado favorable a la Revolución Francesa, recibió sendos salvoconductos del gobierno de Carlos IV, firmados por el ministro de Estado Mariano Luis de Urquijo y por el Consejo de Indias, para moverse libremente por los dominios españoles. Las autoridades virreinales le ofrecieron todo el apoyo en sus investigaciones.

Humboldt condenaba enérgicamente lo que él llama el «sistema colonial» que imperaba en los dominios de muchas potencias europeas

Humboldt condenaba enérgicamente lo que él llama el «sistema colonial» que imperaba en los dominios de muchas potencias europeas. Sin embargo, las posesiones españolas no podían entrar bajo esta categoría: «El corto número de negros y la libertad de la raza indígena, de que ha conservado más de ocho millones y medio la América sin mezcla de sangre extranjera, caracterizan las antiguas posesiones continentales de la España, y hacen su situación moral y política del todo diferente a la de las Antillas, donde por la desproporción entre los hombres libres y los esclavos, se han podido desenvolver con más energía los principios del sistema colonial».

Humboldt, un ferviente detractor de la esclavitud, llamaba especialmente la atención sobre la situación de los esclavos. En su Ensayo Político sobre la Isla de Cuba (1826) señala: «en la isla de Cuba los hombres libres son el 64 % de la población total; en las Antillas inglesas apenas 19 %». El gran porcentaje de población libre se debía por un lado a una mayor presencia de blancos, pero también a la facilidad que las leyes españolas daban para que los esclavos consiguiesen la libertad. «En ninguna parte del mundo donde hay esclavos, es tan frecuente la manumisión (libertad de un esclavo) como en la isla de Cuba, porque la legislación española contraria enteramente a las legislaciones francesa e inglesa favorece extraordinariamente la libertad, no permitiéndole trabas ni haciéndola onerosa».

Pese a notar estas diferencias, el sabio alemán no dejó de instar a que se prohibiese definitivamente la esclavitud, cosa que no ocurriría en Cuba hasta 1886. En sus palabras: «si se compara la isla de Cuba con la Jamaica, el resultado parece ser en favor de la legislación española y de las costumbres de los habitantes de Cuba. Estas comparaciones demuestran que en esta última isla, un estado de cosas infinitamente más favorable a la conservación física y a la manumisión de los negros; pero qué triste espectáculo presentan unos pueblos cristianos y civilizados, disputándose sobre cuál de ellos ha hecho perecer en tres siglos, menos africanos, al reducirlos a la esclavitud!».

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