Agadir, 1911: la crisis que estuvo a punto de desencadenar una guerra entre Francia y el Imperio alemán
Una crisis diplomática se salva con acuerdos o con la guerra. En este caso se salvó la situación con convenios
Marruecos fue el último país de África en caer en manos occidentales. A principios del siglo XX, Marruecos era un Estado constituido con una administración organizada, un sistema de poder y legislativo antiguo, pero sumido en una profunda crisis política y económica desde mediados del siglo XIX, incrementada por los empréstitos de los países europeos. Además, estaba muy próximo a Europa, controlaba una de las orillas del estrecho de Gibraltar y ofrecía riquezas apetecibles por las potencias coloniales. Parecía claro que iba a quedar bajo la esfera de alguna potencia colonial, aunque faltaba determinar la fecha y el modo. Y Francia tenía todos los números del sorteo.
Desde la Conferencia de Berlín en 1885, se estableció entre las potencias coloniales europeas el acuerdo de que los territorios se tomarían mediante pactos y nunca por la conquista. Y que se evitaría la confrontación entre europeos en suelo africano. Sin embargo, en 1898 tuvo lugar un acontecimiento que casi rompe esa regla.
Ese año los británicos pretendían unir sus zonas de influencia norte-sur, desde Egipto a Sudáfrica y construir un gran ferrocarril. Y los franceses trataban de hacer lo propio oeste-este desde el Congo a Yibuti. Las expediciones militares mandadas al efecto se encontraron en una pequeña aldea sudanesa llamada Fachoda.
Las tropas mandadas por Marchand y Kichener mantuvieron la calma durante meses, esperando una solución política que llegó mediante el acuerdo de que ningún país europeo uniría los mares africanos (Portugal ya había sido excluido al entorpecer anteriormente sus intentos de unir Angola y Mozambique). Fue la demostración de que el Acta Final de la Conferencia de Berlín se respetó, aunque no fuera un tratado exigible, sino, más bien, un pacto internacional de caballeros.
Como consecuencia, surgiría en 1904 la Entente cordiale entre los dos países. El acuerdo tras Fachoda dejaba Egipto y Sudán al Reino Unido y Francia se veía autorizada a intervenir en Marruecos. La declaración franco-inglesa de 6 de abril de 1904, es un pacto hipócrita porque los británicos aseguraban no querer cambiar el gobierno egipcio y los franceses el marroquí. Todo lo contrario a las intenciones ocultas. Pero quedaban algunos flecos.
A Italia, que aspiraba a Túnez, le dejaron Libia. Y a España, con intereses en Marruecos, le reconocieron una pequeña franja en el norte marroquí. Dos regalos envenenados para países que, en esos momentos, no tenían fuerza para reclamar más. Pero Alemania no iba a ser tan fácil de convencer.
En 1911 los franceses, sin seguir lo estipulado en el Acta de Algeciras, entraron en Fez e intentaron seguir hasta el norte. Ese año, para impedir que invadieran la zona prevista para España, los españoles ocuparon Larache y Alcazarquivir. Se había iniciado la toma del país. Ante estos movimientos, el kaiser quiso salir garante de la independencia del sultán, reconocida en el Acta de la Conferencia de Algeciras de 1906, y el 1 de julio mandó al cañonero Panther a las inmediaciones de Agadir como intimidación.
Después los sustituiría por el crucero Berlín. Quería plantear una crisis diplomática que obligara a Francia y Reino Unido a contar con el Imperio alemán. Por supuesto, lo que defendía Alemania no era la independencia de Marruecos sino sus propios intereses.
Una crisis diplomática se salva con acuerdos o con la guerra. En este caso se salvó la situación con convenios. El 7 de noviembre de 1911 se firmaba entre Cambon y Kinderlen-Wachter la Convención de desinteresamiento alemán. Un documento puramente colonial en el que el Imperio alemán reconocía no tener intereses territoriales en Marruecos a cambio de que se reconociera su libertad de comercio. A cambio, prometía no oponerse a las reformas que Francia pudiera introducir en Marruecos para modernizar el país. Expresión que encerraba la intervención. Además, obtenía reconocimiento de sus colonias en Camerún.
Con las manos libres para actuar en Marruecos, Francia obligó al sultán a la firma del Tratado del Protectorado Franco-Marroquí el 30 de marzo de 1912. Sin renunciar formalmente a la independencia, Francia se haría cargo desde entonces de la administración, el ejército, las finanzas, la representación exterior y la justicia, dejando solo un pequeño margen para que siguiera actuando el mazjén. La marcha de los navíos alemanes de Agadir supuso, en la práctica, el final de la independencia de Marruecos.
¿Qué efectos tuvo para España? El artículo 1º de este último tratado reconocía dos salvaguardas impuestas por ingleses y alemanes: una, que España tendría una zona de influencia y dos, que Tánger se constituiría en zona internacional bajo la administración de varios países. Para desarrollar esta previsión, se firmó el Convenio Hispano-Frances de 27 de noviembre de 1912 en el que Francia (no el sultán) reconocía a España una zona de influencia en el norte.
Para España esto fue el protectorado español de Marruecos, para Francia solo la zona de influencia española en Marruecos dentro del protectorado que impuso al sultán. En realidad, con independencia de la letra de los documentos y del espíritu que cada uno quiso ver, la parte española funcionó siempre con absoluta independencia de la francesa.
Solamente había una amenaza: si España no ocupaba e imponía el orden en su zona, Francia se reservaba el derecho a hacerlo excluyendo a los españoles. Esta cláusula fue la explicación de muchas de las acciones militares que desde ese año se sucedieron en el Rif.