Beatriz Larrotcha (1959-2024)
Amó a España y a la Carrera Diplomática
Supo cultivar la amistad, única forma en que esta perdure, y fue siempre franca, detallista y agradecida con sus muchos amigos
Beatriz Larrotcha Palma
Miembro de la Carrera Diplomátrica
Fue una miembro de la Carrera Diplomática admirada por todos sus compañeros. Estuvo destinada en Bruselas en la Representación Permanente y como embajadora ante el Rey de los Belgas. Era una mujer de profundas convicciones católicas.
Algunos compañeros, ya jubilados, me han pedido una semblanza de Beatriz Larrotcha Palma; la llamada de Ramón Pérez-Maura, Director de Opinión de El Debate, en el mismo sentido, me ha decidido a escribir estas líneas, tras algo más de 32 años de amistad, profunda, leal y sincera con Bea, nuestra Bea.
Confieso sentir un cierto pudor al poner negro sobre blanco unos sentimientos que, como la amistad, el amor, el dolor o la tristeza, pertenecen a la intimidad de las personas, pero, por otro lado, pienso que es de justicia resaltar los valores de alguien a quién he considerado excepcional.
En agosto de 1992 volvimos los dos a Madrid, yo como subdirector general de Personal y ella como adjunta, dicha subdirección estaba englobada en la Dirección General del Servicio Exterior dirigida en aquel momento por Carlos Carderera, persona de enorme altura moral y competencia profesional de quien siempre guardamos un recuerdo entrañable. En la subdirección «metíamos muchas» horas de trabajo —cuántas veces salimos pasadas las nueve de la noche— y siempre reinó entre nosotros y con nuestros colaboradores un ambiente cordial y de pleno entendimiento. No recuerdo que, en los dos años que estuvimos juntos, hubiera habido la más mínima discusión o disparidad de criterio, se dice pronto. Además, en otoño del 92, tras los fastos de Barcelona y Sevilla, hubo que apretarse el cinturón, llegaron recortes presupuestarios y tuvimos que decir que no a las peticiones, casi siempre justificadas, de jefes de Misión que reclamaban más medios de personal para el buen desarrollo de su trabajo. Ahí Bea dio la talla, siempre sus «noes» eran educados y comprensivos con lo expuesto por su interlocutor. En el trabajo era eficaz, alegre y entre todos había mucho sentido del humor. Por último, a finales del 93, en circunstancias familiares muy dolorosas para mí, supo trabajar por los dos y suplirme siempre sin darse importancia. Nunca se lo he agradecido bastante.
De sus estancias en Bruselas en la Embajada, en la Representación Permanente, en nuestra Embajada en Lima y como embajadora ante el Rey de los Belgas otros compañeros diplomáticos han destacado, en semblanzas publicadas en medios de comunicación, su buen hacer, su profesionalidad, su amor a España y a la Carrera Diplomática. Cuando fue nombrada Subsecretaria yo acababa de jubilarme y debo decir que con los jubilados tuvo unas atenciones que no se nos han olvidado.
He mencionado su dedicación a su profesión, pero todavía fue mayor el amor a su familia, a su marido Bernardo de Sicart, Berni para todos sus compañeros, y a sus hijos Jaime y Jorge sin excluir a sus padres y hermanos. Siempre antepuso la unión familiar a sus preferencias por un destino u otro.
Supo cultivar la amistad, única forma en que esta perdure, y fue siempre franca, detallista y agradecida con sus muchos amigos. Los dos últimos años de su vida, los pasó en Madrid ya con la salud muy deteriorada. Llevó la enfermedad con una discreción y elegancia encomiables y no se quejaba de sus muchos dolores. Hasta muy, muy al final se empeñaba en ir al Ministerio, lo que le suponía un gran esfuerzo.
No puedo terminar estas líneas sin mencionar sus convicciones religiosas, que vivía con gran naturalidad, se definía sonriendo como católica, apostólica y romana. En una de nuestras últimas conversaciones, al preguntarle yo qué tal se encontraba ese día, tras un breve silencio me dijo: Javier, estoy en las manos de Dios. En ellas está definitivamente.
- Javier Nagore San Martín es embajador de España