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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Expansiones republicanas en el lupanar

Además de su ideario rancio e insolidario, la catadura moral del separatismo catalán deja mucho que desear

Actualizada 01:20

La calidad moral de Carles Puigdemont i Casamajó, periodista catalán de 58 años, quedó retratada en la madrugada del 29 de octubre de 2017, unas horas después de la entrada en vigor del 155 y su destitución como presidente de Cataluña. Aquella noche, el héroe de la República de quita y pon se ocultó tendido en la trasera de un 4X4 y se dio el piro, dejando tirados como colillas y a las puertas de la trena a sus comilitones del golpe separatista. Curioso que no se sienta español un personaje en el que pervive nuestra más clásica veta picaresca, un esforzado epígono de la tradición de Guzmán de Alfarache y el Buscón Pablos.

El expresidente del flequillo beatle y la mirada febril presenta evidentes tics excéntricos (por emplear un adjetivo amable). Sus aventuras y desventuras por Waterloo y otras plazas darían para una amena telecomedia; de no ser porque convierten en filfa los acuerdos judiciales de la UE y dejan en pésimo lugar a la diplomacia española, inane mientras un gamberro se mofa de España por media Europa (mal puede apoyar la captura de Puigdemont un Gobierno que ha indultado a sus cómplices del golpe en contra del criterio del Supremo y despreciando la opinión de la mayoría social española).

En las elecciones autonómicas del pasado febrero todavía apoyaron al partido de Puigdemont 570.539 catalanes (un 20 % de los votos totales). ¿Es normal? No parece. Aunque pueda resultar políticamente incorrecto, me atrevo a aventurar que esa cifra detona una avería notable, que emponzoña la médula de la sociedad catalana, pues refleja una mala relación con la política, la moral y la propia realidad. Y es que Puigdemont no solo es el epítome de un ideario rancio, nocivo económicamente para los catalanes y de tintes supremacistas. Además le falta calidad moral, tanto a él como a su nada edificante entorno. Sus compañías lo delatan. Su abogado, Gonzalo Boye, fue condenado en los años noventa a 14 años de cárcel por colaborar en un sonado secuestro de ETA y actualmente está acusado de blanquear casi 900.000 euros para el narco Sito Miñanco. ¿Qué se diría en Cataluña  si cualquier mandatario constitucionalista de relieve contase con un letrado así? La candidata de Puigdemont en los pasados comicios catalanes y actual presidenta del Parlament, Laura Borrás, está enfangada en un caso de corrupción de libro, vivo ahora mismo en tribunales. Y hoy El Debate informa sobre cómo opera el turbio entramado contable que sostiene la llamada Casa de la República y el tren de vida en Bélgica de Puigdemont y el resto de los fugados.

La información de los servicios de inteligencia a la que ha accedido este periódico relata que en una cuenta bancaria alemana que sirve al entramado de Puigdemont aparece, entre otros apuntes, un pago de 900 euros en un conocido prostíbulo de Berlín, en mayo de 2018. La expansión republicana coincide en el tiempo con la presencia en la capital alemana de 28 diputados de Junts, reunidos allí con Puigdemont. Rozando ya el astracán, consignaron el esparcimiento en la casa de lenocinio como «gastos de catalanes». Este es el nivel: el dinero donado para la sagrada causa republicana puede acabar hasta en los burdeles. Imagino que algún día Cataluña saldrá del extraño hechizo victimista que hoy la lastra, volverá a la cordura práctica que la hizo grande y dejará de apoyar y votar a iluminados con alma de pícaros.

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