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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Frases para la historia

Alberto Rodríguez ha dado en el clavo. Y con mucha agudeza ha declarado que, de haber tenido un apellido compuesto, no le hubieran condenado ni expulsado del Congreso de los Diputados

Actualizada 12:18

Alberto Rodríguez ha dado en el clavo. Y con mucha agudeza ha declarado que, de haber tenido un apellido compuesto, no le hubieran condenado ni expulsado del Congreso de los Diputados. La frase es histórica pero carece de razón. De haberse apellidado Rodríguez de la Orotava quizá le habrían enseñado en su casa que no resulta edificante dar patadas a los agentes del orden. Y muy probablemente no sería de Podemos –ha dejado de serlo voluntariamente–, y estaría trabajando en Tenerife en lugar de vivir de gorra de los españoles en Madrid. Pero son supuestos. Lo que sí le puedo asegurar al encendido Rodríguez es que yo tuve en mi juventud a un amigo con sus cuatro primeros apellidos compuestos que se alojó más de un año en la prisión de Carabanchel por un delito parecido al suyo, aunque penado con mucha más severidad. Y era pariente de doña Carmen Polo de Franco. Mi amigo, que soplaba con frenesí, fue obligado a detener su coche después de culminar una maniobra ilegal. La Policía Municipal de Tráfico de Madrid vestía de azul oscuro, correaje blanco y portaba un casco con barbuquejo en la cabeza. Mi amigo se dirigió al guardia como «bwana» y, mientras el agente rellenaba el papel sancionador, abandonó el coche y le arreó un sopapo al guardia. En el juicio manifestó que su proceder se debió a un doloroso desengaño amoroso. En efecto, había matrimoniado con una mujer esplendorosa de Gijón, conocida en su ciudad natal como «la Interpol». El hombre creyó que el mote era consecuencia de la sagacidad natural de su bella esposa. Pero un día, mientras compartía su moña con un paisano de «la Interpol» en el «Roma» de la calle de Serrano, el paisano le reveló el verdadero motivo del mote de su mujer. «A tu mujer le llaman la “Interpol” porque tiene registradas en sus tetas las huellas dactilares de casi todos los varones del Principado». Y claro, en lugar de descender por Serrano rumbo a Goya, lo hizo al revés, en dirección contraria, camino de Juan Bravo, y se encontró con el «bwana», la multa, el sopapo, el juicio y la cárcel. Más de un año en la trena con cuatro apellidos compuestos.

La reflexión de Rodríguez, que insisto, puede formar parte de la Enciclopedia de Frases Célebres, se convierte en canto afónico de chochín griposo –el chochín es un pájaro de pequeño tamaño muy abundante en España–, si la comparamos con el profundo pensamiento feminista de Nieves Sánchez, portavoz y asesora de Irene Montero en el ministerio de las Obsesiones Sexuales. En un principio, al leerlo, creí que se trataba de una broma, de un mensaje falso colgado en las redes. Pero no. Muchos afirman que son verídicas, y creo que insuperables. Se refiere doña Nieves a los erróneos métodos que se están practicando para combatir la erupción del volcán de La Palma. Hasta la fecha, se daba por imposible luchar contra un volcán en erupción, pero doña Nieves, que percibe un caudaloso –como la lava– sueldo de alta funcionaria, ha justificado el dispendio con un descubrimiento que merece su reconocimiento internacional. «El volcán es una expresión de la masculinidad tóxica, y exige un abordaje feminista, no científico. El enfoque científico es un vestigio patriarcal y sólo una óptica de género pondrá fin al desastre». Sencillamente impresionante. Pero falta la explicación pormenorizada del abordaje feminista para evitar los destrozos que produce el volcán. Aún suponiendo, como estima doña Nieves, que la explosión del volcán es expresión de la masculinidad tóxica –y ahí no me meto por respeto al prestigio científico de doña Nieves–, creo justo exigir que nos aclare al resto de la humanidad en qué consisten el abordaje feminista y la óptica de género para evitar la actividad volcánica, o como ella define con singular crudeza, el desastre.

Ante sentencias como la de doña Nieves –y el Jurado del Nobel de Física a la luna de Valencia–, no se puede hacer otra cosa que resignar el orgullo, y celebrar que doña Nieves sea española, aunque aborrezca desde su ideología la casa común de España. Yo, y lo reconozco, todavía no he sido capaz de reaccionar.

Qué tía.

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