Campo, toro y palabra
Nadie ha escrito del campo como los andaluces. Ni Miguel Delibes, uno de los más grandes escritores del siglo XX español
Hoy se reúne en Madrid la muchedumbre clamorosa del campo, de la agricultura, de la ganadería, de la caza y del toro. Se calcula que llegarán a Madrid 30.000 autobuses abarrotados de gentes y problemas, de reivindicaciones y respeto. Nadie ha escrito del campo como los andaluces. Ni Miguel Delibes, uno de los más grandes escritores del siglo XX español.
La palabra justa, en su sitio y seca como su carácter y su Alta Castilla. Me emocionan más Las Cosas del Campo, de José Antonio Muñoz Rojas, agricultor de Antequera. La Historia de una Finca, de los hermanos José y Jesús de las Cuevas, madrileños de origen y rondeños de vida y sentimiento. Y los Recuerdos de Fernando Villalón de su primo hermano Manuel Halcón, agricultor de Lebrija.
«Has escrito el libro más hermoso de cuantos han visto la luz en España en los últimos cincuenta años», le escribió Dámaso Alonso a José Antonio Muñoz Rojas. Juanillo, las tórtolas, los jaramagos, las hierbas ignoradas, las rejas enlutadas, las abejas en los tilos, el trigo, los álamos blancos, tornan los abejarucos, cuando florecen las encinas. «Pasa como cuando llora un hombre fuerte y maduro, cuando viene un estremecimiento a colmar una plenitud. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Llovidas de oro viejo». Y en la sazón de todo: «Y si la flor de la encina oliera, ¿qué fuerza de olor no sería la suya? Y este manzano joven, aún sin hoja, que de pronto se ha puesto a dar flor y que parece un candelabro de flores, y que nos ha detenido hoy largo rato en nuestro paseo, haciendo que nos preguntemos cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar».
Los hermanos de las Cuevas, los rondeños, narran la historia del Cortijo de San Miguel, a media legua de Ronda. La dureza del trabajo a cambio de unos ahorros que se pierden a punta de pistolas. Lo único que no me gusta es el título, Historia de una Finca, porque lo de la finca es una horterada de nuevo rico que jamás tuvo campo. De titularse «Historia de un Cortijo» la obra de los hermanos sería insuperable.
Y Manuel Halcón, con medida, admiración y sinceridad, escribe de su fabuloso primo, Fernando Villalón, descendientes del heroico teniente de Artillería Daoiz. Villalón, jinete, garrochista, ganadero de reses bravas en sus campos de Morón de la Frontera. Poeta tardío, pero fabuloso, quiromántico, amigo del bandolero «Pernales». Irrumpía a caballo en el recibidor de su casa y ahí desmontaba. A veces señorito de regular talante, como el descrito en endecasílabos por José Pemartín, primo de José María Pemán.
Tengo mucho de Lord y de gitano;
Aunque a veces blasfemo, nunca miento.
A una monja rapté de su convento
Y de diez Hermandades, soy Hermano.
Es mi capa la capa más raída,
Y mi frac es el frac más elegante.
Con todas las mujeres soy galante
Aunque a veces le pego a mi querida.
A un marqués extranjero, mi pistola
Defendiendo el honor de una española
Dejó muerto en el patio de un castillo.
Y en los jardines de una venta maja,
A un gitano tendí con mi navaja
Discutiendo no sé qué fandanguillo.
Villalón se arruinó. Heredó la ganadería brava y ella le llevó a la quiebra. La versión poética de su temperamento le animó a conseguir, mediante cruzas, el mítico toro de Tartessos. Toros bravos con los ojos verdes. Ni sus grandes Amigos Joselito y Belmonte se atrevieron a torearlos. Derrochó la fortuna en generosidades, ayudas y mujeres. Y escribió como un sobrino de Dios de sus campos junto al Guadalquivir,
¡Islas del Guadalquivir,
Donde se fueron los moros
Que no se quisieron ir!
Y su admiración romántica por los bandoleros.
Remolino en el camino,
Siete bandoleros bajan
De los alcores del Viso
Con sus hembras a las ancas.
Catites, rojos pañuelos,
Patillas de boca de hacha,
Ellas, navaja en la liga;
Ellos, la faca en la faja,
Ellas, la Arabia en los ojos,
Ellos, el alma a la espalda.
Por los alcores del Viso
Siete bandoleros bajan.
Siete caballos caretos,
Siete retacos de plata,
Siete chupas de caireles,
Siete mantas jerezanas.
Siete pensamientos puestos
En siete locuras blancas.
Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Mala-Facha,
José Candio y el Cencerro
Y el capitán Luis de Vargas,
De aquellos más naturales
De la vega de Granada.
Siete caballos caretos
Los siete Niños llevaban….
Villalón, Marqués de Miraflores de los Ángeles, pierde la ganadería, pierde sus campos de trigo, pierde sus sotos y dehesas y pierde la ilusión por la vida. Su rencor hacia el toro bravo se agudiza. Una tarde-noche en Jerez, por culpa de los toros, en la terraza de Los Cisnes, con un joven Álvaro Domecq entre los presentes, se enfrenta al altivo General Mitre. El General ha glosado el milagro del toro bravo español. Villalón le sorprende con su comentario.
–Mi General. El toro no embiste por bravura. Embiste porque está cabreado.
–Explíquese, Villalón–, le reta el General que se ha enderezado en su silla con evidente desacuerdo.
–Me explico, mi General. Estamos aquí la mar de bien, tomando una copita con nuestros amigos. Como el toro en la dehesa. Y de improviso llega una camioneta. Se bajan unos individuos, agarran a Vuecencia, y lo meten en la parte trasera de la camioneta. De aquí a Bilbao, de un tirón. Mil cien kilómetros que se pasa Vuecencia en la camioneta. Al fin llegan. Le bajan y meten a Vuecencia en un lugar cerrado y oscuro. Pan y agua. A los tres días, mi General, Vuecencia advierte que se abre una puerta y entra la luz. Y corre hacia ella. Antes de alcanzar la luz un tipo que no conoce de nada, desde lo alto, le clava la divisa en el cuello. Y con esa molestia sale a la luz y oye el rumor de miles de personas. Y cuando menos se lo espera, un tipo vestido de lucecitas le mete un capote en las narices y le grita: ¡¡Eh, Eh, General!!. ¿Embestiría o no? Pues yo le aseguro que sí, mi General. Vuecencia embestiría cabreadísimo.
Hay que entender el resentimiento de Villalón. Para mí, que el toro bravo es un milagro que sobrevive gracias al esfuerzo romántico de centenares de ganaderos que se están arruinando. Como los agricultores, como los transportistas, como los olivareros, como los dueños de los cotos de caza perseguidos, como los pueblos que viven del campo y de la caza, acechados por la quiebra económica que les desean los ecologistas sandías, los animalistas urbanos y los políticos majaderos.
Hoy el campo está hablando.