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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Guantazos y solapeos

Lo del Will Smith con Chris Rock ha escandalizado al mundo entero. Y ha sido una tontería sin importancia

Actualizada 03:03

En la gala de los Oscar, por una broma de mal gusto de Chris Rock acerca del peinado de la mujer de Will Smith, el segundo alcanzó el escenario y le soltó un guantazo al primero. Y ahí se termina el cuento. Pareció programado y mal resuelto. Recursos cinematográficos. A Bardem y Penélope les falló en esta ocasión el lobby y retornaron a una de sus casas con las manos vacías.

Había triunfado la revolución castrista en Cuba. Era embajador de España en La Habana Juan Pablo Lojendio. El entonces jefe del Estado, el general Franco, fue el único mandatario occidental que mantuvo las comunicaciones con la Cuba de Castro. De gallego a gallego. Iberia siguió volando sin interrupción a La Habana. En la televisión cubana, Castro se quitó la careta, y rebosó de estúpido indigenismo. Insultó a España. Y el embajador Lojendio, que los tenía en su sitio, y quizá, demasiado en su sitio, se presentó en los estudios, entró en escena y solapeó al reciente tirano. El ministro de Asuntos Exteriores español, Alberto Martín-Artajo, le ordenó a Lojendio que se presentara inmediatamente en Madrid. Lógicamente, para sancionar su conducta y proceder a su destitución.

Después de una cacería, tomaban el aperitivo previo a la cena en un pequeño salón, el propietario y anfitrión, el jefe del Estado, los ministros de Asuntos Exteriores y Comercio, Alberto Martín-Artajo y Manuel Arburúa, respectivamente, y el joven banquero Ignacio Villalonga Jáudenes, vicepresidente del Banco Central, y cuyo mérito para ocupar tan importante cargo era el de ser hijo del presidente, Ignacio Villalonga Villalba. Y se habló de la acción de Lojendio. «Para mí, Excelencia, sancionar a Juan Pablo Lojendio me ha proporcionado un gran disgusto. Como español, entiendo lo que hizo, pero como miembro del Gobierno de Vuestra Excelencia, no podía tolerar su imprudente reacción», dijo Martín-Artajo. Franco callaba. Intervino Arburúa: «Excelencia, comparto plenamente la sanción a Lojendio. Su indudable arrojo español no fue oportuno, porque puso a Vuestra Excelencia en una posición muy incómoda». Franco callaba. Y habló el joven banquero. «Totalmente de acuerdo con los ministros, Excelencia. Con independencia de su patriótica acción, un embajador de Vuestra Excelencia no se puede comportar así».

Y Franco, al fin, habló: «Pues a mí, lo que ha hecho el embajador Lojendio me ha gustado». Entonces, Arburúa reaccionó: «¿Pues sabe lo que le digo, Excelencia? ¡Que me ha convencido!». Martín-Artajo también se convenció y Lojendio fue duramente castigado con la embajada de España en Roma.

Yo viví una escena mucho más violenta que la del somero guantazo de Smith a Rock. En el espacio previo al Debate del Estado de la Nación, el gran programa de humor de Protagonistas de Luis Del Olmo, Joaquín –Jimmy–, Giménez-Arnau comentó en tono despectivo algo referente a Norma Duval. Norma, que oía la radio, anunció que iría a Onda Cero para que Jimmy le dijera lo que había oído cara a cara. Llegó nuestra hora, iniciamos el programa y Jimmy esperó la llegada de Norma. Entró guapísima, como era, y se sentó a la izquierda de Luis del Olmo. Solo faltaban Tip, que aquel día hacía el programa desde Valencia, y Antonio Mingote, enfermo de gripe. «A ver, guapo, dime cara a cara lo que has dicho hace una hora». Jimmy se disculpó con poco éxito, porque atribuyó la confusión a la interpretación equivocada de Norma. Entonces ella, se quitó un zapato – con un tacón semejante a un puñal–, y al grito de «¡cabrón!» se lo lanzó a Jimmy. Giménez-Arnau que era deportista, se amparó ocultándose bajo la mesa del estudio, y José Luis Coll, que no había hecho deporte en su vida, se intentó escabullir parapetándose tras Antonio Ozores que, junto a mí, seguíamos con especial interés y aplomo el curso de los acontecimientos. El zapatazo rozó a Coll. Llegó el encargado de seguridad y el homicidio se frustró.

A mediados del pasado siglo, visitó España el gran Jorge Negrete, el rey de las rancheras mexicanas. En una recepción, y al verlo, un grupo de mujeres jóvenes se puso a gritar con acusado histerismo. Junto al artista mexicano se hallaba Miguel Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, que terminaría siendo embajador de España en el Reino Unido. Y Negrete se dirigió a las chillonas con esta pregunta. «¿Qué pasa? ¿Acaso en España no hay machos para vosotras?». Primo de Rivera le soltó un soplamocos de órdago. Y Negrete se refugió en la habitación del hotel.

En San Sebastián, parroquia del Antiguo, el reverendo padre Ignacio Zubimendi confesaba a una chica guapísima durante la misa dominical cantada en vascuence de las 10. Alboroto. Ante toda la devota concurrencia, el padre Zubimendi salió del confesionario, le arreó un par de sopapos a la joven en trance de confesión, y al grito de ¡fuera de aquí, pecadora marranaza! La expulsó del templo. Fue llamado por el obispo. Y el obispo –según se supo–, no lo castigó en exceso. «¿Usted trata así a todas las mujeres que se confiesan por haber pecado contra el Sexto Mandamiento?»; «No, señor Obispo. Pero este caso es especial. La que se confesaba era Arancha, mi sobrina, hija de mi hermana, y además, mi ahijada. Y el pecado era gordo y repetido».

Lo del Will Smith con Chris Rock, ha escandalizado al mundo entero. Y ha sido una tontería sin importancia.

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