En realidad el PSOE tiene pésimo futuro
El partido de Sánchez encubre su debilidad porque todavía gobierna, pero puede acabar como sus pares de Francia, Italia y Grecia: en la irrelevancia
España presenta cuatro rarezas políticas únicas en su entorno (y todas chungas). La primera es un anómalo ecosistema televisivo, con un cuasi monopolio del autodenominado «progresismo», que pervierte el libre juego democrático. La segunda es que su Gobierno está sostenido por partidos nacidos para romper la nación. La tercera es que se trata del único país de la UE con ministros de la execrable ideología comunista. La cuarta peculiaridad es que gobierna desde hace cinco años el Partido Socialista, cuando está de capa caída en todas partes.
Mi tesis es la siguiente: en contra de lo que puede parecer, el PSOE es un sepulcro blanqueado, un edificio de cartón piedra, y si Sánchez pierde las próximas elecciones se desmoronará como un castillo de naipes.
Los italianos que dominan nuestra televisión generalista, empresarios de ideario conservador, han optado por orientar sus cadenas españolas hacia la izquierda, porque aquí vienen solo a lucrarse y les da igual el futuro de España. Esa decantación otorga una enorme ventaja al PSOE (ahí tienen, por ejemplo, al agrio humorista Wyoming, que hace escarnio diario del PP desde hace 16 años, pero al que no se le ocurre jamás chiste alguno con Sánchez y Podemos, cuando darían para un serial). Pero ni siquiera ese plus televisivo resultará suficiente para que el PSOE eluda el tétrico futuro que lo aguarda. Las razones son las siguientes:
-Los partidos socialistas están hundidos en toda Europa. Su primer problema es que su idea medular, el Estado del bienestar, ya la comparte también la derecha. Su segundo hándicap radica en que se han obsesionado con unas causas (ecologismo, feminismo, homosexualidad, ingeniería social…) que no responden a las inquietudes cotidianas de las anchas clases media y baja, cada vez más asfixiadas. El resultado de esa doble crisis está a la vista. El Partido Socialista Francés, que hace cinco años ocupaba el Elíseo con Hollande, ha obtenido en las últimas presidenciales el 1,7 % de los votos. Ha rubricado su acta de defunción, como antes le ocurrió a su homólogo italiano, hoy un espectro. El Pasok griego resiste, pero es minoritario; el laborismo británico lleva doce años en la oposición y el SPD alemán se pasó 16 años vapuleado por Merkel y hoy gobierna gracias a un tripartito.
-Los números del PSOE son malos, con curva descendente. Todo indica que acabará sufriendo una crisis similar a la de sus pares europeos. De hecho, y aunque no nos demos cuenta, ya está en ella. Su última mayoría absoluta data de 2008, cuando Zapatero obtuvo 169 diputados y 11 millones de votos. En su debut como cabeza de cartel en 2015, Sánchez se quedó en 90 escaños y 5,5 millones de votos, la mitad. Hoy, habiendo mejorado, tiene 49 diputados y 4,3 millones de votos menos que ZP en 2008. Las victorias electorales de Sánchez en 2019 atienden en gran medida a la idea autolesiva de la derecha de dividirse en tres marcas y al escaso tirón de Casado. Pero la derecha se va a quedar ya en dos y Feijóo tira más que su bisoño predecesor.
-El PSOE sufre una aguda crisis autonómica, preludio de un descalabro nacional. En Madrid, hoy punta de lanza económica y creativa de España y epicentro de poder, se encuentra sin opciones. En Andalucía, su tradicional e infalible granero de votos, ya perdió el poder y ahora va a recibir el próximo domingo un nuevo y severo revolcón frente a la derecha. En Castilla y León acaba de perder las elecciones. En el País Vasco ya se conforma con ser muleta del PNV (y a lo mejor de Bildu). En Galicia no rasca bola desde 2009. Y por último, en Cataluña su marca allí no deja de ser una franquicia, pues formalmente el PSC es otro partido.
-El PSOE ha perdido la bandera de España. Y eso acaba pagándose. Su sumisión al separatismo ha irritado a muchos socialistas que son también patriotas.
Pronóstico: si cae Sánchez, y todo indica que la tormenta económica de otoño le dará la puntilla electoral, el PSOE se irá diluyendo como un azucarillo, dulcemente, pero sin remisión.