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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Bolaños, miopía en el Vaticano

Empieza a resultar cansino e injusto que ignoren sistemáticamente todo lo bueno de la Iglesia para intentar dejarla solo en los abusos

Actualizada 09:27

Sánchez, que solo se quiere a sí mismo, laminó el verano pasado sin despeinarse a su Rasputín en jefe, el sobrevalorado Iván Redondo. Probablemente, al gurú le costó la cabeza su patochada marketiniana de vender como un encuentro cósmico con Biden lo que al final se quedó en Sánchez persiguiéndolo desesperado por un pasillo, como si fuese un lateral del Eibar marcando el cogote de un delantero visitante. Fulminado Redondo, pasó a dirigir las calderas monclovitas Félix Bolaños.

A diferencia de los políticos españoles al uso, Bolaños presentaba dos novedades: un magnífico expediente académico y el singular hecho de que antes de entrar en política había trabajado (en un gran bufete y en el Banco de España). Pero Bolaños es también –ay– militante del PSOE desde hace tres lustros. Así que al final estamos descubriendo dos cosas: su talante sectario le puede y no era tan listísimo como parecía (véase, entre otros éxitos, su papelón en el caso Pegasus).

En su calidad de ministro de Presidencia, Bolaños lleva las relaciones con el Vaticano. Allá se fue este lunes, con su trabajado despeinado de peluquería, a ver al Papa. La audiencia duró 50 minutos. Se supone que se abordarían varios asuntos de interés. Por eso resulta un poco cargante que en todos los medios del Orfeón Progresista lo único que se destaca es el tema de los abusos sexuales.

Por supuesto que fueron algo terrible, como ha reconocido la propia Iglesia, tanto de palabra como castigando a los culpables y estableciendo medidas para evitar que se repita. Pero también es verdad que nuestro «progresismo» arrastra una cansina y vetusta entraña anticlerical, que lo lleva a utilizar ese baldón como un ariete contra el catolicismo. Conviene recordar, una vez más, los reveladores datos de la respetada Fundación Anar, que ha estudiado los abusos a menores en España entre 2008 y 2019: el 23 % fueron obra de los propios padres, un 8,7 % de compañeros, un 5,7 % de amigos… Los de los clérigos suponen un 0,2 %. Cualquier cifra es inadmisible, por supuesto. Pero tal y como se está contando el problema se manipula la foto real de este drama.

Bolaños hizo gala en el Vaticano de una miopía galopante cuando resaltó tras ver al Papa que «sus valores son los mismos que inspiran al Gobierno». Importante empanada la del ministro. Como cabeza de la Iglesia, el Papa Francisco es un constante defensor de la vida, desde su inicio hasta su fin, y ha clamado con fuerza contra el aborto y la eutanasia. Pero en ese debate capital, el Gobierno de Sánchez se ha situado exactamente en la postura contraria. El actual Ejecutivo español está aferrado a la subcultura de la muerte. De hecho es una de sus grandes banderas, con su ley de eutanasia, su nueva vuelta de tuerca a favor del aborto y hasta con una norma que permite encarcelar sin media denuncia a quienes recen cerca de una clínica abortista.

Fatiga, satura y hasta sorprende que para la izquierda española la Iglesia se reduzca tan solo a abusos e «inmatriculaciones de bienes». Resulta injusto, y corto de miras, que no se reconozca su discreta y ejemplar labor de asistencia, la excelencia de la educación católica y, sobre todo, lo más importante de su obra, su razón de ser: que mantiene vivo el mensaje de Jesucristo y que alaba a Dios. Pero esas verdades profundas igual no son tan importantes como el estudiado despeinado de peluquería, las pequeñas miserias de la política partidaria y el sectarismo obsesivo para todos, todas y todes.

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