¿Hay alguien enfrente?
Salvo que se abran las puertas de las cárceles dejando salir antes de tiempo a un ladrón tras otro, a un agresor sexual tras otro, no cundirá pánico entre el indolente y desinformado electorado español
Salvo Pilar Llop, la gente no habla del CGPJ en el metro o en el autobús. Ni le preocupa. Si, en el mejor de los casos, sabe que la renovación está bloqueada desde hace cuatro años, es todo lo que sabe. Se ha quedado en el tuit, en el titular. La gente ha oído que el Gobierno quiere asaltar el Tribunal Constitucional porque de vez en cuando se asoma a un periódico, escucha la radio en el coche y en el desayuno o a la hora de cenar ve un informativo en la tele. Más allá de eso, pregúntenle por los intríngulis de la ley, la batalla entre el Ejecutivo y el Poder Judicial que empieza a recrudecerse o las consecuencias que tendrá en sus vidas. Ni pajolera idea. Sólo unos cuantos ciudadanos muy politizados y las élites informadas aciertan a ver en qué anda enredado el Gobierno.
Pedro Sánchez sigue una estrategia. Bien estudiada y medida, se ve a la legua. Es el Gobierno el que marca una veloz agenda informativa, aguanta el chaparrón de tres o cuatro días de extraordinaria polémica y ejecuta. Un día deroga la sedición y nos dice que el fin es equipararnos a Europa. Miente, pero alguien le comprará la mercancía. Otro, rebaja la malversación y anuncia nuevo delito para combatir la corrupción. Vuelve a faltar a la verdad, pero siempre habrá creyentes dispuestos a aceptarlo y defenderlo. Al siguiente, aprobará el referéndum de autodeterminación en Cataluña. Y ya andan diciendo que sólo será una consulta.
Cuando termine el año, trampeando entre las lagunas y subterfugios que anidan en el ordenamiento jurídico, habrá cambiado la estructura institucional del país, pero sólo aquellos que conocen las leyes y estudian sus consecuencias serán capaces de adivinar hacia dónde nos lleva. A la gente que viaja en metro o en autobús no le preocupa. Ellos están más atentos a sus cuitas particulares. Les incomoda sobremanera la lluvia torrencial de los últimos días porque, además de ser molesta, ha inundado algunas casas y negocios. La soportan porque al fin y al cabo es necesaria y llena los pantanos, que falta hacía. Y les quita el sueño la subida de los precios. Antes, con cincuenta euros hacían la compra de la semana y ahora no da ni para empezar.
Lo mismo da que el Gobierno y todos sus altavoces mediáticos insistan en que la inflación baja. Vuelve a ser falso y el que va al supermercado lo sabe. La inflación sube menos de lo que subía. Y, en 2023, tal vez ni suba. Pero, si no se elevan los salarios, seremos igualmente más pobres de lo que éramos. Las retribuciones reales han bajado casi un trece por ciento desde 2008. El cálculo lo ha hecho Comisiones Obreras. Y esto, no los jueces o los referéndum, es lo que puede llegar a dirigir el voto de los ciudadanos. Es, de momento, el talón de Aquiles del presidente.
En los tiempos del bipartidismo, los sociólogos señalaban a un grupo de votantes, entre uno y medio y dos millones de personas, que, bien con su abstención, bien cambiando de criterio, determinaban una elección. Pero el paradigma ha cambiado desde el momento en que el candidato del PSOE decidió alterar el consenso no escrito entre las dos grandes formaciones políticas nacionales y agrupar a todas las minorías para formar Gobierno. Es la táctica que, contra pronóstico, le dio la victoria frente a Susana Díaz en las primarias del PSOE y la que ha empleado con éxito para llegar a la Moncloa. La reeditará en 2024, seguro que con buena aceptación en Cataluña o País Vasco, autonomías en las que hay que buscar con lupa para encontrar un escaño ganado por la derecha.
Con su estrategia, Sánchez ha logrado frenar la caída en picado que estaba experimentando en las encuestas. Salvo que se abran las puertas de las cárceles dejando salir antes de tiempo a un ladrón tras otro, a un agresor sexual tras otro, no cundirá pánico entre el indolente y desinformado electorado español. Bastante tiene cada cual con llegar a fin de mes para preocuparse por los togados del Supremo o el Constitucional. A eso debe fiar su suerte el candidato, que, seguro, ya tiene hechas las cuentas. Y no parece haber nadie enfrente que le frene en su alocada huida hacia delante. En el Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo anda todavía buscando su sitio. En Ferraz, más allá del grito puntual de Page, con el que intenta salvar sus propios muebles, no queda nadie que le pare.