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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Las mujeres necias

Existen mujeres sabias. Molière lo sabía. Simone Weil, Hanna Arendt, Edith Stein, Teresa de Jesús, Virginia Woolf, Marie Curie. Ninguna de ellas se sentiría representada por las portavoces del actual neofeminismo débil (de mente)

Actualizada 01:30

Descartes afirmó que el buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo porque todos están conformes con la porción que les ha tocado. Algo parecido sucede con la necedad. Todos coinciden en excluirla de sí mismos. Según esto, la necedad no existiría. Es este un aspecto en el que la igualdad entre los sexos es casi perfecta: el porcentaje de necios es prácticamente igual. No sé si se trata del mismo tipo de necedad o si, por el contrario, cabría hablar de una necedad de género.

Es evidente que existen mujeres sabias. Molière lo sabía. Mencionemos algunas, solo a modo de ejemplo: Simone Weil, Hanna Arendt, Edith Stein, Teresa de Jesús, Virginia Woolf, Marie Curie. Ninguna de ellas se sentiría representada por las portavoces del actual neofeminismo débil (de mente). Aclaración para necias: se trata de un tipo de feminismo muy en boga, no de todo el feminismo. De las necias, omitiré los nombres. No se darán por aludidas, pero el lector avisado podrá reconocerlas con facilidad. La necedad no es incompatible con la fama. Hay tontas famosas. Algunas se sientan incluso en el Consejo de ministros. El ministerio de Igualdad es, por ejemplo, un magnífico caladero de necedad. Una secretaria de Estado ha llegado a proferir la sutileza de que todos los hombres son machistas, y supongo que en tal concepto incluye a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. La necedad es bisexual, pero existen diferencias. Si alguien (pronombre inclusivo donde los haya) llama necio a un varón ejerce simplemente su libertad de expresión. Pero si un varón llama necia a una mujer es un irredento machista incitador al odio y a quien se le presupone que le produce una íntima satisfacción la violación de mujeres.

La locuacidad del necio (masculino inclusivo) es proverbial. No calla. Habla, se le ocurre una necedad y la dice. Y así encadena una tras otra, sin parar. Acaso por eso dijera Nietzsche que «el traje negro y el mutismo visten de inteligencia a cualquier mujer». Pero en ocasiones no es preciso que hablen. El rostro les delata. Como dijo Picasso, a los cuarenta años toda persona tiene el rostro que se merece. Es una atroz ironía que ahora cuando hay ya máquinas inteligentes tantos millones de hombres (sustantivo inclusivo) se obstinen en recluirse en la necedad.

En definitiva, la distinción entre necios y sabios es universal y transversal. Como las vírgenes de la parábola evangélica, existe un feminismo prudente y otro necio. Hoy en España prevalece este último. Y no es, desde luego, ni mucho menos, el único ámbito del que se ha apoderado la necedad. ¿Cómo se van a reivindicar y defender los derechos de las mujeres si ya no existe la condición femenina? Mujer es todo aquel que se siente mujer. No hay cosa que más desasosiego produzca al buen progresista que la idea de naturaleza si no se limita al medio ambiente. Tanto pensamiento débil termina por debilitar el pensamiento. Cuando el médico o enfermero (siempre inclusivos) declara el sexo del recién nacido comete un acto de suprema arbitrariedad y, a la vez, una vulneración del derecho del neonato a elegir su género. Lo mismo podrá decirse de la muy autoritaria fecha de nacimiento. Y, claro, las feministas sabias se indignan ante tal despropósito que entraña además el final de su causa, pero de momento no hay nada que hacer, son menos. Otro ejemplo: el feminismo necio (acaso el otro también) considera que ofrecer información a las embarazadas que, por supuesto, podrían negarse a recibir, constituye la supresión de derechos de la mujer. La información como negación de derechos.

Por lo demás, la contraposición entre machismo y feminismo es asimétrica y algo tendenciosa. Los pares opuestos deberían ser machismo y «hembrismo», y feminismo y «varonismo». Estamos bordeando la perfección. El neofeminismo declara la abolición de la mujer y, con ella, el eclipse de la feminidad. Solo nos queda confiar en la derrota del feminismo necio. Por el bien de todos, especialmente de las mujeres.

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