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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Crónica de un desastre anunciado

Cualquier político de medio pelo hubiera puesto pie en pared. Sánchez no lo hizo y eso es lo que le incapacita como gobernante

Actualizada 01:25

Esta legislatura comenzó con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias sellando con un abrazo su sorprendente pacto de gobierno. En apenas 48 horas Sánchez se dio la vuelta como un calcetín, traicionó todas sus promesas de la campaña electoral y se lanzó a gobernar con quien decía le iba a quitar el sueño. Hubo entonces multitud de memes con nuestros Pedro y Pablo compartiendo el troncomóvil de los Picapiedra. Tres años después el experimento va camino de terminar como Thelma y Louise, con Pedro Sánchez e Irene Montero despeñándose por el abismo de la ley del 'solo sí es sí'.

La apoteosis del Gobierno feminista y progresista ha desembocado en un hiriente espectáculo de rebajas de penas a violadores, pederastas y agresores sexuales de toda condición y peligrosidad. Lo que empezó como un goteo de casos va camino de inundación. Hasta el momento se han contabilizado ya 400 delincuentes beneficiados, pero hay una lista de más de 3.000 condenados que esperan su turno para colarse por los agujeros de una ley que iba a asombrar al mundo por sus avances y ha conseguido sacarnos los colores hasta en el Financial Times. No quiero pensar qué estaría ocurriendo en España si el despropósito lo hubiera perpetrado un gobierno de derechas y no las feministas enragés de Podemos.

Ninguna de las humillantes cesiones políticas que Sánchez ha hecho a sus socios y ninguna de sus muchas afrentas contra las instituciones democráticas van a tener para él el coste que le está suponiendo esta ley. Un deterioro que no va a enmendar con la corrección que finalmente apruebe con o sin el acuerdo de Podemos. Sánchez se tiró por el barranco de la mano de Irene Montero el día en que decidió apoyar la ley pese a los avisos que había recibido sobre sus desastrosas consecuencias. Desde aquel momento el cacharrazo era inevitable.

María Jamardo contaba ayer a los lectores de El Debate que el Gobierno ignoró deliberadamente hasta 22 informes de distintos organismos que alertaban sobre deficiencias del texto. También esta semana la exvicepresidenta, Carmen Calvo, reconvertida en tertuliana, recordó las serias objeciones que ella y el ministro de Justicia de entonces pusieron a la ley. Eran los propios miembros de su Gobierno y los más cualificados en la materia quienes alertaron a Sánchez de lo que iba a pasar y a pesar de ello él siguió adelante.

La negativa de Irene Montero a modificar el texto puede ser burricie, empecinamiento sectario o soberbia infantil, según definición de Manuela Carmena, pero Irene Montero no es la responsable principal del desaguisado. Alguien debió pararla en su momento, al saber la avería que se avecinaba, y no ahora, cuando el daño ya es tan inevitable como el bofetón que anuncian las encuestas.

Cualquier político de medio pelo hubiera puesto pie en pared y evitado el desastre seguro. Sánchez no lo hizo y eso es lo que le incapacita como gobernante. Eso es lo que viene a dar la razón a quienes en su día le tildaron de insensato sin escrúpulos y a quienes el presidente del Gobierno se ha empeñado en dar la razón desde entonces.

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