Yoli Díaz, Verano Azul
Sumar y Podemos son lo mismo, Sudemos, y aunque Yolanda Díaz se vista de lagarterana es Pablo Iglesias mejor peinada
Yolanda Díaz ha experimentado una epifanía en Magariños, donde el fantasma de Pedro Sánchez aún juega al baloncesto, quizá el único dato de su biografía que resiste la prueba del algodón: todos los demás son como su tesis doctoral o sus datos del paro y la inflación, más falsos que un duro de madera.
El éxtasis yolandista, que ha convertido el Domingo de Ramos en un Bloody Sunday de la izquierda más izquierdosa, en el caso de que quede alguna que no lo sea, vino cinco minutos después de que Ione Belarra implorara un acuerdo entre Podemos y Sumar, de lo que saldría un nuevo partido de simbiosis, Sudemos, descartado por la amplia pituitaria de la nueva esperanza blanca, promovida por el sanchismo hasta que le deje de interesar.
Es sólo el nuevo collar del mismo perro, que pretenden hacer pasar por algo muy distinto a todo lo conocido, aunque por allí pululan las mismas caras de siempre: si están Colau, Baldoví, Errejón, Garzón, el canario de las greñas, el Robespierre del PCE y hasta Tsipras, podrá decirse de todo y nada bueno, pero no que la enésima marea confluyente es vanguardista.
En realidad es otra reposición de Verano Azul, o un remake, con los actores más calvos, las actrices más gordas y los mismos guiones de siempre.
Más allá de toda la verborrea desplegada por tipos y tipas que, aunque gobiernan ya desde hace demasiado hablan como si estuvieran vírgenes, lo que hemos visto este fin de semana es, nada más, el intento de asesinato de Pablo Iglesias, tratado como Trotsky por Ramón Mercader, el encargado de abrirle la cabeza con el piolet que todo buen comunista guarda en la faltriquera, aunque sea de Christian Dior.
Todo lo demás es secundario en este baño cursi de egos con fines estrictamente alimentarios: todos intentan seguir viviendo del cuento, y se arriman árbol con más capacidad de cobijo laboral, a ver si prolongan otros cuatro años en el cargo público, muy duro sí, pero peor es trabajar.
Los dos personajes que le deben sus cargos al ahora realizador de podcast, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, han decidido así que su mentor no les es ya útil para sus objetivos y que deben borrarlo de la foto, como hacía Stalin con todos los purgados.
Lo cual encierra una paradoja: son presidente y vicepresidenta porque Podemos apoyó al primero y eligió a dedo a la segunda; presumen de la eficacia del Gobierno en coalición de todos ellos y, además, se vanaglorian del ramillete de leyes caóticas impulsadas por unos ministerios atrapados en el sí es sí. Pero les sobran, curiosamente, los responsables de obrar el supuesto milagro, que para el resto es una pesadilla.
Si alguien no puede esperar piedad es quien jamás la ha tenido, y Pablo Iglesias y la Sociedad Limitada familiar que es Podemos, con un mesías de mercadillo al frente y un listado de apóstoles del apocalipsis a su vera, van a morir como antes ellos mataban: en la plaza pública, con sus viejos amigos presenciando la ceremonia y la sucesora colocando personalmente la soga en el cuello del ahorcado, que mientras implora indulgencia.
No suscita compasión Iglesias, pues, pero sí un punto de algo parecido a la lástima a ver el obsceno banquete de hienas hozando en su cadáver político, que olerá a podrido del todo cuando se oficie el funeral el 28-M: no sólo tienen sus mismas ideas, deplorables en su mayoría, además carecen de ese mínimo sentido de la lealtad que cabe esperar de los hijos con los padres.
Sánchez le salió rana a Iglesias porque ya fue rana hasta con el PSOE. Pero de Yolanda Díaz, que no era nadie, no es la que besa al batracio para convertirlo en príncipe. Es la madrastra. Es Iglesias con tetas y mejor peinada.