Los jóvenes son idiotas
Sánchez cree que los jóvenes son bobos, y el único riesgo de verdad es que llegue a tener razón
A Sánchez los jóvenes le parecen idiotas, y hace lo posible para que lo sean, pensando que es la única manera de lograr su voto. Y por si no hay suficientes jóvenes en las edades tradicionalmente consideradas como tales, ha ampliado el segmento hasta los 30 años, a ver si siguen tontos y pueden consolidarse como votantes en ese momento.
Ahora les ha prometido una subvención de entre el 50 por ciento y el 90 por ciento en el Interrail, en su versión europea o nacional, para que viajen más barato y conozcan mundo en un momento en el que, en realidad, deberían estar trabajando, pagándose sus cosas, teniendo hijos y ayudando a mantener el Estado, que entre niños, funcionarios, parados y pensionistas ya tiene lo suyo.
Va a tener su gracia ver cómo autónomos al borde de la ruina ven subir sus impuestos mensuales para que el niño bien del vecino pijo pueda irse de fiesta a Suecia mientras el suyo, que no tiene para pagarse el hospedaje y la comida de la excursión, se queda en casa por mucho que Pedrito le regale el billete con el dinero de su padre.
Pero incluso aunque todos pudieran viajar, la promesa sigue siendo un estropicio que solo defienden los bobos, los inmaduros y los zánganos: con 30 años no se es joven, al menos en términos laborales, y un adulto no puede conformarse con una limosnita para irse de vacaciones.
El entusiasmo suscitado por el regalo de Sánchez, que está a medio minuto de prometerle a la juventud sexo, drogas y rock and roll, demuestra que no está del todo equivocado en su estrategia, válida para lograr sus objetivos electorales, aunque sea al precio de hundir definitivamente el país.
Porque esperar que haya la suficiente gente dispuesta a comprarle la idea de que un mozo tiene derecho a una paga, una vivienda y excursiones a cargo del Estado retrata a Sánchez pero, de tener razón, también a España.
Con Sánchez todo el mundo aspira a vivir del Estado, cuando es el Estado quien vive de todo el mundo, y sembrar la idea equivocada entre los más jóvenes solo puede producir desastres irrecuperables en varias generaciones.
Con 30 años, si no se tiene la vida encauzada, debería salirse a protestar, a pedir cuentas, a reclamar soluciones que garanticen que todo esfuerzo personal tendrá recompensa y, además, servirá para mantener un ecosistema decente y capaz de atender a los necesitados, a los enfermos, a los jubilados y a uno mismo en aquellos servicios esenciales que han de ser públicos y universales, los gestionen o no funcionarios.
Que en el país con más paro juvenil de Europa el presidente se atreva a prometer botellones en varios idiomas hasta los 30 años, una edad donde antes se tenían hijos criados y se combinaban fuerza física y conocimientos para tirar del carro, delata a Sánchez como un enemigo de la prosperidad cuya única aspiración es perpetuarse en una sociedad domeñada, asistida, acrítica y clientelar: el sueño de todo autócrata posmoderno que primero te quita la casa y luego te da un cuchitril.
Y que nadie proteste cuando el mismo personaje incapaz de evitar la okupación y paliar la escandalosa subida de las hipotecas se permita prometer viviendas baratas para todos, confirma la existencia de un caldo de cultivo inducido desde el Gobierno para convertir los desastres que provoca su incompetencia en oportunidades de supervivencia política.
Solo los economatos públicos de Podemos, el partido de una antigua cajera, empatan con Sánchez en delirio y colocan a España en la senda de las cartillas de racionamiento, las pagas miserables, el falso tiempo libre y la devoción a un líder que te da migajas a cambio de exigirte el alma.