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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Bolaños

El ministro que hace los trabajos sucios merece algo mejor que una patada en el trasero: una lección de decencia institucional respetuosa con los ciudadanos

Actualizada 01:30

Félix Bolaños es el Luca Brasi de Vito Sánchez, el sicario político que hace todos los trabajos sucios sin hacer preguntas, sin pedir explicaciones, con ese tipo de obediencia ciega y muda que exigen los padrinos, sentados en la penumbra de un sofá, con la mano estirada esperando un ósculo genuflexo.

No ha habido capítulo siniestro en el que el ministro de Asuntos Sanchistas no haya dejado una huella con formato de pezuña, que es lo propio de las bestias: nunca hace falta ponerle el volumen a la televisión para saber que, cuando aparece Bolaños con su cara de oficinista ramplón, está a punto de aparecer un cadáver en un descampado o ha desaparecido ya sin dejar rastro en un río.

Se prestó al bochorno del teléfono espiado a Sánchez, quizá por Marruecos, para tapar su propio espionaje a la secta separatista, sin dar detalles del primero y disculpándose luego del segundo, en una escandalosa inversión de términos: debió defender el Sáhara y atacar al nacionalismo delictivo, pero entregó la colonia al moro Muza y se puso mirando a La Meca con Junqueras.

Después atacó a Ferrovial por hacerle una enmienda a la totalidad de la fracasada gestión económica del Gobierno, resumida en el peor paro y el mayor hundimiento económico de Europa, enviando una cabeza de caballo a Rafael del Pino, para que se diera por amenazado.

Y antes de eso, mientras calificaba la Mesa de Rendición, llamada «del diálogo» para disimular, de «oportunidad histórica» para trocear España; cargó contra el Tribunal Constitucional por suspender el intento de asalto a la Justicia perpetrado por Sánchez, a través de una enmienda en una reforma menor que nada tenía que ver con el asunto, como esos tipos que ven un desmayado y van corriendo a robarle el reloj.

Éste es el Bolaños de Sánchez, la viva imagen de lo que quiere el presidente del Gobierno a su vera: tipos grises, con las luces justas para no pisarse el reguero de babas que van dejando a su paso, dispuestos a atender las órdenes más soeces, como el intento de boicot a Ayuso en los actos del 2 de mayo en la Comunidad de Madrid.

Pero dicho lo cual, no está el país para jueguecitos entre una mala copia de Pepe Botella, nuestro Felixín Botellín, y una buena de Manuela Malasaña. Aunque la indecente actitud de Sánchez, que lo mismo hace esperar al Rey que se cuela en un pasillo con Biden, dificulta mucho una respuesta institucional discreta, hay que intentarlo siempre, por no alimentar un río revuelto del que siempre saca partido este pescador con dinamita.

Ahí fuera, pese a las imágenes de restaurantes llenos, hoteles repletos y playas colapsadas; la vida es difícil para casi todo el mundo. Y no se puede sostener ese mensaje, frente a las trampas y manipulaciones de Sánchez para presentar una falsa España de luz y de color, y luego convertir a Bolaños en el protagonista de la semana con una polémica ridícula, infantil y alejada a años luz de las preocupaciones mundanas del ciudadano medio.

A un bandarra se le frena en la puerta, pero a un ministro, aunque sea de Sánchez, se le sienta donde quiera, se le da una libretita y se le pide, sin decirlo, que tome apuntes de educación, saber estar y respeto a la ciudadanía. No hay nada más inteligente que matar a un chulo a besos.

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