Novas Diadas
Para una muchedumbre tan aficionada a celebrar las derrotas, una Diada por año es poca cosa
Nada gusta más a un separatista, independentista o nacionalista catalán que una derrota. Celebran la «Diada» con entusiasmo y desconcierto, por cuanto depositan ramos de flores en el monumento a un gran español, Rafael Casanova, monárquico y prestigioso jurista, austricista, partidario del Archiduque Carlos como Rey de España y adversario de Felipe V. Don Rafael fue herido en la batalla final del 11 de Septiembre de 1714, y como la mayoría de los dirigentes políticos catalanes, exonerado de culpas y perdonado, lo que le permitió volver a ejercer la abogacía hasta su fallecimiento. Sin pretender establecer comparaciones, el trato que recibió Casanova de Felipe V puede equipararse al que el bueno de Joaquín Ruiz Jiménez, exministro de Franco, recibió del jefe del Estado cuando don Joaquín militó en las izquierdas antifranquistas. Deseaba su detención, y cuando en una manifestación era retenido por la Policía y llevado a la Comisaría más próxima, pugnaba por ser procesado. «Soy el mayor responsable y convocante de la manifestación». «De acuerdo, don Joaquín, de acuerdo», y dirigiéndose a un policía, el comisario le ordenaba: «Agente, detengan un taxi para que don Joaquín vuelva a su casa, que es muy tarde y su familia estará preocupada. ¿Sigue viviendo en Velázquez 51?». Y don Joaquín, en lugar de ser llevado ante el juez, retornaba al cálido hogar en taxi, mientras insistía: «¡Soy el máximo responsable!».
Para una muchedumbre tan aficionada a celebrar las derrotas, una Diada por año es poca cosa. Creo que la cadencia trimestral –salvando, claro está, el descanso estival– es más adecuada. Todos los españoles tenemos guardada en la memoria la escena de la consternación popular cuando, siete segundos después de proclamar la República Catalana, Puigdemont dejó sin efecto la heroica proclamación. Esa consternación independentista, esas miradas de desconcierto y decepción, ese salto hacia atrás ejecutado con la agilidad y fluidez de una gastroenteritis imparable, merece otra Diada. Siempre eligiendo para su celebración un viernes. Porque de disfrutarla entre semana, y verse obligado a madrugar y trabajar con las agujetas inevitables que se enroscan a los muslos y pantorrillas después de bailar las trepidantes y divertidísimas sardanas, no es de recibo ni de buena educación.
Y la tercera «Diada» no puede ser otra que la que conmemore la derrota separatista en el Ayuntamiento de Barcelona. No me fío nada del alcalde Collboni, que, al igual que otros dirigentes del PSC, puede tener más de independentista que de socialista. Pero la consternación que produjo la hábil maniobra del popular Daniel Sirera, haciendo alcalde de la segunda ciudad de España a un socialista y dejando a la Colau en la calle –buen sitio–, y a Trías en el histerismo grosero, merece otra «Diada». A ver qué dice ahora el supremo hortera de los pactos naturales del PP y Vox, cuando ha sido el PP el que le ha entregado la alcaldía de Barcelona.
Con tres «Diadas» al año, el independentismo estará, al menos, ocupado en sus organizaciones. La cuarta «Diada» podría reservarse para recordar el día en el que los constructores turcos decidan no proseguir con las obras de Nou Camp Nou por motivos, no políticos, sino económicos. Pero esa derrota está aún por llegar, y no es cortés ni conveniente adelantarse a los acontecimientos.
Creo que merezco la Gran Cruz de San Jorge.
Modestamente, claro está.
Chimpón.