Pánico, ¡gobiernos con Vox!
Tiene razón la izquierda, no hay más que ver Castilla y León, donde todas las mujeres van ya con burka y los hombres, con armadura de El Cid
La izquierda está preocupadísima (y ha logrado que parte de la sociedad española comparta su estremecimiento). ¡Los «ultras» han entrado en los gobiernos autonómicos! Ha sido por obra del también pérfido derechoso Feijóo, que pese a su disfraz de flema centrista al final se ha entregado a los temibles ultramontanos, subyugadores del sexo femenino y azote flamígero de guiris y gais. Desde hace 15 meses, Vox cogobierna en Castilla y León y a la vista está la terrible involución experimentada: las castellanas pasean con burka y los castellanos van ataviados con la armadura de El Cid. La sanidad pública ha sido sustituida por clínicas para ricachones. En las aulas se entona Montañas nevadas y los inmigrantes han sido internados en barcazas flotantes, como las del Gobierno inglés, pero ancladas en el Pisuerga.
En fin… lo realmente pavoroso es que la izquierda española, el autodenominado «progresismo» que nos adoctrina con sus televisiones, ha logrado que algo parecido a la caricatura anterior haya calado en parte del electorado (y también en gran medida en el propio PP, que no acaba de asumir que sin Vox, que al final es cuña de su misma madera, simplemente ya no le salen las cuentas).
Es increíble que la derecha se haya dedicado a pellizcarse, para felicidad de Sánchez. Y es inaudito que el PP, aunque fuese por puro interés electoral, no haya intentando defender la legitimidad de Vox, en lugar de relacionarse con él con una pinza en la nariz. La estrategia de Génova de intentar camelar al votante del PSOE ha resultado la de la manta corta: al intentar tapar sus pies, han destapado su cabeza y no les han salido los números para descabalgar a Sánchez; o como decían pomposamente, para «derogar el sanchismo».
PP y Vox deben empezar a asumir su relación con plena naturalidad. Llevan quince meses gobernando juntos en Castilla y León. ¿Qué «regresión de derechos» se ha producido? Ninguna. Cero. En realidad todo sigue más o menos igual.
Me he tomado la molestia de leer el acuerdo programático que firmaron este viernes PP y Vox para gobernar en Aragón, donde el futuro presidente popular ha vuelto a incurrir en el error de comprar el esquema de la izquierda y no ha querido hacerse la foto de la firma. ¿Qué dice ese programa redactado mano a mano con los temibles «ultras»? Siento decepcionar al progresismo obligatorio, pero no he encontrado nada chirriante, más bien todo lo contrario. Resulta de lo más razonable.
En el capítulo de la sanidad pública, aboga por «acabar con la precariedad laboral». También propone atacar las listas de espera con colaboración pública-privada. Sé que esto es anatema para Yolanda y el nuevo mejor amigo de Mohamed VI. ¿Pero lo es para los ciudadanos aragoneses hartos de las listas de espera del PSOE? No creo.
En educación, prometen dar libertad de elección a los padres. ¿Está eso mal? ¿Acaso es mejor que el Estado pastoree a los niños sin dejar espacio alguno para el criterio de sus progenitores? También –y ya veo a la izquierda al borde del coma– los padres podrán elegir las actividades extraescolares que vean más adecuadas para sus chavales. Luego aparecen medidas tan ultras como «un cheque escolar para fomentar la igualdad de oportunidades» o la gratuidad de la educación de cero a tres años.
PP y Vox proponen en Aragón situar a la familia «en el centro de todas nuestras políticas». ¿A alguien le parece mal? La familia es el armazón de toda sociedad próspera y sana. Quieren tomarse en serio el fomento de la natalidad –ya sé que la izquierda está más por fomentarla con facilidades para el aborto– y prometen, entre otras medidas, un «cheque bebé».
Vox, como bien sabemos todas y todos, es un partido «ultra y machista», al que la violencia contra las mujeres le viene a dar un poco igual. Pues bien, extrañamente el acuerdo de Aragón reza que «se garantizará toda la asistencia, apoyo y lucha frente a la violencia contra las mujeres». Y por si no queda claro, se añade que «manifestamos nuestro compromiso absoluto contra la violencia machista». ¡Oh asombro! Qué raros se vuelven los «ultras» cuando se les mira de cerca.
En material fiscal prometen bajar el IRPF y dar más facilidades a las empresas. Ante el paro juvenil, capítulo en que somos líderes europeos con nuestro Gobierno «de progreso», van a crear una bolsa de trabajo para jóvenes. Por supuesto. incrementarán la ayuda y atención a los agricultores –ya sabemos que se trata de unos carcas a los que les interesa más el campo que las ferias de carrozas de Chueca– y lanzarán un Plan Pirineo para fortalecer esas comarcas.
Y sí, es cierto: los «ultras» van a eliminar la Ley de Memoria regional y la Dirección General de Política Lingüística (cuyas competencias pasarán a la Dirección general de Cultura). Pues bien, me parece estupendo que se permita estudiar nuestra historia con libertad, sin orejeras ideológicas de la Administración, y que no se pula dinero público en fomentar un dialecto que hablan unas 40.000 personas en una región de 1,3 millones de almas.
En resumen, que el PP debería bajar del guindo y asumir con naturalidad su relación con Vox. Por su parte, Vox se ayudaría moderando aspavientos dialécticos, que tal vez le sirvieron para buscar un lugar bajo el sol político en su origen, pero que hoy ya no necesita, porque es un partido maduro y con tres millones de votantes fieles.
La derecha tiene que espabilar. Cambiar su estrategia. Debe rebatir el discurso de un PSOE que encamado con los comunistas, Junqueras, Otegui y Puigdemont (si se deja y sucumbe a la ofrendas del turista marroquí); se permite el lujo de emitir edictos sobre qué pactos son lícitos e ilícitos.