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HorizonteRamón Pérez-Maura

La intelectual menos feminista del mundo

Quedé anonadado cuando el pasado mes de mayo se anunció que Hélène Carrère d’Encausse había ganado el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Cómo me hubiera gustado verla en el Teatro revindicando que ella hubiera preferido ganar el Premio Príncipe de Asturias. Y creo que lo hubiera hecho

Actualizada 08:50

Hoy hace una semana que amanecíamos con la noticia de la muerte de una de las mujeres que más he admirado en mi vida: Hélène Carrère d’Encausse. Fue una persona fascinante que sufrió una infancia exiliada en Francia como apátrida. Nació en París, pero su padre era georgiano -país que ya no existía- y su madre germano-rusa. Intelectual, siendo su lengua madre el ruso, llegó a ser miembro de la Academia Francesa y a dirigirla en el cargo que en esa institución se llama «secretario perpetuo». Creo que mi admiración por Carrère d’Encausse se deriva del hecho de haber llegado a la cumbre de la lengua francesa habiendo sido su lengua madre otro idioma. Mi tatarabuelo Antonio Maura llegó a Madrid sin hablar castellano. Su lengua madre era el mallorquín y llegó a ser director de la Real Academia Española desde 1913 hasta que murió en 1925 semanas después de ser reelegido para un cuarto mandato al frente de la institución en un tiempo en que era de las pocas figuras públicas que plantaban cara a la dictadura del general Primo de Rivera.

Carrère d’Encausse también tuvo vocación política, conservadora, como la de Maura, por cierto. Algo no tan frecuente en los que han tenido que emigrar buscando fortuna. Propuesta por los gaullistas del RPR fue eurodiputada en la legislatura de 1994-1999. Y probablemente por ser hija de inmigrantes, fue el símbolo de una Academia que supo introducir en la institución a otros escritores cuya lengua nativa no era el francés. Como Mario Vargas Llosa hace unos meses.

Probablemente su mayor trauma fue la muerte de su padre, revelada al mundo cuando ella ya estaba en la Academia por su hijo el escritor Emmanuel Carrère. Georges Zourabichvili se ganó la vida durante la Segunda Guerra Mundial y el Régimen de Vichy trabajando como traductor para los alemanes. Un buen día de 1944 vinieron a sacarlo de su casa «resistentes» y nunca más se supo de él. También allí había «el paseo».

Entre 1989 y 2000 tuve el privilegio de ser el redactor jefe de Internacional de ABC. Fue un tiempo fascinante en que cayó el Muro de Berlín, el mundo se puso al revés y Rusia dio muchos tumbos. Para mí los ensayos de Carrère d’Encausse eran un referente. Mi maestro el Archiduque Otto me dirigió hacia ella advirtiendo que su entusiasmo por Rusia era excesivo y que ella no admitía una evidencia: que Rusia seguía siendo un territorio imperial lleno de pueblos subyugados. Publicó una veintena de ensayos dedicados a Rusia y a la URSS. Entre ellos biografías de Catalina II, Lenin y Stalin. Su obra más destacada, en 1978 es «L’empire éclaté» donde anticipa la desintegración de la Unión Soviética, aunque no acertó en las razones. En su última obra «Alexandra Kollontaï. La Walkyrie de la Révolution» ella hace un retrato de una aristócrata que será ministra de Lenin ensayista política y feminista. Como historiadora era objetiva.

Fue elegida a la Academia en el sillón de Jean Mistler a propuesta de Henri Troyat que creía que ella encarnaba la lucha contra el sovietismo. Sustituyó como secretario perpetuo a Maurice Druon. Fue la primera mujer en ocupar el cargo y se negó a aceptar la feminización de su título. Su consagración intelectual le ayudó a lavar la memoria de sus padres y en especial la de su padre que no había pasado de ser un inmigrante fracasado y asesinado en la Francia de Vichy.

Su nom de plume lo creó a partir del de su familia política. Su nombre de nacimiento era impronunciable en Francia: Hélène Zourabichvili. Creó su nuevo nombre con una interpretación del de sus suegros el violinista Georges Carrère y la pianista Paule Dencausse. Conocedora de la tradición de los rusos blancos que llegaron a Francia huyendo de la Revolución de Octubre, en 2005 comentaba para una televisión rusa los enfrentamientos en los barrios de París reivindicando la obligación de que los inmigrantes se integraran aceptando los valores culturales de su tierra de acogida.

Su batalla más relevante en la Academia, la que libró hasta el final de sus días, fue la que ya anticipó al negarse a ser denominada «Secretaria Perpetua» de la institución. El cargo no era ni masculino ni femenino. Un cargo no tiene sexo. El sexo o tenemos las personas. Creía que ese afán de feminizar era excesivo, ideológico y en la mayoría de los casos, contrario a la gramática francesa. Un cargo sólo era un cargo. Ella siempre fue «el secretario perpetuo de la Academia Francesa». Hasta el final batalló contra la amenaza a la integridad de la lengua. Una amenaza que ella definía con toda claridad: «El peligro mortal que encarna la escritura inclusiva».

Con todo lo que les he contado, comprenderán ustedes lo anonadado que me quedé cuando el pasado mes de mayo se anunció que Hélène Carrère d’Encausse había ganado el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Cómo me hubiera gustado verla en el Teatro Campoamor revindicando que ella hubiera preferido ganar el Premio Príncipe de Asturias. Y creo que lo hubiera hecho.

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